Prólogo

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Baulgrana, enero de 1791

Luego del fin de año, las celebraciones en la corte habían continuado siendo muy animadas, pero Elizabeth casi no participaba, ya que seguía guardando reposo por su embarazo delicado, como obsesivamente deseaba William. Además, como él siempre subía temprano a estar con ella en la habitación que compartían, no sentía la necesidad de estar con la corte. No siendo el caso de esa noche, ya que su suegra le había comentado que era muy importante que hoy estuviese en la multitudinaria cena, que habría en honor al embajador de un país vecino, reino con el cual William quería aliarse, luego de haberse roto las relaciones irremediablemente con el reino del rey Darcy el año pasado. Así que ahora Elizabeth se encontraba con un vestido celeste vaporoso, cenando en la mesa principal de las varias que había en el salón, al lado derecho de su esposo, quien estaba a la cabecera. Su suegra estaba al lado izquierdo de William, siendo la que más alagaba al gobernante, deseando Elizabeth tener la soltura de ella, en este círculo que le causaba desosiego por no sentirse con derecho de estar con ellos. A su alteza Beatriz todos en la corte la admiraban, había notado Elizabeth desde que había llegado a Baulgrana, mientras que a ella seguían repudiándola con disimulo, prueba de ello es que cuando ella hizo un comentario sobre la comida, todos los que habían respondido a su suegra, callaron y no le siguieron la conversación a ella, siendo William el que le respondió agarrándole la mano, mirándola amoroso con sus ojos azules.

—Su majestad ¿no cree que es peligroso para su reino que no exista una reina, como tal? —comentó en ese preciso instante el embajador, un anciano, algo insidioso, dejando en un silencio sepulcral el salón. Elizabeth se sintió expuesta y abochornada ante el comentario del hombre y vio cómo su suegra, agarró de inmediato la mano de William para calmarlo, ya que miró al hombre como si lo fuese hacer tragar el tenedor con que se estaba llevando la comida en la boca, desde el otro lado de la mesa.

—No, no siento nada de peligroso en eso. —respondió tan cortante como una navaja William, vestido esa noche con una casaca dorada, pantalón oscuro y su corona adornando su cabeza— Mas peligro hayo cuando no se sabe controlar una lengua.

—Bien, es hora de que vengan los artistas. —palmeó su suegra, queriendo aligerar el ambiente tenso entre su hijo, el embajador y los nobles de la corte que los rodeaban, esperando más chisme. Entonces Elizabeth vio entrar al grupo de teatro que venían a hacer un drama musicalizado y todo pareció pasar, pero cuando terminó la cena, William le pidió que subiera con su madre al cuarto, que él iría despues y en su rostro ambas notaron que habría problemas.

—Ten cuidado con lo que harás. —le pidió Elizabeth en el pasillo, agarrándole las mejillas con sus manos enguantadas —Solo fue un comentario fuera de lugar. Se nota que ese hombre es una persona sin mucho tacto.

—Sin duda alguna para humillar a la mujer que amo en mi cara. —respondió William, carente de emoción. Para cualquiera sería terrorífico tratar con una persona que parecía de hielo, pero Elizabeth sabía que debajo de toda esa caratula, había un hombre dulce que la trataba con infinito cariño.

—William...

—Nos vemos más tarde, corazón. —la cortó él, acariciándole la barriga, luego caminó hacia la puerta y Elizabeth trató de seguirlo, pero su suegra la detuvo y le dijo que su hijo tenía razón en hacer lo que fuese a hacer, porque aquel embajador no tenía ningún derecho de decir eso en la mesa, haciéndola sentir mal, menos frente a toda la corte. Elizabeth sabiendo que la corte debió disfrutar por lo bajo del incidente, le asintió. Así pues, luego subió a sus aposentos a simplemente esperar.

Cuando pasó el tiempo, su suegra se despidió de ella y las criadas la ayudaron a tomar un baño y a cambiarse. Entonces esperó despierta a William, quien volvió viéndose raro.

Su reina por derecho  (LIBRO 2. Trilogía Reino de Baulgrana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora