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William por fin esa mañana vio la costa de Chipre. Había navegado con más rapidez desde que había encontrado entre los cuerpos que los piratas tenían para vender, a un hombre vivo. Le había dado pan y vino y curado las heridas, ahora este le ayudado con las velas del barco para que él pudiese llevar el timón, sin interrupciones, así que ahora estaba arribando a su destino.

Había venido muchas veces con su padre a hacer tratados con su tío a este país caliente y conocía como llegar al castillo del monarca. Despues de salir de esta zona de playa había que cabalgar media hora para llegar a la edificación de su tío, que él llamaba palacio- pese a ser rudimentario- en el centro de la ciudad.

William luego de dar instrucciones al aliado que había salvado, que cuidara el barco, que el mandaría por él despues, se acercó a un camino a esperar tras un árbol a alguien para robarle su carreta, o caballo, lo primero que pasara. Puso una hilera de piedras en el camino para hacer al desafortunado parar y no tuvo que esperar mucho porque al poco rato venía una carrera con heno a la que hizo caer en su trampa y luego de atacar al conductor dándole un golpe, soltó uno de los caballos del vehículo y se emprendió hacia el palacio de su tío, a galope. La pierna que él mismo se había curado sacándose la bala y poniéndose un torniquete, le dolió un demonio, pero él continuó en el caballo robado.

Había hecho estos robos un sinfín de veces, porque desde niño le habían enseñado a robar a conductores, solo que esta vez no mató a esa persona, sabiendo que no era justo porque no le había hecho nada.

Su Elizabeth le había devuelto humanidad.

Recordarla le hizo arder el corazón porque volvió a imaginarse su final y lo que pudo haber sufrido.

Iba vengarla.

No importaba lo que tuviese que hacer.

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Ganah

Elizabeth temió lo peor cuando esa mañana a primera hora había sido avisada por su suegra que el rey Darcy había decidido que tenían que salir del palacio ese mismo día, rumbo a otra propiedad de él.

—Dice que estaremos mejor en una de sus casas de campo, luego de lo que pasó con su hijo. Y yo opino lo mismo. Así podrás tener a tu bebé con tranquilidad—le había dicho la reina madre, mientras el doctor le había dado la última revisada, diciendo tambien que le convenía un lugar más tranquilo.

Elizabeth lo único que sabía es que hubiese preferido que William estuviese con ella y nada de esto hubiese pasado, pero no lo exteriorizó. Esa mañana no había tenido ganas de hablar. Los oídos le zumbaban y tenía una pesadez espantosa. Solo se había dejado guiar por los guardias del rey por los pasillos, hasta el exterior donde había un carruaje, mientras su suegra la agarraba del brazo como protegiéndola. La misma tenía una cara de tristeza terrible y Elizabeth suponía que se debía a que se sentía mal porque lo que hizo el príncipe Héctor, echó atrás el avance que había conseguido con el rey Darcy, porque que prácticamente las echase era una prueba que no estaba dispuesto a parar la guerra.

Elizabeth trató de no echarse a llorar ante esta idea, solo se quedó callada en todo el viaje, hasta que pararon en una posada. Allí costándole cada paso, fue con su suegra al comedor del lugar, ya que ni tiempo les habían dado para desayunar en el palacio del rey y cuando salieron de nuevo hacia el carruaje vio que eran otros hombres, con diferentes uniformes los que las esperaban para ahora custodiarlas en el carruaje. Al ver la palidez de su suegra por la nueva guardia a Elizabeth se le subió el corazón.

Su reina por derecho  (LIBRO 2. Trilogía Reino de Baulgrana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora