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El día del ataque llegó.

Baulgrana se tiño de fuego, porque los hombres de Darcy no supieron que hacer cuando reprimiendo al pueblo (que luchó como pidió William), vieron que entraron más de quinientos hombres uniformados, disparándoles a diestra y siniestra.

William, quien estaba vestido todo de negro con la cara oculta, los dirigía a caballo, posición donde le disparó a más de cuatro cristianos, hasta que llegó a la verja de su propio palacio, derribándola entré él y sus hombres para adentrarse al palacio.

Dentro en el vestíbulo, luchó contra más soldados, que salieron con espadas, dejándolos tirados muertos en sus finas alfombras y a otros rogando que nos los matara, hasta que apareció Cuviert inclinándose ante él.

—Estoy a su total disposición. —dijo el hombre y William pensó que había pasado un siglo desde que lo había visto.

—¿Cuál de estos es el general? —señaló a los rendidos que sus hombres apuntaban en el suelo.

Cuviert dijo cuál era y William ordenó que se lo dejaran vivo, junto a los otros inclinados para más tarde torturarlos con el fin de sacarles información de Ganah, luego preguntó de forma confidencial a su primer ministro por su primo.

Cuviert le indicó en los aposentos del sur, donde más temprano se le había hecho una encerrona mandándole una mujer que lo sedujese y durmiese antes de empezar los enfrentamientos. William había pedido esto para que no se le escapase, así que fue hacia ese lugar, desesperado por iniciar a cobrar su venganza.

Reynald Bowes Teck, el conde de Ambrose se paró tambaleante de su cama, tomó su bata y caminó hacia el baño preguntándose por qué se habría escabullido la criada con que estuvo copulando. No era la primera vez que se llevaba a una de esas putas que por unas monedas sé vendían, pero le llamó la atención que no hubiese esperado sus monedas. Seguro la desgraciada le había robado, concluyó, sintiéndose aburrido de todo.

No podía negar que pasaba buena vida desde que había logrado hacer que mataran a su primo y a toda su familia. Solo que no había logrado hacerse con el poder absoluto de todo.

El general de Darcy no le había permitido más que un papel decorativo en el reino, teniéndolo solo para que la corte aceptara el régimen, a veces hasta tratándolo mal. Otra vez era el segundón en este reino y esto lo había enloquecido tanto, que hacía unas semanas había pedido al otro ministro de William, que era su aliado, matar a Cuviert, pero este último no había caído en la trampa y hasta les caía mejor a los hombres de Darcy que él.

Ambrose solo le había tocado seguir fingiendo lealtad a estos imbéciles para no ser sacado y seguir acumulando dinero del reino, pero su plan inicial de ser el rey no había salido como había querido, porque había escrito al vaticano exigiéndole su corona y estos le dijeron llenándolo de rabia, que esos papeles eran falsos. Lo habían engañado y ni siquiera podía reunir un grupo rebelde como el año pasado, por temor a que el general mandara a matarlo, sintiéndolo traidor, tenía que pensar en cómo volver a reunir hombres como cuando tuvo muchos hombres en su grupo contra William para formar una revolución contra este régimen que no le había dado lo acordado. Él deseaba ser el rey, lo deseaba desesperadamente. Él era el único Bowes -teck que quedaba luego de la muerte de su tía, la plebeya, y de William y no era justo que siguiese sin nada por más que se mató, haciendo su plan maestro. Lo único que había podido tomar de su primo habían sido las joyas, por eso luego de salir del baño, se paró a mirar en el espejo completo de su habitación la corona de William I, la primera corona del reino, que había robado y que le daba las fuerzas para seguir adelante y pensar algo más, no rindiéndose. Ya había reunido suficiente fortuna, quizá debía ya de pensar en matar a toda la armada del rey Darcy para quedarse con todo, pero carecía de apoyos.

Su reina por derecho  (LIBRO 2. Trilogía Reino de Baulgrana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora