Mi esposo en mi vida había sido mi único y primer amor. Nos conocimos en la universidad y para ese entonces aun siendo mayor yo no me había enamorado de nadie. Mi único mundo eran los estudios y las notas. Hasta que lo conocí a él.
Yo estudiaba para ser maestra de niños, de todas las carreras posibles era con la que soñaba terminar ejerciendo.
De hecho, me encantaba trabajar como niñera en mis tiempos libres. Siempre tuve ese instinto digamos maternal.
Me encantaba sobre todo los bebés, me derretía de solo ver sus sonrisas sin dientes. Y esperaba algún día tener el mío propio.
Conocí a David cuando él estaba estudiando leyes.
En cuanto mis amigos me lo presentaron, me gustó de inmediato. Es que en realidad se veía demasiado guapo.
La noche de la fiesta que hablamos por primera vez, nos dedicamos a conversar y a reír y el tiempo se nos pasó volando.
Tuvimos un noviazgo largo, antes de que los dos termináramos con nuestras carreras.
Luego un día, una noche me llevó a un restaurant y me preguntó si quería casarme con él.
Fue el día más feliz de mi vida, yo estaba y todavía estoy enamorada de él. Mis sentimientos no han cambiado en muchos años.
Pero todo cambió, cuándo tuvimos la idea de tener un hijo. Por más que lo intentábamos, sencillamente no podíamos, no teníamos éxito.
Y la frustración comenzó a abrir grietas en nuestra relación. En su familia todos los hombres eran fértiles, y él era cada vez más desdichado cuándo nos reuníamos en las cenas o almuerzos familiares, y los pequeños retoños del lado de su familia iban naciendo.
Por mi parte lo intenté todo, me sometí uno tras otro a todos los tratamientos que tuvimos a nuestro alcance. Y el hijo jamás llegó.
Luego llegaron las discusiones, las amarguras que él a veces ahogaba con alcohol. Incluso soporte qué en medio de las palabras hirientes llegara a darme bofetadas.
En los últimos meses que estuvimos juntos, ya ni siquiera quería tocarme, y llegaba tarde del trabajo. Los primeros meses por lo menos daba una que otra excusa. Luego ya sencillamente ni me dirigía la palabra.
Podía notar en su ropa y el perfume que percibía, que había comenzado a engañarme con otra mujer.
Un día lo confronté. Y le pregunté si esa era la manera de solucionar nuestros problemas.
— ¿Qué es lo que haces David?, a ambos nos duele no poder tener un hijo, ¿pero acaso no existen otras opciones? — le dije herida.
— ¿Y cómo cuáles según tú? — me preguntó él con gestos de molestia.
— La adopción, por ejemplo, cuántos niños sufriendo sin padres y nosotros podemos darles ese cuidado y el amor que necesitan — le expliqué
— Yo quiero un hijo de mi propia sangre Jennifer. Si tú eres una mujer seca, entonces deberé terminar contigo y buscar una mujer completa. —dijo sin un ápice de misericordia.
Creo que, hasta los días de hoy, esa frase resuena en mi mente, como un puñal que clavaron sin piedad de mi corazón.
Más aun cuándo provenía de los labios del hombre que amaba y que aun amo, a pesar de todo lo que me ha hecho.
No tardó en pedirme el divorcio. Y me avergüenza recordar, cómo lloré y hasta me arrodillé para pedirle que nos diéramos otra oportunidad. Con él ni siquiera tenía dignidad. Y para él me convertí en un ser aún más despreciable y sin valor por la forma que me arrastraba para que no me deje.
Como una mujer estúpida, retrasaba todo lo que podía lo inevitable y con pretextos aún más estúpidos firmar la anulación del matrimonio.
Hasta que mis amigas, me obligaron a que tuviera más dignidad y amor propio, y firmara de una vez esos papeles.
En medio de todo mi tormento ni siquiera busqué un buen abogado y David me dejó prácticamente sin nada. Se quedó con todos los bienes materiales, que fueron adquiridos en el matrimonio. Pero en realidad eso era lo que menos me importaba.
Para mí, mi única pérdida era su más doloroso y profundo rechazo. Por ser una mujer estéril y según él con un vientre seco que jamás le daría lo que otra mujer sí. Aunque en realidad, todos los métodos para quedar embarazada se fijaron con la hipótesis de que yo era la estéril y él en realidad no sufría de nada en su salud.
Mis amigas se esforzaron por convencerme de que debía mudarme, buscar otro trabajo, empezar una nueva vida. Dejar de rondar todos los lugares que me recordaban a él y buscaron para mí un terapeuta que me ayudara a recuperar mi vida.
Me ayudaron a arrendar, una pequeña casa bonita, pero que necesitaba muchos arreglos. La fachada para mí era lo de menos, quería de alguna forma sacar ese hombre de mi corazón. Y tener ganas de empezar de nuevo.
Mis amigas tenían miedo de dejarme sola en aquella casa.
Pero yo les dije que no se preocuparan, que no había forma de que alguien pudiese dañarme más. Había tocado fondo.
Y no tenía vivo a ningún familiar.
Por lo menos mis vecinas eran agradables. Y en mis días libres me invitaban a sus casas a relajarnos con los días soleados a un parque cercano.
Un día parecía que todo el mundo estaba allí, y ellas comenzaron a presentarme a sus hijos. Los jóvenes que están jugando en una cancha cercana. Todos los jóvenes que estaban ahí eran hijos de las vecinas que se esforzaban por incluirme en su grupo seguramente al ver mi deprimente semblante.
Pero había uno, que al parecer no tenía su madre cerca.
— ¿y ese joven de quién es hijo? — pregunté
— él se llama Ethan, perdió a sus padres hace poco. Pero es un joven muy maduro trabaja y junta dinero para ir a la universidad. De hecho, ya está en su segundo año, es muy esforzado e inteligente — dijo Betty
— qué triste debe ser para el no tener familia — pensé en voz alta, ya que eso sentía yo al no tener a nadie
— bueno quizás su ventaja, es que siempre estudio en colegios internado. Desde que lo conocemos, nos dimos cuenta que pasó muy poco tiempo con sus padres. Y la verdad no entendemos por qué, ya que él era su único hijo. — dijo Betty
— sí, a unos los hijos les estorban y otros solo sueñen con tenerlos. — dije con tristeza
Luego en el mismo parque nos pusimos a comer en unas mesas, todos los jóvenes eran educados y adorables.
Se reían y hacían bromas, pero Ethan era el más distraído o callado de todos. Era como si prefiriera estar pensando metido en su mundo, y de cuando en cuando me miraba a mí.
Entre mi pensaba que si en mi vida hubiese tenido la posibilidad de tener un hijo no tendría el corazón de mandarlo lejos.
Para que tener un hijo, y luego dejarlo solo en el mundo. Un internado no es familia. Ahí no podrías verlo todos los días, preguntarle cómo va su vida, ayudarlo en caso de problemas y sencillamente verlo crecer. Que se supone es lo más bello para los padres.
Pensaba lo injusta que era la vida, mientras unos se deshacen de sus hijos como de un bulto que no sirve, mi propia vida se había derrumbado por no tener la oportunidad de tener un hijo. Y eso que en mi, el instinto maternal era una cosa que se me salía por los poros.
¿Como era posible que me gustaran tanto los niños si jamás tendría la oportunidad de tenerlos?
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Divorciada y secuestrada
HorrorJennifer no pudo caer más bajo. Tras ocho años de matrimonio sin poderle dar un hijo a su marido él decide pedirle el divorcio tras enamorarse de una joven veinte años menor. Ella en un intento desesperado por restaurar su matrimonio, le ruega, le l...