Advertencia

14 3 8
                                    

—Sh, no hagas tanto ruido.

—Pero si eres tú el que no deja de hablar.

Dos figuras se movían en medio de la oscuridad de la noche. Ruma detrás, yo por delante. Íbamos pegados a las paredes de los edificios, evitando las avenidas principales y escabulléndonos por callejones cada vez que divisábamos a un guardia haciendo su ronda nocturna.

Varias veces sentí que alguien nos seguía, pero al voltearme me encontré repetidamente con la calle desierta sumida en la oscuridad de la noche. 

No nos costó demasiado llegar al Coliseo. Era extraño ver esa estructura tan imponente en silencio, carente de vida. Por la noche el lugar parecía habitado por los fantasmas vengativos de los caídos en la arena y los espíritus de una multitud ausente a la luz de la luna que se filtraba cada tanto por entre las nubes. 

Dimos un rodeo por la parte de atrás, buscando una manera de acceder a las celdas subterráneas. Cuando le comuniqué a Ruma la idea de liberar a los esclavos ella no había dudado ni un segundo en acompañarme. Nuestros lazos de amistad, a los cuales yo, por mi experiencia, me resistía, se fortalecían testarudos. 

Nuestro problema principal eran los guardias de la muralla próxima al Coliseo y los apostados a su alrededor. Por suerte, años y años de tranquilas rondas habían relajado los sentidos de los soldados, que se mostraban negligentes en su accionar. Se juntaban a charlar bajo la luz de las antorchas, descuidando las entradas y pasándose botellas de vino que sacaban de debajo de la capa. 

Así fue como logramos acceder al interior sin demasiada dificultad. Una vez dentro nos encontramos incluso con menos resistencia. Recorrimos pasillos enteros sin toparnos con un solo guardia, hasta que llegamos a la escalera que descendía y desembocaba en el cuarto previo a las celdas. Allí, un celador dormía apaciblemente en su silla, junto a una mesa donde había platos con restos de comida y tres botellas vacías de vino. La puerta de acceso a las celdas ni siquiera estaba cerrada.

Entramos.

Recorrimos un pasillo de adoquines con celdas a ambos lados. Encendí un fuego en mi mano para iluminar el camino, pues no había otra fuente de luz que las antorchas en el cuarto del celador a nuestras espaldas. Lo que vi allí me horrorizó.

Decenas de esclavos, en su mayoría demonios, todos con el contrato mágico que los ataba grabado en el rostro o en el brazo, dependiendo de la crueldad del mago que lo hizo, se amontonaban en pequeñas celdas donde no había ni camastros, ni letrinas, ni ventanas. Tampoco tenían, según observé, agua o comida. Estaban allí, simplemente dejados a la buena de Dios. Había de todas las edades, desde niños hasta ancianos, hombres y mujeres. Muchos sufrían horribles heridas, las cuales parecían recientes e intentaban contener con vendajes formados por sucios harapos arrancados de sus cuerpos. Otros sufrían enfermedades horrendas que saltaban a la vista, como llagas supurantes en el rostro y los brazos, probablemente producto de las condiciones en que los tenían. Aproximadamente un tercio de todos ellos estaban tirados en el suelo sin moverse, dormidos o muertos, y el resto apenas se sostenían sentados o derrumbados unos sobre otros. 

Era el apogeo de la miseria humana en todo su esplendor. La miseria que los humanos rehúyen, pero que no tienen reparos en depositar sobre otros. 

Cuando pasé con Ruma, los esclavos se taparon los ojos, que no estaban acostumbrados a tanta luz.

—No se preocupen —dije acercándome a una celda llena de demonios—. Estamos aquí para liberarlos.

Ninguno respondió, sino que me miraron con recelo. Me acerqué a la puerta de la celda y posé mi mano sobre la herradura.

—Volcanic Heat —dije tras meditarlo unos segundos.

El hechizo obtuvo forma de mi mente y resultó como yo quería. Mientras protegía mi brazo  del intenso calor con mi Mana Armor, la cerradura se derritió y arranqué los restos de un tirón.

REINCARNATED Isekai (Saga Diarios de Sol y Sombras I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora