1. El gato panzón

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El sonido de la radio viajaba con velocidad por su sala prácticamente vacía, siendo opacada únicamente por los chillidos de cierto niño pequeño, que le pedía a gritos a su madre que le pintara en cabello igual que a su tío.

—¿Ves lo que provocas? —le preguntó en broma a Saúl, sintiendo como su hijo le jalaba una esquina del pantalón— ¿Que se supone le diré el día que te quieras tatuar?

—Iker, deja de gritar, por favor —le pidió Saúl a su sobrino, mientras su hermana mayor seguía aplicándole el decolorante en su cabello castaño. El niño hizo todo lo contrario a lo que le pidieron.

Un par de gritos agudos por parte de Iker fueron seguidos por el sonido que hizo el niño al tumbarse al piso para comenzar a patalear.

—Está llorando muy feo —informó Saúl, mirando de reojo a Yasuri, su hermana.

—Sí —contestó ella, indiferente, sin dejar de aplicar el decolorante.

—Alguien debería hacer algo para que dejara de llorar —propusó Saúl.

—En efecto.

—Sí.

—Ajá.

Ninguno de los dos interrumpió el proceso de decoloración, por lo que Iker se rindió un par de minutos después y cruzó la sala para encaminarse a las escaleras. Ahora iría a molestar a su abuelo.

—Después de ésto, parecerá que hiciste seis semestres de finanzas en el San Marino —bromeó Yasuri, quitándose los guantes al terminar de poner todo el decolorante en la cabellera de su hermano. Tomó el tinte rubio que había sobre el único mueble de la sala, que era una mesa, y leyó el contenido de la caja—. ¿Seguro que quieres ser rubio?

—Completamente.

—¿Es para parecerte a Shakira?

—Obviamente.

Saúl tenía un pequeño pedazo de espejo entre sus manos, que uso para inspeccionar que su cabello fuera por buen camino. Lo único que le asustaba era quedarse calvo.

—¿Estás cerrando ciclos o algo así? —le preguntó Yasuri, dejando la caja del tinte devuelta a su lugar. Saúl se volteó para verla y le ofreció una mirada interrogatoria— Lloras cuando te corto las puntas. Obviamente me da curiosidad saber por qué te animaste a tener un cambio tan drástico.

—Lugar nuevo, vida nueva; Saúl nuevo —fué la respuesta del menor, haciendo alusión a qué hace solo dos días habían llegado a esa casa.

Yasuri soltó un bajo «ah» y tomó asiento en el suelo mientras tenía la vista en la pantalla de su teléfono. No tenía más preguntas.

En un par de ocasiones Yasuri le preguntó a Saúl si le picaba la cabeza, y aunque éste sentía que le clavaban mil agujas, no dijo nada y esperó a que su hermana le lavara la cabeza para aplicar el tinte.

Su miedo por quedar calvo se incrementó al pasarse la mano por la cabeza y llevarse entre los dedos un par de cabellos.

Claro que todo el pánico que sintió en algún momento, se desvaneció por completo cuánto todo el proceso del tinte terminó y pudo ver por el reflejo de su pequeño espejo el resultado.

—Bueno, Patricia Fernández —le habló Yasuri, dirigiéndose a las escaleras—, me iré a dormir. Termina de lavar los baños.

Saúl la miró con reproche y se dirigió a la cocina, la cual tenía únicamente una pequeña estufa sin horno, y un refrigerador de segunda mano. Si no fuera por la barra, el lugar se vería sumamente vacío.

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