Extra #2: Destino.

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Se había ido a un viaje de negocios después de la muerte de su padre hacía más de un año. Añadido a eso, se encontraba muy decepcionado por que la inútil de su esposa le había dado dos hijas.

D-O-S H-I-J-A-S.

Merlín, él necesitaba un heredero, alguien que portará en alto el apellido Parkinson y siguiera con el legado de la familia.

Soltó un suspiro y con la mano despidió a la joven bruja que estaba terminando de cubrir su desnudez, ella soltó una sonrisa seductora en su dirección mientras le mandaba un beso antes de salir de la habitación,  él la ignoró olímpicamente. Se ajustó la corbata y mando llamar al elfo del hotel en el que se encontraba.

-Alista mis cosas, me marchó a casa hoy.

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Pansy y Hermione, las pequeñas mellizas Parkinson sonreían felices ajenas a la maldad que las rodeaba. Helena miraba como sus pequeñas hijas jugaban con un par de muñecas mientras balbuceaban y gateaban por algunos otros juguetes.

Su pequeña Hermione se aburría fácilmente con los juegos que no traían algún reto consigo, aunque la niña a pesar de ser tan pequeña hacia un gran esfuerzo por seguir jugando con su hermanita en la mayoría de las ocasiones.

Héctor, su marido, las había dejado con el pretexto del trabajo pero ella sabía la verdadera razón por la que las había dejado tanto tiempo.

Odiaba a las pequeñas. Odiaba que no fueran niños que continuaran con el estúpido legado familiar.

En un principio eso la hirió profundamente pero ver a sus hijas crecer la lleno con tanto amor que poco a poco fue liberándose de esa tristeza y se enfocó en lo que realmente valía la pena, sus pequeñas.

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

-¿Qué haces aquí? -preguntó Helena con el ceño fruncido-.

-Si aún nadie te lo ha dicho o tu pequeño cerebro no lo puede comprender, soy el señor de está casa y tengo más derecho que tú de estar aquí -respondió con voz profunda y áspera, dándole la espalda a ella y de frente a la nueva adición de su despacho que le daba escalofríos-.

Helena tomó aire y las palabras brotaron de su boca sin ser realmente consciente de ellas.

-Todo este tiempo no ha parecido eso. Has olvidado que tienes una familia y deberes que cumplir -dijo con lo dientes apretados-.

Héctor la fulminó con la mirada, mientras que el cuadro de su difunto suegro la observaba con una sonrisita de suficiencia, burlándose de ella.

-¡No tienes ningún derecho de hablarme así! Está es MI casa y hago lo que yo quiera cuando YO quiera y no le debo ninguna explicación a ti ni a nadie. ¿¡Entendiste!? -dio unas zancadas rápidas hacia ella y la tomó jalando su brazo-. Deberías tenerme más respeto.

Helena chilló, su brazo le dolía y unas lágrimas silenciosas bajaron de sus ojos. Héctor la empujó contra la puerta y regresó a tomar asiento.

-Fuera de mi vista. No soporto tu presencia.

Ella no se movió y Héctor dio un golpe en el escritorio.

-¡Largo!

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Desde aquella tarde ya habían transcurrido más de tres años. Héctor a escondidas observaba a esas mocosas a petición de unos susurros provenientes de cierto cuadro en su despacho.

El Destino de una ParkinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora