Animago

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Animago





— No... No... No. —era la única palabra que Harry pronunciaba.


Severus le abrazó y dio unos pasos con él alejándose de los otros dos, así podrían hablar a solas. Le preocupaba la palidez de su pareja surgida con sólo la mención de la casa de los gritos.


— Es una buena idea ir ahí, Harry. Nadie los buscaría en ese lugar y Lupin se encargaría de mantener a sus amigos muy lejos.

— No, ahí no. —murmuró escondiendo su rostro en el pecho de Severus—. Iré a cualquier lado... ahí no.

— ¿No me digas que tienes miedo? —preguntó sonriéndole—. Te aseguro que no hay fantasmas ni nada por el estilo, e incluso esas leyendas harán que nadie se acerque.

— No iré, no me importa si hay o no fantasmas. En ese lugar no pongo un pie jamás.


Severus comprendió que Harry hablaba en serio, lo que no sabía es que el chico no podía soportar estar de nuevo en el sitio en el que le viera morir. Remus y Draco se acercaron en ese momento.


— Hay otra opción, Harry. —dijo Remus—. La cueva donde estuve hace rato. La podemos acondicionar para que vivan ahí por un tiempo.

— Sí, prefiero eso.


El rostro de Harry se relajó ante la nueva opción y pudo separarse de Severus. Le avergonzaba un poco mostrarse tan tonto pero afortunadamente sus amigos no daban muestra de juzgarle en mal modo. Al poco rato llegaron a la cueva, y Severus miró a su alrededor con desprecio.


— Este lugar no puede tener más humedad, Lupin, ¿cómo se te ocurre que vivan aquí?

— Eso se puede arreglar con un poco de magia, y nosotros podemos traerles todo lo que necesitan desde Hogwarts.


Severus no continuaba muy convencido, le parecía un espacio chico, demasiado encerrado y mohoso, además de incómodo, pero ya no dijo nada porque Harry no hizo ninguna protesta y sonreía complacido con el cambio de escondite.


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Esa misma tarde, Severus y Remus se las ingeniaron para llevar a la cueva todo lo que los chicos pudieran necesitar, desde colchonetas, mantas, candelabros, hasta algunas cosas menos necesarias como un tablero de ajedrez y dulces. Severus incluso se sorprendió cuando Lupin agrandó un sillón de piel que quien sabe de qué lugar habría sacado, además de que consiguió convencer a un elfo para que apareciera en la cueva cada que Harry o Draco le llamaran y les llevara comida o bocadillos, todo con la mayor discreción.


En compensación, y con la ansiedad de no quedarse atrás, Severus hechizó el lugar reduciendo la humedad y aumentando la calidez, de forma que no se sintiera frío por las noches y simuló una chimenea, que aunque no era real, daba el toque de relajación al ambiente.


Harry y Draco les miraban competir abiertamente, pero no decían nada, tan sólo se reían entre ellos disfrutando de los beneficios de la rivalidad de sus amigos.


Al anochecer, cenaron los cuatro juntos, sentados sobre una frazada, pero nadie protestó, era como un día de campo para todos. Y cuando terminaron, Severus tomó a Harry de la mano para que salieran a dar un rondín y vigilar que no hubiese ningún peligro para ellos esa noche.


Sin embargo, cuando se quedaron a solas, Severus aprovechó la oscuridad para acorralar a Harry contra el tronco de un árbol y besarlo. El ojiverde apenas tuvo tiempo de emitir un suave suspiro antes de empezar a disfrutar de la prolongada y sutil caricia. Le embelesaban los besos de su amante, era una delicia sentir el contacto de su lengua con la suya y entremezclar sabores.


— ¿No dijiste que haríamos un rondín de vigilancia? —preguntó Harry sonriendo cuando se separaron, aunque Severus mantenía apoyada su frente con la de él, y sus manos fijas en las caderas del muchacho.

— Sí, lo dije... pero no hay nadie y hay que aprovechar.

— Pues me gusta este aprovechamiento. —afirmó mordiendo el labio inferior del ojinegro.

— Te voy a extrañar mucho esta noche.

— Yo también.

— Quisiera quedarme contigo. —manifestó volviendo a abrazarlo.

— Pero ya es hora de que vuelvas, si descubren que has salido te meterás en problemas.

— De acuerdo, pero volveré mañana.

— Sev...

— Volveré, Harry, y no te preocupes, tendré cuidado de que no me descubran.

— ¡Te amo mucho, mucho, mucho!


Severus no respondió, pero nuevamente se apoderó de la boca de Harry para besarle.
En el interior de la cueva, Remus y Draco se habían quedado en silencio por un tiempo. El rubio decidió internarse un poco más en la cueva, y aunque no se lo habían pedido, Remus fue tras de él para acompañarle. Unos metros más adentro encontraron una cámara más pequeña, y en cuanto la vió, Draco se puso a revisarla concienzudamente. Vio que tenía un techo alto, y que no era tan húmeda, además había irregularidades en el terreno que podían servir como mesas.


— ¡Es perfecto! —exclamó cuando iluminó con su varita un nicho de aproximadamente unos cincuenta centímetros de ancho, lo suficiente para que cupiera un caldero y quedara protegido.

— ¿Estás pensando en tu laboratorio? —preguntó Remus adivinando sus intenciones.

— ¿Podrías traerme lo que tengo ahí?

— Lo intentaré, aunque no sé si Dumbledore no lo haya quitado ya.

— Espero que no. También te encargo mis libros, sobre todo el último que te mostré.

— ¿Sigues con esa idea?

— Sí, aunque no quieras ayudarme.

— Lo haré. —respondió ganándose una brillante sonrisa del rubio.


Remus no tenía ninguna duda, aunque Draco llevara la marca no podía ser un mortífago y estaba dispuesto a conquistarlo a como diera lugar.

Destellos de ternuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora