16. La verdadera pijamada del siglo

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Epifanio no estaba para nada acostumbrado a recibir visitas en casas. Normalmente las personas que llegaban eran amigas de sus hermanas o su madre, jamás amistades suyas, cosa que cambiaría ese día.

Su trabajo y escuela no le dejaban hacer muchas cosas, pero aprovecho que las vacaciones de invierno estaban a tan solo un par de días de acabar para invitar a sus únicos dos amigos a su casa.

Lo último parecido a una pijamada que había tenido fue cuando se quedó a dormir en casa de un amigo a los diez años, por lo que la idea lo emocionaba.

Compró frituras, galletas, helado y yogurt, este último lo convino con trozos de fruta. El único inconveniente era que sus hermanas habían comenzado a comerse sus cosas.

-¿Ya se pueden ir a su cuarto? -les pidió Patillas a sus hermanas, siendo la más pequeña quien abrió una bolsa de papas y comenzó a comerlas como si nada.

-Fani, Mamá dijo que nos tenías que invitar a tu pijamada -le dijo Eduarda, la más pequeña.

-¿Cuando dijo eso? -cuestionó Patillas, alarmado.

-Cuando Eduarda se puso a llorar porque le dijiste que no podía estar en la pijamada -explicó Epifanía, quien era la mayor después de Patillas, teniendo doce años.

-No les creo -soltó Epifanio, antes de ir al cuarto de sus padres para pedir una explicación.

Su madre abrió la puerta a los primeros dos toques, siendo asaltada por un sin fin de preguntar de su hijo.

-Cuando vienen sus amigas a mi me dices que me encierre en mi cuarto -le recordó Epifanio a su madre-, ¿cuál es la diferencia aquí? ¿Que Eduarda lloró? Yo también puedo llorar. Ésto me huele a preferitismo.

-¿Que te cuesta invitar a tus hermanas?

-Mucho -respondió al instante. Su madre rodó los ojos-. Siempre estoy cuidándolas, haciéndoles de comer, ayudándoles con sus tareas, ¿y ahora también tengo que estar con ellas cuando vienen los únicos amigos que tengo?

-No van a hacer nada. Déjalas estar contigo -sentenció su madre, antes de cerrar la puerta de su habitación.

Epifanio quiso actuar como todo un joven casi adulto que era, pero terminó haciendo una pequeña rabieta antes de volver a la sala, en donde sus hermanas ya se habían puesto cómodas en el sofá, comiendo un poco de todo lo que él compró.

Por su parte, Mark y Saúl estaban más que perdidos por las calles. Ya ni siquiera sabían cómo habían hecho para llegar tan lejos.

Tenían la dirección exacta de Epifanio, pero esa zona estaba llena de edificios departamentales, cosa que los hacia sentir que estaban en un laberinto del que no podrían salir.

-¿En cuál crees que viva? -le preguntó Saúl a Mark, refiriéndose al hogar de Patillas.

-Creo que... -Se lo pensó de más, paseando su vista de un lugar a otro- ehm... ¿No puedes mandarle un mensaje para que te mandé foto de su zona, edificio y puerta?

-Ya no puedo, Mark, me da pena. Ya le pedimos su dirección tres veces -respondió Saúl, volviendo a leer el mensaje que le envío Patillas con su dirección.

-¿Prefieres regresar a casa y decirle a Patillas que no llegamos a su casa porque nos perdimos?

-¡Bien! Hay que pedir indicaciones -sentenció Saúl-. Hay muchas personas caminando por aquí, solo ocupamos escojer una que tenga cara de saber en dónde está parado.

Mark asintió, pero no se movió, pues le daba pena tener que ir a pedir indicaciones, para su suerte, fue Saúl quien tomó la iniciativa y se acercó a la primera señora con cara de inteligente que vió.

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