17. Eirene

22 5 3
                                    

Solo hizo falta que los perdiéramos de vista y por fin pude ser libre.

Los guardias a mis lados se quedaron parados, expectantes a que me moviera o indicara algo, pero lo primero que hice ante la ausencia de la realeza de Zetria fue quitarme la máscara. Suspiré al sentir la brisa contra mis mejillas.

—Mi señora, nosotros...—alcé la mano para que no siguiera, dejé caer los párpados y deje que los rayos del sol hicieran contacto con mi cara, froté mis mejillas como si aquello pudiera hacer que la luz se impregnara más fuerte en mim piel. Solo entonces miré a los guardias— Dadga acordamos que me llamarías por mi nombre.

El asintió y miré al otro guardia, si no me equivocaba era Eirian, ambos habían ascendido a guardias reales hacía poco, y no estaban acostumbrados a incumplir los protocolos, pero yo los odiaba, me resultaban incómodos.

Estiré lo máximo que pude mi columna hasta que oí los diminutos crujidos que se extendían desde lo bajo hasta mis hombros. Los ojos de los Ancestrales me observaban en busca de algún tipo de mandado.

—¿Dónde está Áine? —los guardias se revolvieron inquietos y se miraron, sabía que querían replicar por mi osadía, pero la posición en la que me encontraba no se les permitía— ¿Y bien?

—Está en el invernadero.

Sonreí y los despaché.

Al principio se quedaron parados en medio del camino, pero a los segundos decidieron partir en dirección contraria a sabiendas que por mi parte no conseguirían nada más que un gruñido. Pese a mis meses fuera y a que rara vez había estado en el palacio, lo conocía como la palma de mi mano, no tardé en encontrar las escaleras traseras que desembocaban en los jardines, y así me metí en el edificio.

Los pasillos cálidos y llenos de flores me dieron la bienvenida, no pude evitar rozar con los dedos las gruesas enredaderas de las paredes o inspirar el aroma floral del ambiente. Los que trabajaban en el palacio iban de un lado a otro, sin detenerse, pero sí lo suficiente para hacerme una reverencia rápida y seguir con sus diferentes tareas.

En una de las ocasiones aproveché para agarrar una de las rojas manzanas de una bandeja, el jugo me hizo salivar.

Si el tercer príncipe descubriera que en verdad la orden de Azel no significaba nada, me mataría, pero él no debía saberlo, ya fue mi error que viera mi cara y el anonimato se había ido a la basura ante el descuido de la pasada noche. Tampoco quería mencionar que le dije mi verdadero nombre, al menos el diminutivo, aquello tampoco entraba dentro de mis planes y aún así lo había hecho, la mirada que me dejó Azel sabía que lo lamentaría en un futuro demasiado próximo.

Enseguida llegué a unas puertas con cristales multicolores, la sala estaba tanto anexa al palacio como uno de los laterales de los jardines traseros.

Al entrar se encontraba una gran sala techada de cristal y con columnas de mármol, el termino de invernadero era un poco incorrecto ya que con el clima que ejercía el arcana en el este siempre había una temperatura media, daba igual que las vegetaciones emergieran en un periodo concreto, en el este siempre estarían floreciendo. Los invernaderos no eran necesarios, por lo que al entrar estuve al aire libre, no había paredes ni ventanas, la brisa corría por una estancia repleta de verde.

Gruesas y enormes macetas estaban colocadas al azar por la sala, así como algunas más pequeñas que colgaban del techo o las columnas, incluso algunas aves descansaban en estructuras únicamente construidas para ellas; y en el centro de la mesa había una discreta mesa forjada en hierro, pintada en su totalidad de blanco acompañada de butacas mullidas.

Y en una de esas butacas estaba Áine.

Alzó la mirada y sus ojos pardos se cruzaron con los míos, una gran sonrisa se abrió paso en sus labios, sus orejas ovaladas se movieron haciendo sonar sus pendientes con campanillas.

Sangre y LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora