28. Operación noviazgo

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Era algo obvio que a Iker no le gustaba que lo sacarán de su casa a una hora temprana, menos que lo obligaran a cambiarse de ropa y, para acabarla, decirle que acompañaría a su abuelo al trabajo, pero ahí estaba, junto a su abuelo. Lo único que Iker no entendió era el porqué Corina los llevaba en su auto, así que preguntó.

—Es porque antes de llevarte a ti y tu abuelito a trabajar, vamos a ver cómo están Saúl y mi niño —le respondió Corina, sonriendo sin perder la vista en el camino.

—¿Mark no está muy grande para que le diga mi niño? —le cuestionó Iker, sin malicia— Es un señor, los señores no son niños, son adultos.

—Ante los ojos de las mamás, sus hijos siempre serán pequeños —explicó Corina, comenzando a notar el parentesco que Iker tenía con Yasuri, pues ninguno de los dos se guardaba nada de lo que pensaban.

Iker iba a preguntarle a Corina si veía a Mark como un niño solo porque tenía miedo de que éste creciera, pero la mirada molesta de Bonifacio terminó por cerrarle la boca. El mayor temor de Iker era enojar a su abuelo en ese momento y que más tarde no le prestara su teléfono para ver vídeos de duendes cien por ciento reales captados en cámara.

—¿Que dice ahí? —les preguntó el infante, cuando Corina detuvo el auto frente al motel donde Saúl y Mark habían pasado la noche.

—No dice nada —mintió Bonifacio, bajando del auto.

Ambos adultos tenían razones distintas para estar ahí, aunque compartían el mismo sentimiento de preocupación. Corina estaba preocupada por lo sucios que llegaban a ser esos lugares y temía que su hijo pudiera pescar alguna enfermedad solo por respirar el aire de ese lugar, mientras que Bonifacio estaba preocupado porque ya había tenido que ir por un ser querido a un lugar así en una pasada ocasión, y las cosas no terminaron bien.

Iker bajó del auto y clavó su vista en el letrero que decía «Motel Tanga Rota» tratando de descifrar que decía. No podía esperar para entrar a la escuela y le enseñaran a leer cualquier cosa.

Corina comenzó a llamarle a su hijo, rogándole a las fuerzas del universo para que éste contestara. Bonifacio tuvo que prepararse mentalmente para ver la cara de Mark y no atacarlo con un palo.

—¡Mark! —sonrió Corina cuando por fin el aludido contestó— Cariño, estamos afuera del... establecimiento. ¿Pueden salir? Es algo temprano, lo sé, pero recuerda que tienes algunas cosas que hacer.

Mark no necesito más para recordar todos sus planes para ese día, así que colgó la llamada y extendió los abrazos para quitarse la sensación de entumecimiento. Miró a Saúl por un instante, preguntándose cómo haría para despertarlo de una manera tierna, paciente y cero brusca.

—Ah... Saúl, arriba... —Meneo al aludido del brazo, pero no obtuvo respuesta—. Saúl, ya amaneció, tenemos que irnos.

Saúl abrió los ojos con pesadez y soltó un gruñido. Dormir en una cama de agua había resultado mucho más cómodo de lo que se imagino, así que no quería moverse, pero en cuanto Mark le comunico que Bonifacio estaba afuera, se levantó como si le acabaran de decirle que había una bomba en su habitación y debían salir cuánto antes.

—¡No puede ser! —exclamó a la vez que se ponía los zapatos de forma violenta— ¡¿Que hace aquí?! ¡Me va a matar!

—Si tu abuelo mata a alguien, seguro que será a mi —informó el mayor, levantándose con calma de la cama—. No le agrado, me llamó zorro una vez y me dijo que no quería que tú y yo tuviéramos algo. La imágen que tiene de mi es muy fea.

Saúl trató de calmarse y usar su imaginación para algo útil: Pensar en una buena excusa que darle a su abuelo para explicar la razón por la que estaba en un motel con el nombre más horrible jamás puesto.

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