Capítulo 3. Yo puedo

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Yo puedo

10 de marzo, 2020

Cuando desperté, me llevé la sorpresa de encontrar la sala principal de mi cuarto de residencia convertido en una especie de basurero. Contuve el aliento, mirando de lado a lado algo que pudiera impedir que me diera una crisis nerviosa. Lo cuál no fue de ayuda.

Y menos al ver como Kate salía tan campante.

Era fastidiosa, desorganizada y una completa loca. Del 1 al 10 la odiaba un 100, y ni hablar del complot que tenía con su madre para destruir mi familia. Pensaba que no lo sabía, pero que Lola hubiese aparecido de la nada es algo bastante extraño. Mi padre ni siquiera sabe de dónde viene.

Quizás es momento de que mi curiosidad aborde temas esenciales justo ahora. Como el hecho de saber al menos cómo fue que ambas llegaron a la ciudad y si tienen más familiares, aunque aseguran ser solo ellas dos.

Algo no cuadra aquí.

Conté hasta diez, recibiendo el aire con lentitud

—Kate —murmuré— ¿Qué hiciste?

—Solo saqué algunas cosas de mi cuarto —tomó asiento en el sofá con una taza humeante en sus manos—. ¿Por qué?

Pasé saliva

—Dejaste todo el lugar vuelto un chiquero.

—Bueno deberías agradecerme —le dio un sorbo—. Al menos una de nosotras no guarda basura en su cuarto.

—La única que tiene basura aquí eres tú.

—¿Ah sí? —cruzó sus piernas—. ¿Y qué hay del cofre bajo tu cama? ¿Qué escondes allí y por qué no dejas que nadie lo vea?

Sentí mi cuerpo tensarse en menos de un segundo

—Eso no es de tu incumbencia —la señalé—. Y más te vale que no busques entre mis cosas.

—¿O si no qué? ¿Le rogarás a la decana por un cambio de residencia?

Entrecerré mis ojos, ahora sí confirmando que seguramente me ha estado vigilando o de otra forma no lo habría sabido.

Su actitud de por sí es extraña no me sorprendería si sabe cosas que los demás no. A pesar de ser una gótica, tiene muchos contactos y empiezo a dudar de dónde los sacó.

Rodé los ojos, sin responderle.

Mejor pasé derecho a la cocina y de allí empecé a rebuscar entre los gabinetes mi caja de cereal. Lo cuál no encontré. Rebusqué con más ímpetu llegando a golpear algunas cosas de un sonido brusco

—¿Dónde está mi cereal? —casi gruñí

—En la basura —respondió con tranquilidad—. Sí, ehm... lo estuve viendo y noté que no me gusta. No quiero tener cosas que no son de mi agrado.

Mi enfado incrementó un noventa por ciento.

—Yo tampoco quiero tener cosas que no me agradan y no por eso te saco a patadas —me asomé en el umbral—. Quiero llevar la fiesta en paz así que deja de ser una perra, ¿puedes o te queda muy grande?

Su expresión cambió a una más dura

—Creo que puedo.

—Genial —suspiré—. Solo serán seis meses así que procura quedarte en tu lugar, yo me quedaré en el mío y todos felices, ¿de acuerdo?

No tardó mucho en asentir, dándole otro sorbo a su taza

—Completamente de acuerdo, hermanita.

Preferí ignorarla antes de perder la poca cordura que me quedaba.

La última de las estrellas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora