12. Eirene

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Hola!! Aquí os traigo el nuevo capítulo, espero que os guste, he adjuntado una playlist de spotify, con las canciones que me imagino que podrían llegar ocurrir en algún momento o que le peguen a un personaje.

¿Que os va pareciendo hasta ahora? ¿Os gusta? Os leo.

Nos vemos en el próximo capítulo, besis!!!



En ningún momento esperé que el príncipe viera mi cara, había fallado y eso me frustraba, al igual que logró atraparme con la guardia baja, ni en todos los futuros posibles habría imaginado que el príncipe lograra desarmarme y sorprenderme, estuvo bien, sin duda con un poco de formación podría ser bastante bueno.

Y no lo reconocería en voz alta, pero verlo gruñir y retorcerse trasmitió algo que no debería estar sintiendo, estaba mal.

Por no hablar de aquello que noté, la vibración suave en el centro de su pecho y los gruñidos bajos que escaparon de su boca, muy semejantes a un animal no a un príncipe, sin duda había algo oculto que caminaba como un animal enjaulado en el interior de sus ojos, y desde que lo conocí no dejaba de venirme a la mente la historia de la maldición que se contaba en los reinos inmortales.

La maldición que cargaba la familia real, eran cuentos y ningún Ancestral nunca lo confirmó, pero se decía que cuando el primer rey Betancourt rompió la alianza con los reinos inmortales, estos ante tal ofensa maldijeron a toda su especie, pues el poder de los seis reyes inmortales era imparable y peligroso. Tampoco era que se concretara mucho la maldición pues al igual que los maleficios, actualmente estaban prohibidos entre los usuarios del arcana, totalmente entendible.

Pero a cada segundo que pasaba, los miraba más detenidamente, a los dos príncipes. Al rey y a la segunda princesa tampoco había tenido gran oportunidad.

Aunque los cuatro tenían grandes similitudes más allá de sus aspectos físicos, el mismo tipo de nariz ligeramente curvada, y lo más principal de todo, los ojos, todo el mundo sabía que era la principal característica de la realeza mortal, nunca hubo una excepción.

Y eso me hizo recordar la canción que me cantaron las primeras noches en Persefeiras, cuando era incapaz de dormir por las pesadillas, todavía recuerdo el arrullo de los brazos de la reina y la suave voz cantando sobre mi cabeza mientras acariciaba mi pelo, nunca nadie hizo eso por mi, tanta amabilidad y cariño, le debía todo.

En esa canción estaba presente el color dorado, el color de la maldición.

Habían transcurrido dos días desde el suceso del riachuelo, dos días desde que el príncipe no me dirigía la palabra, no hizo preguntas, no miró en mi dirección, solo estuvo allí con su montura mirando al frente y de vez en cuando hablando con su hermano o algún guardia.

Me evitaba y era evidente, no me creía, y cuando el creía que era sutil notaba su mirada sobre mí, sobre todos mis movimientos, esperando algo, cualquier cosa fuera de lo normal, también notaba como a veces su vista se quedaba fija donde estaría el resto de mi cara, esperando que mi máscara cayera.

Cada pensamiento se iba a la noche del riachuelo, a su cara, a cómo cambiaba su expresión al reconocerme, de la mayor sorpresa a la compresión y finalmente al enfado ante el engaño; pero el tercer príncipe no estaba previsto que viera mi rostro, nunca, aquella noche en Lágrimas de Attore fue un impulso, nunca debí hablarle y mucho menos haberle seguido el juego desde que partimos de Zetria.

Intenté no moverme mucho sobre la montura, la herida en mi pecho todavía ardía contra la ropa, esa noche también fui impulsiva, sabía que no llegaría a más, todavía podía notar el temblor de sus manos que traspasó a la daga y finalmente a mi pecho, sus ojos habían descendido hasta la punta de la daga y cómo la sangre negra se filtraba, y solo cuando él no miraba el calor consiguió subir a mis mejillas y podría jurar que las del príncipe también.

Sangre y LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora