Capítulo 32. Quédate.

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Quédate

17 de agosto, 2020

Hoy, a diferencia de otros días, este se encontraba despejado, había nubes cubriendo el cielo y el sol no alumbraba en absoluto. De hecho, estaba tan oscuro que confirmé que llovería, alguna tormenta o algo que se le pareciera caería en menos de nada.

Eso implicaba la razón por la cual hacía demasiado frío y las ventanas de los salones a pesar de retener el aire helado, no retenían por completo el frío. Era por eso, que me encontraba con un abrigo enorme cubriéndome, mientras esperaba que ella hablara y hablara sin parar.

La maestra empezó a prestarme más atención desde que saqué esa A en mi examen, al parecer cree que soy su alumna estrella o lo que se le parezca, pues cada vez que hace preguntas para todos, me mira esperando que sea yo quien responda.

Y lo hacía. Era por eso por lo que ahora su clase no me parecía tan mala. Era buena explicando y era de hecho interesante, así que digamos que mi lado nerd fue el que me impidió quedarme dormida en medio del salón.

—Para mañana quiero que resuelvan el taller número 3 de la guía que les acabo de entregar. Individual, por favor.

Agradecí al cielo, porque no sabía qué hubiese tenido que hacer si hubiese dicho que conformáramos grupos. Tan pronto lo pronunció, miró el reloj de su muñeca y comprobó que faltaban dos minutos para terminar la clase, entonces, volvió su vista al frente.

—Pueden salir. Nos vemos este viernes.

Recogí mis cosas al igual que los demás. No había sacado mucho, así que me menos de nada, me puse en pie con mi mochila al hombro. Excepto que, antes de que saliera por completo del salón, oí su voz pronunciando mi nombre

—Evelyn, ven un momento, por favor

La miré con el ceño fruncido, y los demás estudiantes no parecieron prestarle atención. Fui a donde me indicó, quedando frente a ella. Las dos solas en el aula.

—¿Sí? —le pregunté

—Vi que tu padre publicó su nuevo libro.

Exhalé profundamente, asintiendo

—Sí, así es.

—Bueno, me alegro por él —en su mirada pude notar que lo decía muy enserio—. En fin, te llamo porque la semana siguiente tenemos un concurso.

—¿Concurso? —fruncí el ceño

—Sí —suspiró— Verás, todos los años se realiza un concurso para el cuento más leído. Tu podrás ingresar a la página, adjuntar tu participación, las personas entrarán, leerán, votarán y al final de la semana se conocerá al ganador.

—¿Y yo que tengo que ver en eso? —no pude evitar que la confusión me embargara, después de todo nadie sabía que escribía excepto por mis padres, amigos, y mi novio.

Sus ojos destilaron lo obvio

—Bueno, eres la hija de un escritor, ¿no? Deberías participar.

Ah

Aquí es donde la fama de mi padre empieza a jugarme una mala pasada. No es que no me guste ser su hija, es que no puedo siquiera pensar en la posibilidad de hacer algo por mi cuenta, ya que ahí está él, el famoso escritor Edward Houston.

Solté una bocanada de aire

—Claro, solo por eso —susurré para mí misma—. ¿Sabe, maestra? No me apetece participar. Gracias de todos modos.

—Espera —se puso en pie, antes de que empezara a caminar—. No lo decía en un mal sentido. Digo que podrías ganar, tienes potencial. Y no, no me refiero a que eres hija de tu padre.

La última de las estrellas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora