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Elizabeth al ver la situación de peligro, apenas lo pensó, en un instinto de supervivencia, intentó huir, saliendo del lado contrario de la cama, pero era lenta por el embarazo y el príncipe se le echó encima de inmediato al imaginar lo que pretendía y acto seguido, le puso el cuchillo en el cuello, quedando ambos ladeados en la cama.

—¿A dónde crees que vas maldita? — le murmuró él al oído, luego del forcejeo, oyéndose vacío; casi inhumano.

—¿Có... como entró aquí? —le preguntó Elizabeth sofocada, no entendiendo cómo él había podido llegar su cuarto, si se suponía no podía caminar, además el rey les tenía vigilancia.

—¡Cállate, no quiero oírte! —le ordenó él, sin responderle y Elizabeth pudo notar que su mano temblaba, como si en el fondo no estuviese muy seguro de cometer este cruel acto, por eso le dijo:

—Usted no quiere hacer esto...por favor baje esa arma.

—Claro que quiero hacer esto, maldita...Voy apuñalarte esa barriga hasta arrancarte el hijo de William V—susurró él, helándole las venas.

—¿Y eso le servirá para quitarse el dolor que lleva dentro? —replicó Elizabeth, sabiendo que su voz era su única arma para salvarse, ya que con un solo movimiento él podría degollarla.

—¡Cállate! —le gritó el príncipe, pareciendo afectarle sus palabras. Elizabeth notó que parecía muy desequilibrado y su mano agarrando el mango del cuchillo seguía temblando, así que le siguió hablando.

—¿Cree que la muerte mía y de mi hijo le devolverán la capacidad de caminar?

—¡Que te calles, puta! —bramó él reaccionando mal a sus palabras y Elizabeth sintió que el corazón se le paró, cuando él la lastimó con el cuchillo levemente, por haber apretado un poco más en su ataque de ira.

—Por favor...no haga esto...piedad—susurró ahogada y sintiendo lágrimas calientes correr por sus mejillas. No quería morir, quería tener a su hijo y quería volver a ver a William. Un sueño bastante lejano, pero algo que jamás dejaría de soñar.

—¿Por qué tendría que tener piedad cuando tu marido no la tuvo conmigo? —sonrió él tétricamente, quizá por oler su miedo y saber que tenía el control de la situación. Una risa que no expresaba humor, sino el más horrendo de los dolores. —¡Él me condenó a una cama! ¡Él me destruyó y me convirtió en un medio hombre!

—Él no fue...se lo puedo asegurar—susurró Elizabeth, temiendo que al hablar se cortarse más con el filo del cuchillo que amenazaba su cuello.

—¡Mentira! —volvió a gritarle él —Él lo planeó, me hizo creer que yo estaba ganando la justa, me hizo sentir felicidad; me hizo pensar que yo podría enorgullecer a mi padre y a mi país ganándole a un guerrero como él y el último día...el último día me dio el golpe de gracia...acabó conmigo y ahora soy esto...—soltó desahogándose, dándole tanta pena a Elizabeth—¡POR SU CULPA SOY UN DESPOJO HUMANO!

—Usted no quiere hacer esto, Héctor—le repitió ella, rogando no perder la vida a manos de ese hombre tan lleno de ira. Que irónico que hubiese deseado tanto verlo y ahora lo tuviese a punto de matarla. Habían dañado tanto al príncipe Héctor, que este ya no se parecía en nada al joven respetuoso y amable que ella había conocido y que ella había esperado con ansias volver a ver.

—Si quiero hacer esto ...te voy a degollar y luego sacarte ese engendro que llevas en el vientre con la sangre maldita de William V.

—¿Y despues que haga eso, que le quedará? —replicó ella, sintiendo que sudaba profusamente de terror, bajo el camisón—Una consciencia sucia...una consciencia que siempre le recordará que mató a una mujer embarazada e inocente.

Su reina por derecho  (LIBRO 2. Trilogía Reino de Baulgrana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora