Sin ganas de vivir Parte 17

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Ethan me llevaba comida, pero yo no quería nada

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Ethan me llevaba comida, pero yo no quería nada. Me dejaba sola por horas siempre drogada hasta que volvía.

Solo quería que acabara rápido con mi vida no quería dilatar más el final que me estaba esperando.

—¡Ya me estás haciendo enojar Jen, come! — me gritó Ethan

Mi estado era deplorable, entre lo que me drogaba, mi falta de hambre y el estar tantas horas encadenada. Solo podía ir al baño cuando estaba con él. Y me dejaba bajo mi cuerpo unas toallas en caso de que hiciera mis necesidades estando inconsciente.

Por alguna razón que no entendía, me tomó muestras de sangre, la temperatura todos los días y lo registraba en sus notas. Y me obligaba a sacar muestras de orina.

Me tenía como una rata de laboratorio. Al parecer sería su muñeco de prácticas de su facultad de medicina.

Pero ya no podía ni pensar, no sé qué tanto me inyectaba, además de las drogas. Según él era vitaminas.

Pero lo peor era cuando llegaba el momento de bañarme y me observaba desnuda.

Pensaba en mi interior como pude ser tan estúpida, considerar como un hijo a este loco.

Y me sentía mal porque al parecer algo introducía en mi vagina cuando estaba dormida. No era como si hubiese tenido sexo, pero al parecer algo practicaba con mi intimidad.

Un día lo vi muy feliz y no sabía por qué, después de haber dormido todo el día volvió a drogarme, pero no entendía porque quería dejarme inconsciente otra vez.

Me desperté con la sensación de haber sido anestesiada. Recuerdo esa misma sensación de mi operación de apendicitis.

La situación era por demás extraña, pero no podía pensar con claridad entre tanta droga, inyecciones y muestras. Y la poca comida y agua que me obligaba a tragar.

—Por favor ya basta Ethan, yo nunca fui mala contigo, ¡ya basta! — y volví a estallar en llanto.

Perdía la noción del tiempo en ese lugar, no sé si abrían pasado tres o cinco días y otra vez lo vi por demás feliz y volvió a dejarme inconsciente. De nuevo al despertar, la sensación de anestesia. Pero esta vez sentí malestar, como cólicos. No recordaba si estaba próxima mi menstruación había perdido hasta la cuenta de eso.

Y a partir de ese día cambió su comportamiento, me traía en las tardes flores, chocolates y detalles. Y se quedaba dormido a mi lado sonriendo como si algún evento feliz pasara.

Por más que pasaban los días no había esperanza de escape o rescate. Donde estábamos parecía no haber vida en muchos kilómetros a la redonda.

—Dime la verdad Ethan, ¿por qué estoy aquí? — le pregunté mientras me abrazaba

—Porque me quieres como una mamá. — me dijo

—Ningún hijo le hace esto a su madre Ethan a menos que la odie mucho y quiera verla sufrir. — me lamenté

—No te odio Jen, falta poco para que veas tu regalo —y me abrazaba con fuerza como si esperáramos un acontecimiento muy feliz, quizás qué pensaría su mente perturbada.

Después de varios días, creo que eran los fines de semana, porque no salía a sus clases. Me ataba las manos a la espalda y me cubría con una venta para que no escapase. Me sacaba afuera a sentir aire fresco y el sol sobre mi cara. Nunca me había alegrado tanto de sentir el sol en mi piel. Y trataba de respirar lo más posible el aire limpio y libre del exterior.

Pero poco a poco Ethan iba tomando más confianza conmigo y me abrazaba. Luego de unos días se atrevía a besar tímidamente mi cuello y sujetarme por la cintura mientras lo oía suspirar.

—Así no se comporta un hijo Ethan, ¿que se supone que estás haciendo? — Le dije en un intento de frenarlo si en verdad en su mente enferma me consideraba su madre.

—Lo se Jen, sé que un hijo no puede sentir deseo por su mamá que está mal. — me dijo

Y por unos días se contuvo de su comportamiento.

Me arrepentí de todo corazón en no haber escuchado a Norman cuando me dijo que no podía tratarlo como un hijo porque Ethan a sus 19 ya era un hombre.

Pero me confundió su fachada infantil, el trato conmigo que había sido tan respetuoso y como me cuidaba como si de verdad me consideraba su madre. Y que se sentía tan feliz celebrando sus calificaciones con malteadas de chocolate y pastel.

Nunca vi en él malicia y ahora era simplemente otro. Recuerdo cómo se sonrojaba cuando lo miraban las chicas de su edad y hasta llegué a pensar que su falsa inocencia se debía a que nunca estuvo sexualmente con una chica.

Por eso lo consideraba más como un niño. Y todas las veces que compartimos cenas y hasta lo dejé recostarse sobre mi cama, nunca percibí que me viera con otros ojos, como lo que yo realmente era, una mujer adulta que le doblaba la edad.

Divorciada y secuestradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora