7. Saúl se enamora en el metro

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Ahora que ambos vecinos ponían de su parte para forjar una inquebrantable amistad, las cosas eran más sencillas para Saúl, que había vuelto a ir al hogar de Mark, sin miedo a que lo terminaran corriendo.

De nueva cuenta, Saúl se había abierto paso en la habitación de Mark, y aprovechando la hospitalidad de su nuevo amigo, se dejó caer en la cómoda cama de éste.

—Entonces, ¿que quieres hacer? —le preguntó Mark, sentado frente su escritorio, teniendo sus codos recargados sobre el mismo. Saúl volteó a verlo.

—No sé —contestó a los segundos—. ¿Que hacen los amigos?

—No sé.

Mark soltó un ligero quejido. Estaba aburrido y comenzaba a incomodarse por el prolongado silencio. Se enderezó y se levantó, ganándose una mirada curiosa por parte de Saúl.

—¿Nunca has tenido amigos o que? —le preguntó Mark. Su voz delataba su aburrimiento.

—Obvio los tuve —dijo el rubio, levantándose solo porque Mark lo había hecho—. Tuve un par de amigos cuando todavía estudiaba, pero fue hace mucho.

—¿No estudias? —hizo una nueva pregunta. Se había dado cuenta que Saúl no iba a ninguna institución, pero tenía la idea de que el rubio estudiaba por línea.

—No puedo estudiar, tener la casa impecable y cuidar a Iker al mismo tiempo —dijo a modo de respuesta, sin hacer ningún tono de voz en específico. Era como si no le importará el haber frenado su desarrollo académico.

El de cabello platino soltó un alargado «hum» y volvió a sentarse, así que Saúl se sentó en una esquina de la cama.

—¿Cuando dejaste la escuela? —quiso saber Mark.

—A los quince —respondió esta vez con algo de vergüenza.

Era claro que a Saúl no le gustaba que su antigua vida escolar fuera el centro de la conversación, y al notarlo, Mark hizo como que se estiraba para quitarse lo entumido, antes de volverse a parar para dirigirse a la puerta.

Saúl se quedó en su lugar. Mark acababa de salir sin decir nada, y eso hacía sentir extraño al menor, como si Mark le dijera en el silencio que su presencia lo incomodaba y que no podía estar junto a él en un espacio cerrado por una razón que de seguro le destrozaría el autoestima.

Mark, por su parte, había salido para darse un tiempo dedicado a pensar en como mantener una conversación que no durará treinta segundos o que se volviera incómoda.

Él, a diferencia de Saúl, nunca había tenido amistades, por lo cual se sentía la fuente principal de incomodidad para los dos.

Bajó las escaleras para dirigirse a la cocina, y en la sala se encontró a Iker jugando a la fiesta de té con Lady Muffin, pues Corina se había ofrecido a cuidarlo mientras él y Saúl pasaban el rato.

—¿Ya viste al niño Iker? —le preguntó Corina cuando entró a la cocina. Estaba sirviendo zumo de naranja en una tetera— Dice que Lady Muffin es el príncipe y el su caballero de confianza, así que yo dije que sería la mayordoma y les voy a llevar su té.

—Si, muy bonito el Iker —soltó con desinterés, llendo directamente a la alacena, de donde sacó un paquete con galletas integrales.

—Había olvidado lo interesante que es la imaginación de un niño —siguió diciendo Corina—. Tal vez pueda convencer a Saúl para que deje a Iker pasar más tiempo aquí, así podría escribir algo respecto a la infancia. No pude hacer algo parecido cuando tú y tu hermano eran pequeños.

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