17. Su veneno👑

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La ceremonia comenzaba recién. Cortinas de seda fina traídas especialmente para el rey. Expertas heteras, unas danzantes, otras con voces angelicales e hipnotizantes y, otras que simplemente tenían los dones de seducción. Los nobles representando sus casas debidamente ordenados en sus mesas junto a sus acompañantes y otros miembros del Consejo. Ruido de risas y habladurías, caras felices, borrachas y extasiadas, pero nada del rey.

El sirviente al que hoy ascendían de rango era el más desesperado, no notaba la presencia de su rey ni de la misteriosa ninfa que mencionó el día antes en su alcoba. El día antes. Solo el pensamiento de lo que habían hecho a puertas cerradas le provocó coloración en su palidez. Sus mejillas se tiñeron de un rosa suave.

"Voy a tomar lo que es mío". -Había dicho su rey. Entre besos y mordiscos que aún sentía, habían compartido más de lo que planeó. Es cierto que, no quería confesar semejante tontería de su amor. Eso era un hecho que le gustaría poder llevar a la tumba, pero no tuvo fuerza de voluntad para aguantarlo en el nudo de su garganta. Ya estaba hecho el daño.

Le había dado total capacidad al hombre dominante de destruirlo cuando quisiera. Realmente tonto. "Tome todo lo que quiera, beba de mi ser lo que necesite, úselo".

El recuerdo de sus cuerpos estrechamente mezclados, entre carne y fluidos. Era mucho para su propia anatomía en esos momentos, ya que empezaba a despertar vergonzosamente. No delante de otros, eso estaba reservado para su rey. Se dijo mentalmente.

A Prem le sudaban las manos, daba gracias a los Dioses y a Enone por permitirle esperar sentado, sus piernas no resistirían la espera. Estaba temblando a pesar de que su frente perleaba nervios.

Un hombre, no muy alto ni muy imponente se detuvo frente a él para alabarlo y lanzarle cuchillos entre frases mientras le hacía brindar con el vino que un sirviente pasaba ante ellos. Prem no recordaba mucho de la conversación al estar nervioso, solo le llegó la parte "No durarás mucho allí, no es tu lugar para ocupar". Luego, se alejó y siguieron otros con las mismas intenciones o peores.

Se le acercó un señor lo suficientemente mayor y custodiado para saber que era alguien de estatus alto, aunque no tanto. El hombre tenía ese aire pesado a su alrededor, acompañado de un aura asesina y asquerosa, nada que ver con la presencia suprema y devoradora de su amo.

-Eres una maldición enviada por los dioses. Solo viniste a seducir a nuestro señor y a desviarlo del camino correcto.

A Prem le corrió una gota salada por la frente. Aunque tartamudeó, no pudo mirar al hombre a su lado. - ¿Perdón?

-Lo que escuchaste. Eres una abominación, un error de Caos, o deberías existir en este mundo tan próspero. -Las palabras ácidas de aquel hombre, lo dejaron paralizado. Siempre supo que había personas en contra de su propia existencia, pero jamás se imaginó escuchar aquellos escarnios de primera mano. Eran agravios que nadie se atrevió a pronunciar por temor al rey.

También se dio cuenta, a esta persona no la había visto desde que llegó al palacio. Sus dudas serían aclaradas pronto. El hombre, le hizo compartir un brindis para aparentar con una copa nueva de vino mientras decía: -Mi hija, en cambio, debería ser la que reine al lado de nuestro señor. La que gobierne, tenga estatus y los herederos. No tú, hijo de Hades.

No pudo hacer más que mirar al suelo. Entonces notó, claro, incluso las ropas que lucía, las joyas y las sandalias, nada de eso le pertenecía realmente. Era un insulto para ellos.

-Espero que mueras pronto. Así mi querida Hipatia puede ocupar su legítimo puesto. -Un sirviente menudo dijo algo en baja voz a aquel hombre prepotente y desagradable y un instante antes de que se marchara, sugirió: - De hecho, podrías ahorrarme el favor y acabar con tu vida por ti mismo.

Sus ojos cansados se abrieron y su cabeza se levantó asombrada por lo espetado. No podía creerlo, era... no sabía cómo sentirse. A parte del miedo que lo recorrió. Su vida era nada.

Incluso si duele, sigue siendo la verdad.

Y al fin el aguardo que casi lo mata, se detuvo. De pronto anunciaron la entrada de su monarca supremo, tan magnífico como siempre, imponente su presencia, vistiendo su y, una joven a su lado, quien vestía casi pecaminosa en escasez. Era hermosa y exuberante, nada comparado con su sencillez física. Incluso le pareció que asistía a la boda de la pareja en vez de su cambio de estatus.

De un momento repentino, la ninfa se acercó a su nariz a trompicones. Le miró directamente evaluándolo. Lo llenó un escalofrío tenebroso junto a un deja vú, como si se conocieran o vinieran del mismo lugar. -No volvemos a encontrar Alejandro. Pero esta vez, espero que ardas en el Averno, solo. -Estaba tenso. El rey pasó de largo sin darles ni una mirada.

La ceremonia pasó rápida y aburrida. Y aún Prem no recordaba haberla conocido, a la ninfa. Los siseos no cesaron hasta que el rey mostró enfado en su rostro. Era de esperarse, nadie quería que un simple sirviente ocupase el lugar de las nobles heteras del pabellón personal del rey. Menos, un hombre esclavo.

Justo cuando el rey le tendió la mano para que pasara a su lado en el trono, a Prem, sus piernas le dejaron de funcionar. Esto no podía estar sucediendo. No hoy, no ahora. -Ven a mí y recibe tu ónice.

El miedo lo invadió. Si dejaba en ridículo a su rey, puede que se enojase y lo castigase severamente. Él lo dijo antes, no tenía sentido de remordimientos por darle castigos fuertes. Ónice. Recuerda que una vez Enone le habló de ella, dijo que el rey a menudo se quedaba mirando la piedra preciosa que llevaba a todas partes en una bolsita. Era especial y su preferida.

Según los rumores, no la dejaba a nadie tocarla y había sido dada por Príamo. Decían incluso que era mágica y curativa. Y, el rey iba a dársela. Ya entendía porqué de la nada, los murmullos cesaron y la sonrisa malvada en la cara de Aenon desapareció. Todos parecieron caerse de sus asientos.

El sudor pasó a perlar su espalda también. Pensó que, si movía una pierna a la vez, lentamente, saldría bien. Eran solo nervios. Pero, en el momento en que le faltaban solo dos escalones para tomar la mano extendida con la piedra, cayó sin más.

Entonces se dio cuenta, no eran nervios. Era veneno lo que le impidió moverse, no sentía sus miembros, la cabeza se sentía tan ligera como el sueño y sus parpados pesados. Antes de ceder, escuchó el primer nombre cariñoso de su rey, tal vez el ultimo.

Quería llorar, este era el final de su comienzo. No tendría momentos con su rey. Qué triste su fin. Se preguntaba si su rey cumpliría su deseo. Le había dicho cuál era, luego de que el rey preguntara por segunda vez al terminar la intimidad. También, se preguntó si su rey lo lloraría o al menos extrañaría su presencia, o si sería indiferente y buscaría llenar el espacio con Hipatia o incluso Roxana.

Al menos moriría en brazos de su rey, así, como se encontraba antes de cerrar sus ojos por completo. Rodeado de su calidez.

-Mis ojos de ónice, despierta.

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