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Elif

El cielo está despejado, no hay ni una sola nube. Y las mariposas pasan sobre mí mientras se dejan llevar por el viento y el polen que recorre el lugar.

—¿No deberías estar arreglándote para tu viaje?

Giro en dirección a la puerta. Estoy tirada en el pasto desde que llegué. No quiero levantarme, estar aquí se siente muy bien.

—¿Me estás echando? —Cubro mis ojos con el antebrazo.

Mañana debo irme a la capital porque fui aceptada para estudiar lenguas antiguas en el instituto Hutcher.

—Me lastima que digas eso. —Suelta una risa despreocupada.

Quito mi antebrazo para observarlo. Su cabello brilla mucho bajo la luz del sol; tanto como su sonrisa. Muchas veces me he preguntado si alguna vez él ha pasado por algún problema. Es que no hay una sola vez en la que lo no lo haya visto feliz. O tal vez, no ha querido que lo vea triste o afligido... En todo caso, me gusta que me muestre su sonrisa.

—Ni tú te lo crees. —Me levanto del pasto y acomodo mi cabello—. Ya tengo todo arreglado. Papá está ansioso porque le prometí visitarlo de vez en cuando.

—Me alegra mucho escuchar eso. —El chico toma asiento a mi lado—. Estoy feliz de que los tres estemos logrando nuestros sueños.

Mi corazón da un pequeño salto mientras un dolor invisible se remueve en todo mi cuerpo.

«... tres...».

Hace un tiempo había imaginado que este momento sería diferente. En lugar de estar solo nosotros dos, fuéramos tres.

Cuando llegué al pueblo estaba nerviosa, no conocía a nadie, pero sabía que mis padres sí y eso me reconfortaba. Sin embargo, el que papá hubiera regresado a la capital tan solo un semana después de habernos mudado, no me sentó muy bien.

Al llegar al colegio tragué en seco mientras ingresaba a mi primera clase. Todo era diferente y me sentía nerviosa. Estaba tan acostumbrada a vivir en la capital, que era casi palpable mis emociones al llegar. Sin embargo, un recuerdo que atesoraba desde pequeña me daba fuerzas para seguir.

La primera vez que vi a Dyunis en el colegio, me pareció un poco curioso notar que no hablaba con nadie. Desde que llegaba se la pasaba leyendo algún libro. Por un tiempo llegué a pensar que no tenía amigos. Eso fue hasta que un día lo vi junto a Nain.

Yo quería alejarme del bullicio de la cafetería para que nadie viera mi tristeza. Papá nos había prometido que iba a regresar para vivir con nosotras, como lo habíamos planeado desde un inicio. Esa fue su promesa y él me enseñó a cumplir mis palabra, pero él no lo hizo. No volvió. Con frustración me encaminé hasta detrás de la gradas y me senté recostando la espalda contra una pilastra mientras cerraba los ojos.

De repente escuché una risa. Era graciosa y estruendosa y eso me hizo sonreír aun con los ojos cerrados. Abrí los ojos de golpe para girar y lo vi. Su cabello castaño se revolvía con la brisa que soplaba en el lugar. Sé que era tonto, pero verlo así me llenó de felicidad y olvidé por qué me encontraba en aquel sitio.

—¿Cómo está él? —Por alguna razón mi voz tiembla ante esa simple pregunta.

La última vez que lo vi fue hace cuatro meses. Al salir del acto de graduación lo vi cerca del estacionamiento junto a su madre y la familia de Nain. Quise acercarme a él. Quería solucionar las cosas, pero no pude.

—Bien. Al parecer está en un proyecto de arqueología. Ya sabía yo que mi amigo es un genio. —Sonríe orgulloso.

—Él es asombroso y se merece lo mejor.

Hyelu © [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora