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Elizabeth se quedó extrañada por la manera en que William salió del salón de la celebración disculpándose, sin embargo, se quedó con su suegra en la mesa no pudiendo evitar tocarle bailar más tarde con el rey Darcy, ya que todos debían fingir esa noche ante la corte.

—Estás hermosa...—le dijo él con los ojos brillantes ya en el medio del salón de baile, mientras ella se sentía extraña de estar con él—...como la princesa que eres.

—Gracias. No debió molestarse mandándome esta tiara. —respondió Elizabeth, en referencia a la pieza que llevaba en la cabeza, que él le mandó en la mañana, diciendo que tenía que llevarla esa noche.

—Era de tu madre y me hace muy feliz verte puesto algo de ella; por lo tanto, no es una molestia—respondió él galante y caballeroso como siempre y Elizabeth deseó tanto preguntarle más de la dama mencionada, pero no se atrevió porque no quería que él pensara que habría una oportunidad de acercamiento para ambos, ya que deseaba irse con su esposo y olvidar.

—Gracias por exponer en público que se equivocó y limpiar el nombre de mi esposo. —fue lo que le dijo, posando la mano en su hombro—Me imagino que debió ser un duro golpe para su ego aceptar ante todos, su equivocación.

—No, el golpe duro fue darme cuenta que te hice daño a ti y a Beatriz, cuando no lo merecían—replicó él, viéndose sincero—Lo único bueno de lo que pasó de todo esto es pude saber la verdad sobre ti.

Elizabeth no dijo nada y él preguntó, pareciendo muy ansioso:

—¿Podré visitarte a tu reino cuando te vayas? ¿O al menos me permitirás visitar a la niña?

—Es muy pronto, por favor...—se sintió abrumada Elizabeth, quien se asustó imaginándolo allá en Baulgrana, yendo a verle, cuando lo que buscaba era escapar de él y de todos los sentimientos contradictorios que le provocaba, luego que la hizo sufrir tanto, siendo su propio padre.

—Deberías considerar, esperar al cardenal del vaticano y casarte con William V con tus apellidos de princesa. Sería más factible que regresaras a tu reino como la reina que eres—le recomendó él—Cuando estuve en Baulgrana vi que tu corte hacía comentarios despreciativos hacia ti por pensarte plebeya, cuando tienes una sangre real más antigua que la de William V, incluso. Ya que mi dinastía tiene seiscientos años y la de tu madre ochocientos.

—William y yo lo preferimos así por ahora. —le dijo ella, quien nunca le había prestado atención a los títulos, aunque le sorprendió eso que le decía sobre sus ancestros. Era novedoso para ella tener una historia, cuando antes no sabía más que una supuesta madre la había dejado en un convento luego de morir.

Darcy asintió con un nudo en la garganta y le susurró de forma muy sentida:

—Siempre las puertas de mi reino estarán abiertas para ti, cariño. Sé que jamás podré aspirar a que me quieras como un padre, pero me gustaría al menos ser tu amigo, como antes, que nos veíamos a solas y me contabas cosas.

—Antes no había hecho todo lo que hizo—respondió Elizabeth, herida—Por favor no me presione.

—Disculpa mis múltiples pedidos, cariño. Es que te vas mañana y tengo miedo a que no quieras verme más. —contestó él sintiendo Elizabeth que los ojos se le llenaron de lágrimas, mismas que disimuló. —No me harás algo como eso ¿verdad? —quiso asegurarse él—Porque me romperías el corazón si lo haces.

Ella negó con la cabeza solo para tranquilizarlo, ya que, si tenía intención de huir de él para siempre, entonces él se atrevió a darle un beso en la frente, antes que la música acabara y le tocara llevarla hasta la mesa.

Su reina por derecho  (LIBRO 2. Trilogía Reino de Baulgrana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora