➶➶➶ 𝙰𝚍𝚎𝚕𝚊𝚗𝚝𝚘 𝚍𝚎𝚕 𝚙𝚛𝚘𝚡𝚒𝚖𝚘 𝚌𝚊𝚙 ➷➷➷

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El frío recibió a Luna en cuanto salió de la calidez de la Sala Común

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El frío recibió a Luna en cuanto salió de la calidez de la Sala Común. Deseó fervientemente haberse puesto algo más que su capa de invierno, pero no podía arriesgarse a despertar a las otras chicas, especialmente a Lara y Roxanne.

Caminó a paso ligero por los pasillos del castillo. Todo estaba en penumbra, las antorchas estaban apagadas y al ver las sombras de las armaduras, no podía evitar pensar en que Filch y la Señora Norris saltarían de la oscuridad y la atraparían. Comenzó a sentirse culpable por estar ahí fuera, rompiendo las reglas. Ya había perdido suficientes puntos injustamente por culpa de Hopkins, no podía arriesgarse a una detención con Filch.

Pero lo que más le preocupaba era encontrarse con los Merodeadores.

Así se hacían llamar James, Albus, Chris y Fred. Solían salir por las noches con ayuda del Mapa y la Capa y recorrían el castillo, buscando pasadizos secretos y lugares ocultos. También habían logrado dibujar ciertas partes del Mapa del Merodeador que los Merodeadores originales nunca descubrieron o que cambiaron con la reconstrucción. Incluso tenían los mismos apodos, excepto Colagusano, claro está. James era Cornamenta, Chris era Canuto, Fred era Lunático y Albus, el miembro más nuevo del grupo, era Áspid.

Seguía caminando con rapidez hasta que una voz demasiado familiar doblando la esquina la hizo detener en seco y soltar un grito ahogado:

—¿Qué tal si usamos Bombarda Maxima, Cornamenta? —preguntó la voz.

Cornamenta no respondió. Por un momento, Luna pensó que la había escuchado, pero un minuto más tarde escuchó otra voz:

—No lo creo, Lunático —dijo Áspid—. Sería demasiado caótico.

Luna soltó el aire que no sabía que había contenido, aliviada.

—Áspid tiene razón, Lunático —dijo Canuto—. Incluso aunque usáramos el Encantamiento Silenciador para encargarnos del ruido, el desorden atraería a Filch y a su gata más rápido de lo que un Basilisco tarda en petrificarte*.

La curiosidad comenzó a crecer en el interior de Luna. ¿De qué hablaban sus hermanos y sus primos?

—Tiene que haber otra forma de reabrir este pasadizo —dijo Cornamenta, pensativo, y al cabo de unos minutos continuó—: Podríamos intentar derretir la pared...

Entonces los Merodeadores planeaban reabrir uno de los viejos pasadizos. ¿Cuál de todos?

—Pero no sabemos si la pared sea lo único que mantiene sellado el pasadizo. Tal vez el túnel esté lleno de tierra o algo así —repuso Canuto.

La curiosidad de Luna creció hasta volverse irresistible. «Tal vez si echo un pequeño vistazo...», pensó. De todas formas, no creía que los Merodeadores pudieran verla en la oscuridad.

—No lo creo, Canuto —dijo Lunático—. Los Carrow eran bastante estúpidos, a mi parecer. Seguro que sólo pusieron la pared y amenazaron a todo el mundo con lanzarles un Cruciatus si trataban de reabrir el pasadizo... un minuto, ¿qué es eso?

Por unos interminables cinco segundos, el corazón de Luna se detuvo. Su curiosidad le ganó y la habían descubierto. Todos los chicos habían mirado en dirección a donde ella se encontraba y alcanzaron a ver un destello de su cabello rojo, que parecía brillar en la oscuridad. Deseó con todo su ser volverse invisible mientras James se acercaba lentamente a ella y...

—Qué raro —dijo James, desconcertado—. Estoy seguro de que vi algo. Tal vez sólo fue la sombra. Pero por si acaso, creo que deberíamos regresar mañana.

Los otros chicos estuvieron de acuerdo y se fueron con dirección a la Sala de los Menesteres, dejando a Luna muy confundida.

¿Qué rayos acababa de pasar? Su hermano la había mirado directamente a los ojos, y estuvo lo suficientemente cerca como para verla perfectamente, aún así, cuando Luna miró a sus ojos color chocolate, su hermano no mostraba signos de haberla visto, y lo que había dicho claramente confirmaba que no la había visto, pero ¿cómo?

Luna no tenía Capa de Invisibilidad, y ciertamente no sabía hacer el Encantamiento Desiluminador, entonces ¿cómo había sucedido?

Tuvo que olvidarse del asunto, porque aún tenía que ir a ver al centauro, así que sacudió su cabeza, para alejar el pensamiento de su mente, y retomó su camino al Bosque Prohibido.

Estaba por llegar a la entrada del castillo cuando recordó que, lógicamente, Filch siempre cerraba las puertas durante la noche. No había pensado en eso antes, y el pánico empezó a inundar su cuerpo. ¿Cómo llegaría al Bosque Prohibido?

Fue grande su sorpresa cuando, al llegar a la entrada, una de las puertas estaba ligeramente abierta, justo lo suficientemente para permitirle el paso.

Luna se deslizó sigilosamente fuera del castillo. La brisa helada del final del otoño rozó sus mejillas y un escalofrío recorrió su cuerpo. Corrió cerca de la cabaña de Hagrid, esperando que Fang, Dusty y Snowflake no se despertaran con su olor y se internó en el bosque, justo a tiempo para escuchar un par de ladridos.

Obviamente los perros de Hagrid se despertarían con su olor. Especialmente Snowflake, que amaba a Luna demasiado.

—Oh, vamos —se regañó a sí misma en un susurro—. ¿En serio?

Lo único que podía esperar era que Hagrid no les hiciera caso a sus perros y no entrara en el Bosque Prohibido. Como precaución, se quedó unos minutos en completo silencio, completamente quieta detrás de unos arbustos, escuchando atentamente.

—¿Qué ocurre, Snowflake? ¿Oliste algo? —dijo Hagrid desde el interior de su cabaña.

Snowflake ladró una vez en respuesta. Snowflake era un samoyedo que Hagrid había adoptado tres años atrás. No era realmente un perro guardián, pero a Hagrid le gustaba porque ladraba mucho cuando alguien se acercaba.

—Dusty, ¿qué te parece si vamos a ver qué ocurre?

Luna entró en pánico. De los tres perros de Hagrid, Dusty era el peor de todos. Era un rottweiler, y no confiaba en nadie, ni siquiera en Hagrid. La joven bruja se hundió un poco más entre los arbustos, ocasionándose varios cortes y rasguños. Escuchó la puerta abrirse y varios pasos, fuertes y pesados. Ya no había vuelta atrás, Dusty la encontraría y Hagrid le contaría a la profesora McGonagall, que probablemente la expulsaría y le contaría a sus padres. Se hundió aún más entre los arbustos, casi como si quisiese fusionarse con ellos, mientras Dusty se acercaba rápidamente a ella, siendo seguido por Hagrid.

Dusty se acercó tanto a ella que Luna podía sentir su aliento en su nuca. La chica se volteó a ver al perro, que le gruñó, pero se dio cuenta de que Dusty no estaba realmente viéndola. Exactamente igual que James. ¿Qué ocurría?

—¿Hay algo ahí, Dusty? —dijo Hagrid, y también se acercó a Luna, pero al igual que Dusty, no vio a nadie.

Inmediatamente llamó a Dusty y regresó a su cabaña, murmurando algo que Luna no alcanzó a entender.

Luna Potter y los Juegos del CentauroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora