29. Charla de caballeros

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Saúl volvió la mirada a la salida del jardín de niños, a la espera de ver a su sobrino salir de su primer día de clases.

Se suponía que Iker había tenido que entrar al kinder desde finales de agosto, pero el infante se había inventado una cantidad de síntomas tan alucinantes que pospuso su primer día de clases hasta ese día, el primero de septiembre.

El inicio de la vida académica de Iker no era lo único que se festejaba ese día, también era el cumpleaños de Corina, esa era la razón por la que Saúl se removió impaciente, a la espera de que Iker se dignara a salí, mientras que Mark compraba una paleta de hielo sabor fresa en uno de los tantos puestos que había afuera del kinder.

Saúl cruzó sus brazos al no saber dejarlos quietos. Dirigió la vista a Mark. Ya no le sorprendía lo tranquilo que éste solía comportarse en situaciones donde tenían el tiempo contado.

—Te compré una de limón —le informó Mark, al llegar a su lado, al tiempo que le extendía una paleta helada de un verde chillón. Saúl la aceptó enseguida—. ¿Crees que Iker tarde tanto en salir porque lo castigaron?

—Eso es imposible. Iker prometió que se portaría bien. —Sus palabras iban dirigidas a si mismo, para no pensar en esa muy probable posibilidad.

Para Mark resultó muy obvio que Saúl no se creía sus propias palabras, por lo que no dijo nada más, pues también notaba el estrés en aumento que éste estaba sintiendo con el pasar de cada minuto. Agachó la mirada para ver mejor al rubio, antes de tomarlo de la mano, sin decir nada.

—Ya salió —soltó Saúl, aliviado, al ver cómo su sobrino salía finalmente.

Iker corrió hacia su dirección, pero no iba solo, llevaba a una compañera de su salón tomada de la mano.

—¡Mira tío, ella es Ferni, mi novia! —le informó Iker, con orgullo, columpiando sus manos entrelazadas. Saúl todavía no se acostumbraba a la reciente forma en la que Iker se dirigía a él— Me prestó su plastilina y yo le hice un muñeco con una hoja de papel.

Saúl se limitó a sonreír, mientras que la niña Ferni le susurró algo a Iker al oído, a lo que el niño le contestó diciendo «Es mi nuevo tío, no te asustes, ésta todo grandote, pero le dice mami a su mamá. No hace daño».

La pequeña se despidió de Iker al ver a sus padres a la distancia, antes de que se fuera, Iker le dió la piedra más linda que se había encontrado en el día, posteriormente miró a Saúl y Mark.

—Así se enamoran —informó Iker, antes de extender los brazos en dirección de Mark para que lo cargara.

A Iker no le duró mucho el gusto de ser cargado, pues Mark lo bajó al estar frente al auto en donde habían llegado (el de Corina), para poder conducir. Saúl se puso el cinturón de seguridad y dejó su ateísmo atrás al recordar cómo, de ida a allí, Mark había frenado de forma abrupta para no atropellar a un perro que en realidad era una bolsa de basura.

—Ferni es mi tipo ideal —les contaba Iker en el camino, muy orgulloso de su vida amorosa—, por eso le dije que no al mi amigo que conocí en mi cumpleaños. El me dijo Iker, te amo, eres el amor de mi vida, y yo le dije la verdad.

—¿Cuál es la verdad? —preguntó Mark, genuinamente interesado en los romances de Iker.

—Que él no era lo que yo buscaba. Me dijo ándale, Iker, y te compro unos chetos, entonces yo le dije que sí, pero lo terminé cuando acabe mis chetos —informó Iker—. Con Ferni las cosas son diferentes, a los dos nos gustan las ranitas de chocolate y somos guapos.

El de cabello platino se quedó sin palabras. Le impresionaba demasiado como un niño de casi cinco años ya tenía una relación y un historial de rompecorazones.

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