3. Eirene

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Para cuando solté las manos que sujetaban el rostro del Ancestral, este ya estaba muerto, lo ojos blancos y unas últimas lágrimas de sangre plateada brotaron y manchando mis dedos desnudos. Eso era lo que le esperó en el momento que abandonó Persefeiras, ser cazado y castigado, nadie traicionaba a la reina del Este y salía impune, no cualquiera burlaba a la Reina Imbatible.

Un ladrón, era un ladrón y nunca se tenían remordimientos, yo intentaba aparentar que no los tenía, aun cuando decenas de imágenes seguían arremolinándose en mi mente y dejando poco espacio para mis propios pensamientos, los quejidos de Nauzet exigían que le diera algún tipo de respuesta, pero se escuchaban muy lejos, casi inaudibles, una tercera voz se unió ante la ausencia de respuestas, Flynn.

Risas, llantos, carcajadas, sexo, sangre y sollozos finales. Todo al mismo tiempo y sin ningún tipo de pausa, notaba cómo los músculos de su cuerpo empezaban a entumecerse, tensos y sus ojos no podían apartarse del cuerpo del macho inerte, y entonces paró. La escena de un prado verde y frondoso se coló entre los pensamientos, y después el rostro de Flynn estaba ante mi; el tercer y último miembro que se encontraba en Zetria, mi amigo; me había apartado del cadáver y sujetaba ambas mejillas con las manos.

Flynn era de los pocos que nunca tuvo miedo de tocarme, nunca tuvo miedo de mi poder y lo que podía hacer este. Era mi amigo y estaba conmigo, siempre y el que hacía que nunca terminara por desmoronarme cuando me introducía en los recuerdos de alguien.

¿Estás bien? Lo noto gesticular, un grueso pitido era lo único que escuchaba, asiento con la cabeza mientras iba disminuyendo el ruido.

Después de cada intrusión siempre había ruido en mi cabeza, pero esta vez era más notorio y una imagen, no, un recuerdo dejaba de repetirse en mi cabeza; lo que buscábamos y cómo se escondía en su bolsillo, y las palabras:

No dejes los tenga.

Esa frase martilleaba mi cabeza al mismo tiempo que mis ojos veían la escena, no terminaba por reconocer la voz, pero conocía el lugar: Persefeiras, el palacio de la reina del Este. No consigo distinguir quién habla con el Cortado, pero noto su apuro y a través de sus ojos los veo, a los otros Cortados asesinados. Le dicen algo, me dicen algo y no logro captar el qué. La escena cambia y ahora estamos en Zetria, lo que se encontraba en el bolsillo solo es un fragmento, los otros Cortados tienen otro y hay algo dentro del Cortado que comienza a formarse, algo oscuro que enturbia sus pensamientos y recuerdos, susurros que indican que haga algo. Lo último que vislumbro es el alivio cuando me ve frente a él, acercando mis manos a su rostro, siente el dolor y finalmente nada, y todo a la vez.

Mis ojos se centran en el bolsillo del Cortado, y no sé porqué digo:

—Nada, no hay nada —los gritos y pitidos que retumbaban en su cabeza iba disipándose hasta quedar en un completo silencio.

Noto cómo las facciones de Nauzet se arrugaban ante una clara desaprobación mientras seguía limpiando sus cuchillos con la chaqueta.

—Busca mejor, este era el último –masculla Nauzet, dando un puntapié al macho, la sangre plateada manchó la punta de sus botas negras.

Un gruñido se formaba en lo más profundo de mi boca, cuando noto un ligero peso sobre su hombro y después un suspiro contra su oreja.

—Si Eirene dice que no hay nada, no rebusques Z, está agotada —voz baja y ronca, Flynn.

Nauzet dejó escapar una risa amarga y rasposa.

—Por fin apareces Flynn y cómo es habitual, tus servicios no han servido de nada —veneno, puro veneno eran las palabras de Nauzet, y Flynn con una genuina sonrisa soltó una carcajada—, solo te falta poner a Eir en una cuna de flores, deja de hacerla débil.

Sangre y LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora