8. Eirene.

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Es inevitable contener el aliento ante el paisaje, un camino empedrado se abre ante nosotros y alrededor está la vegetación, la vida del este; los colores más vivos y algunos pájaros se podían escuchar silbar y el viento que acariciaba las mejillas era fresco y puro. El verde de los bosques y el azul del cielo parecían fusionarse creando una línea intermedia en el horizonte; pude captar el olor de la eterna primavera, ese aroma dulzón que tanto adoraba.

Las flores más brillantes y de colores vivos florecían por todo el camino empedrado, en ningún otro lugar que no fuera el Este se podrían encontrar flores así, nunca tan hermosas e irreales.

A mi derecha, el príncipe Lucian miraba todo con la boca abierta y una gran sonrisa en sus labios, no pude evitar sentir una punzada en el pecho.

Miré al frente, mi humor mejoraba por momentos, tuve que contener el impulso de bajar la montura y respirar de cerca el suelo, o prescindir de las botas y sentir la tierra entre los dedos descalzos. El sonido de los cascos del caballo contra el pavimento hizo bajar la mirada, poco a poco el camino se diluía dejando paso a la hierba del mismo color de las esmeraldas. Habían pasado meses desde que pudo ver tales paisajes, de sentirme en casa de nuevo, el arcana fluía hasta en la brisa y solo podía dar las gracias por tal regalo.

A mis espaldas, el príncipe Colin insistió en continuar la marcha, que guiara en camino hacia la capital, Persefeiras.

Sería un placer.

***

El resto del día transcurrió a caballo.

Sin duda el Reino del Este no tenía nada que envidiar a Zetria, con tan solo una inspiración notaba el aire limpio y sin residuos, hasta notaba la piel más limpia y menos pegajosa, el calor húmedo de la capital mortal era atroz.

El paisaje fue haciendo hueco a arboles más próximos y frondosos, los restos del sol se colaban entre sus copas, iluminando el amplio sendero. A medida que transcurría la mañana el sol se situaba en lo más ato, dando un calor agradable sobre el cuerpo. Solo se oía el murmullo de los caballos de latón al trotar; durante la travesía prefería mantener un sepultar silencio, solo optaba por abrir la boca cuando el príncipe Colin me lo ordenaba y la mayor parte del tiempo decidía ignorarlo.

Avanzábamos por los inicios del bosque, el camino antes empedrado comenzaba a diluirse en la tierra oscura, dejamos atrás la explanada verde que había rodado los muros separatorios de Zetria, si el verde había sido brillante en los paramos previos, ahora parecía intensificarse en la entrada del bosque.

Fue cuestión de horas que alcanzásemos el bosque de Tuhk, posiblemente uno de los bosques más frondosos y extensos del continente, sin contar los que se situaban en el Reino del Oeste; servía como entrada principal al territorio del Este y como principal barrera para quienes no habían sido invitados al reino, el único paso para llegar a Persefeiras era a través del bosque. Era un terreno peligroso, hasta los habitantes del Este dudaban de introducirse en el bosque, innumerables peligros aguardaban en lo más profundo del bosque, era normal que el rey hubiera solicitado mi presencia para llegar a salvo, nadie fuera del reino sabía con exactitud como sortear los peligros del bosque.

Solo hubo una vez que puse en duda los rumores del bosque de Tuhk, ya habían pasado años y de recién llegué al Este, creí que era valiente adentrándome en el bosque, sola y armada tan solo de un cuchillo, estuve desaparecida casi una semana hasta que el guardia personal de la reina me encontró, magullada y temblando cerca de los límites del bosque. Lo que vi y lo que me hizo sentir todavía hacía que se me comprimiera el pecho, no lo conté y tampoco nadie quiso saber, no resulte ser la primera en interesarse y probar su valor en el bosque, sin duda fui de las pocas en salir decentemente bien.

Sangre y LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora