16: Baile

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Adrinette April

El Real Yo

Baile

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Desde que vivía solo, Adrien había aprendido a interactuar más.

Aunque aún era cara de la marca de su padre, pues era uno de los tratos que él mismo había arreglado con la señora Tomoe a cambio del favor que le hizo, no tenía tanta carga encima. Su agenda se concentraba solo en los fines de semana, días en que Marinette trabajaba con Audrey, y aunque quedaba agotado, no podía evitar que los días de semana, disfrutara su nueva vida.

Su guardaespaldas venía a recogerlo todas las mañanas, sin importarle si a su padre le gustaba o no la idea, y en ese aspecto, agradecía mucho la lealtad de éste, aunque sabía en el fondo, que Nathalie tenía mucho que ver.

El almuerzo lo compartía con sus compañeros, o con los padres de Marinette en la panadería. Y en las tardes, cuando volvía a su departamento, solía apurarse porque cada día, a las cinco y media de la tarde, la señora Solange cargaba unas pesadas bolsas de supermercado y él le ayudaba a subir.

También, le daba clases de piano a un joven del piso cuatro con lo que costeaba el pago de luz y agua. Para el internet, usaba los datos móviles de su propio celular. Se las estaba arreglando de maravillas. Estaba bien, estaba tranquilo y estaba acostumbrado a estar tan solo que la verdad, poco le importaba estar en ese cuarto, del tamaño de su antiguo baño.

Era feliz y le importaba más eso que cualquier otra cosa.

Pero, ese día cuando llegó, observó que varios de los vecinos del edificio que eran jóvenes universitarios o adultos mayores solos, estaban armando mesas en una pequeña plazuela que había detrás del edificio.

—¿Qué sucede? —le preguntó a Pierre, el joven de veinte años al que le daba clases de piano.

—Es el cumpleaños de la señora Solange, así que vamos a celebrar —Adrien solo hizo una o con sus labios, pero no emitió sonido. Él no lo sabía y se sentía bastante culpable de no tener nada que regalarle.

Aun así, observando que su guardaespaldas aun no se había retirado, pues siempre esperaba que ingresara al edificio, le pidió un último favor.

Sabía que Marinette tenía una manta tejida que habían estado experimentando con sus compañeros de trabajo, así que esperaba que no la haya vendido, ese sería sin duda un buen regalo para la señora Solange, sobre todo en las tardes donde se sentaba en la conserjería.

Para su buena suerte, Marinette tenía la manta y la tarde libre para acompañarlo a la celebración de la dueña del edificio. La mujer observó la manta encantada de la vida y aseguro que le daría un excelente uso.

Adrien observaba a la gente reírse, bailar y compartir con tanta alegría que sentía algo completamente extraño en todo su ser.

¿Esa era la verdadera felicidad? ¿Disfrutar de la vida? ¿Estaba él realmente disfrutándola?

Sentía que sí, que realmente era feliz y disfrutaba de su vida, pero no podía dejar de preguntarse...

¿Quién era él? ¿Cuál era su propósito? ¿Tendría una versión real de si mismo? ¿Sería siempre igual? ¿Podría tener una vida como cualquier otra persona?

Aquellas preguntas no dejaban de acudir a su mente, en momentos, como éste.

Pero, como siempre, cada vez que sus pensamientos se iban oscureciendo, una mano se extendía hacia él, una cálida y pequeña mano que le pertenecía a la chica con los ojos celestes más bonitos que él había visto en su vida y la sonrisa más encantadora.

—¡Ven! —le dijo, tomando su mano—. Vamos a bailar.

Él se levantó y la siguió a bailar, y esperaba olvidarse de todas sus preocupaciones por el momento. 

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