16. Lucian

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Sin duda alguna nunca había visto algo tan bonito como Persefeiras, en la entrada de la ciudad esperaba un gran arco formado por dos gruesas ramas de árboles colocados en paralelo, ambas ramas terminaban por enlazarse y fusionarse con el tronco contrario. La ciudad daba la bienvenida en una gran calle principal, la piedra gris y adoquinada se encontraba en el suelo, había ríos en ambos lados de la calle formando pequeños canales, separando la avenida principal de las aceras de las casas y edificios adosados.

La avenida estaba compuesta por grandes árboles en fila con hojas rojas como rubíes, dando una sombra agradable, de las largas ramas colgaban faroles de aceite que alumbrarían la calle por la noche. Los edificios son de piedra clara, semejante a la crema y los tejados de colores vivos, igual que las flores, en las aceras podían verse pequeños comercios y terrazas de cafeterías con mesas de metal negro. Banderolas de todos los colores iban de rama en rama. La composición arquitectónica se alargaba muchos metros más allá de donde nos encontrábamos.

Sabía que estaba siendo irrespetuoso, pero era incapaz de no mirar a los habitantes del Este, ya me había sorprendido encontrarnos aquellos dos Ancestrales de piel violeta, pero lo que veían mis ojos iba mucho más allá de lo que hubiera esperado. Niños Ancestrales corrían por los puentes de los canales, jugando y riendo, tenían la piel verdosa y el pelo como si de un diente de león tratara; los Ancestrales adultos se habían detenido a observarnos, había algunos con grandes cornamentas de ciervo y orejas ovaladas y peludas, otros poseían alas moteadas similares a la de las aves. Incluso había una hembra Ancestral de avanzada edad que la ayudaba un oso pardo a tirar de un carro repleto de hortalizas.

Había personas diminutas con alas de libélula que sobrevolaban las calles transportando cestos de flores silvestres.

Mientras avanzábamos pude volver a notar como muchos de los Ancestrales detenían su mirada en Eir, haciendo aquel gesto junto a la reverencia, no terminaba de creer que aquello fuera por el regreso de un guardia.

Y entonces los vi, junto a muchos de los Ancestrales había Divididos, decenas, de todas las edades y etnias, eran fáciles de divisar con los rasgos humanos, mientras que muchos de ellos observaban a Eir con cierto grado de adoración, otros tenían su vista fija en nosotros, concretamente en Colin y en mí, también en el carro que iban padre y Adelaide.

Pude captar las emociones a través de sus aromas, miedo, y también la ira.

Ira hacia la familia real.

No puedo evitar rebajar la velocidad del caballo de latón hasta la altura del carro, donde está Adelaide con un rostro claramente aburrido, ni intenta retener un gran y sonoro bostezo, intento no enfadarme ante su muestra poco respetuosa, pero más allá de ella padre me observa con ojos angulosos, centro mi vista al frente.

—Esperaba una bienvenida más animada, aburrido —susurra Adelaide.

Padre le dice algo parecido a un regaño, pero no logro entenderlo, acabo distraído al notar como pétalos rosas caen sobre nuestras cabezas, al menos una decena de duendecillas con la piel azulada nos estaba arrojando con suavidad pétalos. Ellas reían y se hinchaban sus mejillas regordetas, al hacer contacto con una de ellas, sus mejillas se tornaron de un azul oscuro y revoloteó en círculos, me arrojó aún más pétalos sobre la cabeza.

Sonreí agradecido.

Otras duendecillas, con el pelo totalmente compuesto de flores nos fueron dejando una corona de flores a cada uno de los que íbamos a caballo, el rostro de Colin se arrugó cuando se la colocaron, pero no dijo nada. Observé a Eir en la cabeza, a ella no le habían colocado ninguna, posiblemente por los cuernos de la máscara, pero al menos tres duendecillas estaban a su alrededor, colocando un inmenso collar de rosas rojas en su cuello y adornando los cuernos con pequeñas florecitas de colores.

Sangre y LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora