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Baulgrana 1791, finales de febrero.

William quería matar a más de cuatro aquella mañana, luego de recibir al comandante jefe y su ayudante en su despacho y estos le dieran la funesta noticia que Harold de Sajonia había tomado con un gran ejercito el canal de Siam, ya que el rey Darcy le había cedido gran cantidad de hombres para que lo apoyaran en su propósito.

—Se hizo lo posible, su majestad, pero el príncipe Harold con ayuda del poderoso ejército del rey Darcy, ayer en la mañana nos atacaron masivamente, venciéndonos.

William apretó los dientes, no pudiendo concebir lo que oía

—Y desgraciadamente, aparte del canal, tomaron dos pueblos más de Baulgrana. —seguía informando el hombre, a quien se le veía sucio el uniforme, como si hubiese pasado las de Caín para lograr, llegar a dar este reporte.

¿Que creía esa maldita rata de Harold, que podía robarse lo suyo, así sin más? Se indignó William maldiciendo en mil idiomas al viejo decrepito de Darcy quien se notaba, seguía pensando que él le había hecho daño a su hijo Héctor para haberse aliado con Harold de Sajonia.

Lo que tanto había temido.

—¿Cuántos soldados pudieron volver y cuantos quedaron? —preguntó William, luego de salir de la perplejidad.

—Volvieron unos cien, majestad. Muchos heridos, jóvenes valientes que lucharon para no dejarlos avanzar—contestó la primera pregunta el hombre, quien continuó— Allá quedaron otros cien, quienes seguramente ya para esta hora murieron en las manos de esos más de cuatro mil hombres. El ejercito prestado por el rey Darcy es formidable. Llevan consigo los últimos modelos de escopeta, además de cañones, flechas, espadas y buena estrategia. Nosotros no teníamos más que mosquetes de modelos antiguos y éramos pocos hombres para semejante aluvión de soldados.

—¡Pues me vale ese ejercito del viejo! —gritó William golpeando el escritorio con las palmas— Todos se van a morir. Incluido Harold de Sajonia. —agregó seguro y decretó: — ¡Mañana mismo saldremos a detener el avance de esos imbéciles!

—¿Ha dicho que irá, majestad? —preguntó Cuviert, su fiel ministro, pareciendo preocupado. En los reinos siempre era importante que se resguardara al monarca, pero William era un héroe de guerra y no se quedaría sentado esperando a que los enemigos siguieran apropiándose de tierras de Baulgrana.

—Sí. No te preocupes. Volveré. Ellos no saben de guerra más que yo. —dijo recordando que desde niño había sido entrenado para matar, además desde los doce que su padre lo devolvió al reino, lo había hecho participar en dos guerras en que tomaron territorios, además de su guerra propia que lideró hacia Siam, cuando se hizo rey.

—Deberá dejar la regencia a su madre...—dijo su otro ministro de peluca y finos modales, quien siempre había sido opacado por Cuviert y el traidor que ejecutó el año pasado, pero William lo conservaba porque tenía buenas ideas—...ya que no es adecuado que se la deje a su duquesa, estando en estado de embarazo.

William sabía que aquello que le decía era una sutileza para no decirle que no podía dejarle la regencia a Elizabeth porque no era su reina, ya que todos los poderes le habían sido quitados el año pasado cuando el cardenal del vaticano vino a investigarlos y decidió que, aunque alegara que era una princesa perdida (la mentira que él inventó para casarse sin que fuera un matrimonio morganático) ella no debía seguir llevando títulos de reina. Le molestaba no haber podido arreglar que se le devolviese eso a Elizabeth, más ahora que hasta podría dejarla viuda sin derechos a heredar todo lo del reino, por eso a voz de grito, antes de empezar a ahorcar a todos, ordenó a sus ministros que fueran a preparar el documento de regencia. Además, mandó a buscar a su madre para informarle que se iría y ella quedaría con el control de todo. Mientras aparecía empezó a hacer preguntas a los soldados sobre más detalles de lo que habían visto en el ejercito del enemigo, volviendo a maldecir al viejo decrepito por meterse en esto, cuando justo esperaba a su bebe y no quería ir a ninguna parte para quedarse con Elizabeth, pero era su deber de rey proteger su reino, recordó, volviendo a maldecir, en eso entró su madre, haciéndolo bajar su tono para atenderla. Entonces la puso al tanto de todo, diciéndole su mayor temor: que Elizabeth por irse pensara que no la quería más que el reino y lo aborreciese como el año pasado, cuando pensaron que perdieron el bebé. Su madre lo animó diciéndole que Elizabeth había cambiado su percepción respecto al reino y lo entendería, recomendándole que debía hablar con ella. Entonces firmaron la regencia, los papeles que la hacían la autoridad del reino. Del reino del que no se quería ir porque amaba a Elizabeth tanto que pensar estar lejos de ella lo rompía por dentro. ¿Ahora como la cuidaría en el embarazo?, se preguntó, sintiendo que la vista se le cristalizó en lágrimas, por ello volvió a maldecir al viejo.

Su reina por derecho  (LIBRO 2. Trilogía Reino de Baulgrana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora