11. Lucian

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Me aclaré la garganta. La tensión en mi brazo tiraba el agarre de la daga, notaba su pulso calmado y cuerpo relajado, en ningún momento ninguna muestra de miedo ante el filo cortante en el cuello, no se movió, y luego lo hizo. No pude ver cómo sus brazos se alzaban y mucho menos cuando giró todo su cuerpo a encararme.

Solo entonces me percaté de la máscara entre sus manos, y su rostro desnudo.

Perdí la conexión de cuerpo-mano, el agarre de la daga perdió fuerza y se separó de la piel morena del cuello.

Oh, por el Dios Verdadero.

Estaba totalmente paralizado. Mis sentidos se vieron anulados ante la sorpresa, el suave brillo lunar alumbraba su rostro ovalado.

La reconocí, aunque solo habíamos intercambiados frases cortas.

Pina.

La bailarina más popular de Lágrimas de Attore, la misma que me vio revolcarme en la vergüenza de mis palabras.

Esa noche había estado sonriente y seductora nada diferente del tipo de mujeres que solía ver rodeado a mi hermano, vestida. No podría olvidar esos ojos verdes tan de cerca. Había finos rastros de pecas espolvoreados por sus mejillas y tenía unas pestañas largas y espesas, pero a diferencia de la otra noche donde solo habían sido sonrisas deslumbrantes y mejillas bañadas en purpurina, ahora había sido sustituido por una mirada dura y filosa, su mirada descendió a donde estaba situada la daga y alzó una ceja.

Sus estaban fijos en los míos y todo pasó muy rápido.

La máscara que había ocultado el rostro de la Dividida cayó al suelo, girando sobre sus propias rodillas se volvió y apresó mi muñeca con un fuerte agarre, la que sujetaba la daga y apretó, haciendo que la soltara. No vi como la otra mano escondida entre los pliegues de la capa estaba situada abajo, agarrando la daga en el aire por el mango. En cuestión de segundos estaba de pie y suelta.

Sin ocultar la gran parte de su pelo tras la ropa y la máscara, se veía claro y espeso, diferente de la otra noche que había estado lleno de adornos y brillos, ahora era una mata de rizos sueltos que se escapan de la trenza, totalmente indómitos, el tono marrón suave de su piel contrastaba con las hebras del mismo tono del cobre. Solo la había visto en dos ocasiones con esta noche, y seguía pareciendo impresionante.

El modo en que me miraba era paralizador.

No se movía del sitio, pero notaba sus ojos escaneándome, evaluándome. Era semejante a una bestia depredadora, dispuesta a devorar a su presa, pero ella no sabía que durante toda mi infancia había estado rodeada de bestias.

Caminó hacia delante, lento y firme.

Ante un paso más, agarré la tierra del suelo, arrojándosela al rostro.

—¡Maldita sea! —cerró los ojos intentando expulsar las muescas de la tierra, en ese momento me acerqué dispuesto arrebatarle la daga de las manos.

Esquivó, ella me esquivó con los ojos cerrados y alzó su pierna, para conectarla con la parte trasera de mi rodilla, haciendo que hincara las rodillas en el suelo por la ausencia de fuerza; pero no perderé y dejaré que me humille ante padre, del mismo modo que ella lo había realizado escasos minutos, giré sobre mis rodillas, aprovechando que terminaba de limpiarse los ojos y me arrojé sobre sus rodillas, tumbándola en el suelo.

Emitió un chillido seguido de una palabrota tan grotesca que haría estremecer a cualquier marinero.

Escalé hasta situarme en la zona baja de su espalda, su rostro estaba enterrado en la tierra y los brazos forcejeaban en sus costados, sentía que esto estaba mal, pero una parte oscura y magullada de mí le gustaba, sentir por una vez que poseía el poder; no contaba con que me apuñalara con mi propia daga. Había levantado lo suficiente su torso para girar y hacer un corte en mi antebrazo, pero capté la intención y la posición de la daga que había intentado atravesar mi brazo, y así del mismo modo, en el momento que perdí la concentración a causa del dolor, empleó la fuerza de su torso y con un impulso de sus piernas nos dio la vuelta. Su pecho estaba totalmente pegado a mi espalda, nuestros cuerpos estaban en contacto, con sus piernas había inmovilizado las mías, al igual que sus manos lo hicieron con mis brazos, de nuevo mi rostro estaba contra el suelo y volví a sentir el dolor de la cara, destellos de cómo padre me abofeteo los revivió mi cuerpo, dando grandes bocanadas de aire para intentar recuperar los escapado, sentía que perdía el aire aún cuando Pina no hacía tanta presión.

Sangre y LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora