Cap.41

560 69 8
                                    


Samantha Adams


-¿Aún no se lo muestran? –preguntó mamá con una sonrisa

Fruncí el ceño terminando mi malteada

-¿Qué cosa? –preguntó Sebas

Terminé mi malteada y me quedé mirando a Sabri, cuando me devolvió la mirada le sonreí

-¿Me das malteada? –pregunté en un susurro

-No –me sacó la lengua

-Ni quería –la miré mal y escuché la risita del abuelo

-Mostrarle a Sabri lo que hicieron –mamá llamó mi atención

Abrí los ojos tocando mi gorro

¡Lo había olvidado totalmente!

-¿Te refieres a esto? –Sebas se quitó el gorro y señaló su cabeza

Todo se quedó en silencio, miré al abuelo que tenía una sonrisa en los labios al igual que mis padres, el tío sonreía un poco también mientras abrazaba a tía Sarah quién había empezado a sollozar

¿Por qué lloraba tanto últimamente?

Ni siquiera yo lo hacía

Giré mi rostro hacía Sabri quién tenía los ojos llorosos, y la boca abierta cómicamente

A ella si le perdono que ande llorando todo el rato

-Sam –papá sonrió en mi dirección

-¿Sí?

-El gorro –me susurró señalándolo

-Ah –me reí quitándomelo

Sabri giró el rostro en mi dirección y me encogí de hombros

-¿Ahora si me das malteada? –susurré

Empujó el vaso un poco en mi dirección y sonreí tomándolo

Dejé que abrazara a Sebas y me centré en mi malteada

-Papá ¿Cuándo llega tío Ed? –pregunté

-Debe de estar por llegar –miró su reloj

-¿Viene también Benja? –preguntó Sabri con mala cara

-Sí, también viene –contestó mamá

Me terminé la malteada y me quedé esperando en silencio

-¿Princesa? –Papá me miró --¿quieres que esperemos a tu tío fuera? –cuestionó

Sonreí alzando mis brazos

-Vamos –me alzó y reí mientras él hacía un sonido de queja –vaya, cada vez estás más pesada –me dijo

-¿Enserio? –pregunté abrazándome a su cuello

-Claro, ya estás creciendo –susurró como si fuera un secreto –pero tú y tus hermanos siempre serán los bebes de tu madre y yo ¿de acuerdo?

-Algún día yo tendré mi propio bebé y entonces ya no seré tu bebé –sonreí

Su rostro se puso serio

-No señor, usted no tendrá ningún bebé, ni un novio tampoco, te meteré a un convento de monjas y tu único esposo será Dios –demandó

-Entonces tendré un amante –amplié mi sonrisa

-¿Quién te enseñó esa palabra? –Abrió la puerta y nos plantamos en el umbral –no quiero que la vuelvas a decir y menos que tenga uno de esos, ninguno de mis hijos será un infiel, no señor, yo no los crio para eso

La Infancia de la TenienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora