William no tuvo que esperar mucho una respuesta de la reina Carlota, la misma al día siguiente le dijo que estaba de acuerdo con la unión y la boda se llevó a cabo esa misma semana, en el más completo hermetismo, en la capilla del castillo.
Solo estaban el cardenal que oficiaba la boda; Sir Conroy, el señor Hall, la vieja madre de la reina ataviada con velo litúrgico y dos testigos del reino (personas de confianza que no dirían lo que habían presenciado hasta que los contrayentes anunciaran esta unión. Ya que ambos sabían que no era conveniente que llegara a los oídos del rey Darcy que estaba vivo).
William, llevando por fin ropa decente de monarca que le mandó a confeccionar la reina, pronunció los votos de matrimonio y firmó las actas, desapasionado, nada parecido al día que se casó con Elizabeth, en que le había hervido la sangre por ir a hacer valer sus derechos de esposo. Algo que nunca le pasaría con esta mujer, vestida también toda tapada como la madre, al lado de él.
Su interior era hielo. Estaba frío. Su pene dentro de los pantalones estaba flácido, muerto desde el día que murió Elizabeth y no había nada que hacer. Ninguna otra jamás lo haría sentir lo que sintió con su difunta esposa, la única mujer en el plano romántico que tocó lo más profundo de su alma. Cuan imbécil había sido, pensando que se aburriría de Elizabeth, después que lograra llevársela a la cama. Se había enamorado como un poseso y nunca podría permitirse ser tocado por otra, por eso tenía un plan para escabullirse, de cumplir como esposo. No podía faltar a lo que le había prometido, que nunca habría nadie más, aunque esta estuviese ya muerta y esto solo lo hacía por vengarle, se dijo armando mentalmente su plan, cuando luego de la ceremonia, en la alcoba alejada en una torre, esperaba a la noche para ir a visitar a la reina. Ya se había quedado aquí anoche por pedido de Carlota por lo que se iba a celebrar hoy, así que recorrió la habitación amueblada pensando como daría cada paso para engañar a la reina. La misma era astuta, se había dado cuenta al leer todas sus condiciones en los documentos que le hizo firmar, pero que fuese poco versada en temas de alcoba, le daba la ventaja a William, porque si le había creído que preñaba en una noche era indicativo que quizá nunca la habían desflorado. Y así se quedaría hasta sabría Dios cuando, se dijo, sentándose en una silla y uniendo las manos, ansioso, esperando la noche.
Noche que llegó finalmente.
Ahí William fue conducido por Conroy al aposento de la reina, hombre que le dijo que el cardenal de Albendren se quedaría afuera de esta alcoba real para esperar la prueba de sangre que necesitaban para comprobar si se había efectuado la consumación. En otros casos estarían miembros de la corte también viendo, pero como era un caso especial, solo el cardenal, indicaba Conroy, pensando William que esta gente seguía encerrada en la época medieval.
William, al pasar a la estancia opresiva de la reina, entendió a Elizabeth cuando entró en pánico la noche que se casaron, que hasta lo golpeó cuando él quiso hacerla suya. Ojalá él pudiese darle un porrazo también a esta bruja y escapar, como si escapó Elizabeth esa primera noche de él, pero no podía hacer eso si quería ejército, tenía que aparentar que se cogía a la bruja, recordó caminando hacia la cama empotrada en una tarima, con cortinas blancas, donde ya estaba acostada Carlota con un camisón largo y lleno de volantes anticuado, que habría sido una desilusión para un hombre que de verdad desease desnudar todo su cuerpo.
¿Habría alguien que quisiese hacer eso, siendo la reina tan poco agraciada?
—¿Sabe cómo va a ocurrir todo? —decidió William preguntar a la reina para tantear sus conocimientos.
—Sí, mi madre me ha explicado que debo abrir mis piernas y que sentiré dolor agudo, pero que debo aguantar y dejarlo hacer—respondió la mujer, viéndosele una mueca en la boca de terquedad, seguro porque no le gustaba estar en esa posición de desventaja.
«Excelente. Es ignorante del acto», pensó William, sacando un frasco de aceite del bolsillo del pantalón que le serviría para su engaño.
—Abra las piernas, entonces. Le pondré esto.
—¿Qué es? —preguntó Carlota, viendo William que le molestaban las órdenes, pero, en fin, a la única que le tenía condescendencia cuando se ponía rebelde estaba muerta, así que él mismo le abrió las piernas, contestando:
—Es un aceite que le adormecerá su parte para que no sienta ese dolor agudo que le comentó su madre.
—No se preocupe. Aguantaré. —alzó la barbilla ella.
—Esto es grande mujer.—replicó William bajándose los pantalones.
Vio a Carlota abrir los ojos por verle el miembro, que, aunque el mismo estaba desmayado y dormido, era largo y lograba asustar a una doncella que no sabía que aquello estaba fuera de combate.
—Haga lo que tenga que hacer.—dijo ella volteando la cara para un lado y William le subió las faldas y le vertió líquido, luego simuló que le daba una embestida, pero en realidad en una mano tenía una navaja, cuya punta penetró la piel del muslo de la reina levemente, haciéndola gemir. William la había cortado para conseguir la sangre y que ante el dolor ella pensara que la había desflorado, pero en realidad nunca metió su pene en su vagina. Ella continuaba siendo virgen y se creería que no le dolió mucho lo que pasó por el líquido que le había puesto.
William siempre había sido tramposo y nadie iba a obligarlo a nada que no quisiera.
—Disculpe, si la he lastimado también con la hebilla de los pantalones.—le dijo por si ella se preguntaba más adelante que era esa cortada en la pierna.
Ella no dijo nada, entonces él se cubrió para ir a llevar a la puerta la sabana manchada requerida por el cardenal.
Bien, había engañado a todos, saliendo bien librado, se felicitó, queriendo marcharse lejos de esa mujer que no le inspiraba, siquiera el tener una charla, porque la dejó allí, mientras ella estaba ladeada en la cama, abrazándose a sí misma.
Ella no le interesaba y no iba a fingir que así era.
Él solo quería los barcos y los hombres, concluyó alegrándole de que al amanecer del día siguiente, Conroy fue a avisarle al cuarto que le habían asignado que ya estaban preparadas las embarcaciones, con el ejército que le prometió la reina.
Junto al hombre y el señor Hall se fue al puerto y le fueron presentados los soldados.
Lo único que no le gustaba es que dentro de los hombres había un almirante que Carlota había mandado para vigilarle, pero bueno, entendía a la reina, ella no quería que fuese a escapársele, el hombre que ella pensaba se le había entregado.
En fin, ya tenía lo que quería, ahora que empezara el juego.
Todos pagarían, se juró en el barco principal que guiaba a los otros diez detrás, en que estaba incluido el de los piratas que había matado.
Iría por todos.
ESTÁS LEYENDO
Su reina por derecho (LIBRO 2. Trilogía Reino de Baulgrana)
FantasyWilliam y Elizabeth esperan la llegada de su hijo con ilusión, pero los enemigos del rey harán peligrar la felicidad que tiene junto a su esposa y su madre en el reino. Inevitablemente estallará una guerra donde William tendrá que dejarlas solas, si...