Dicho y hecho. No transcurrieron ni tres días cuando Steven se puso en contacto conmigo. Por motivos de fuerza mayor, me comentó que no podía darme un adiestramiento personalmente, pero que había dejado el manual con las anotaciones en un lugar accesible en la oficina.
Me vestí de manera formal, algo muy distinto a lo que por lo regular utilizo, pero fue Mariana quien lo consiguió para mí, por lo que no puse peros.
Llegué media hora antes a la empresa, siguiendo el consejo de Steven. Una empleada me recibió cordialmente, guiándome a donde sería mi lugar de trabajo. Mi escritorio estaba casi en medio del pasillo, quedaba frente a la puerta de su oficina. Todo se veía impecable y organizado. Los apuntes de Steven me sirvieron para tocar piso. Seguí todo al pie de la letra, dejando por último la ligera limpieza de su oficina. Aparte de asistente, también parece que seré su empleado de limpieza. Es el mendigo colmo.
Debía ser meticuloso y cuidadoso. Según Steven, era importante que al final de la limpieza dejara todo en su sitio o recibiría un regaño.
Su oficina no tenía el aspecto del día de la entrevista. Lo único que estaba cubierto de plástico era la silla de visitantes. Posee muchos cuadros y pinturas abstractas. Antes no los había visto.
Consideré que era la oportunidad perfecta para hurgar entre sus cosas, esperando encontrar algo que me ayude con la investigación. Anoche no logré dormir nada con la ansiedad y la inquietud que me causa esta situación. Mariana debería resolver este asunto por su cuenta. Después de todo, es su marido, no el mío.
Rebusqué en sus gavetas, pero solo encontré papeles sin importancia, químicos de limpieza, entre jabones líquidos, toallas húmedas, alcohol en gel, entre mucha variedad más. El armario estaba repleto de distintos trajes costosos y elegantes, bien planchados y cubiertos de plástico, como si fueran nuevos. Este hombre no creo que esté actuando y si lo hace, sabe hacerlo muy bien.
Mi búsqueda se vio interrumpida por el sonido de la puerta y me enderecé, fingiendo que nada estaba ocurriendo. Cuando alcancé a verlo, me tomó por sorpresa ver su rostro descubierto. La barba alineada y bien cuidada, más los rojizos y carnosos labios que se carga. Ahora entiendo lo que atrajo la atención de mi amiga. No se ve tan mal, si no fuera por la expresión de molestia y el entrecejo fruncido.
—¡Buenos días, Sr. Lewis! — le llamé por su apellido, tratando de ser lo más cortés, respetuoso y educado posible, aunque los formalismos no encajan conmigo.
Pareciera que mi presencia le cae como una patada en los testículos. No es como que le haya dicho o hecho algo malo. Lo mismo sucedió el día de la entrevista. Estaba mirándome de una manera extraña y con una actitud bastante indeseable. No creo que sepa la verdad o no me hubiese dado la oportunidad de estar aquí, ¿no?
—Aléjese de mi escritorio — ordenó en un tono reacio.
¡Mendigo grosero! Si mi presencia le mortifica, entonces con mucho gusto le daré por donde más le duele. ¿Este idiota qué se cree?
—Lo siento, señor. Solo estaba cumpliendo con mi deber — me aparté de su escritorio, tomando en las manos el dichoso cubo con el paño y el detergente que Steven dejó en el baño de la oficina para que usara antes de que él llegara—. Quería agradecerle por la oportunidad que me ha brindado de estar aquí. Le prometo que daré lo mejor de mí para cumplir con sus expectativas.
—Puede ir a su lugar de trabajo. Le llamaré si lo necesito.
Si antes me caía mal, ahora me cae peor. No le pongo el cubo de sombrero porque terminaría fallándole a mi amiga, de lo contrario, se lo rompería en la cabeza. Disfracé todos esos maliciosos pensamientos que se veían tan tentadores en mi cabeza, detrás de una amable sonrisa y abandoné la oficina tal y como lo ordenó.
Mientras estuve en el turno de la mañana, se cambió de ropa varias veces. Cada vez que entraba a su oficina lo veía esparciendo productos de limpieza en el aire y en cada objeto o superficie. Se lavó las manos tantas veces en mi presencia que perdí la cuenta. Cada documento que recibía de mi parte o de cualquier otro empleado, a él le generaba evidente disgusto. Al menos eso denotaba su expresión. No sé cómo mi mejor amiga pudo fijarse en un hombre como ese. Podrá ser atractivo, pero es insoportable. De verdad que el amor es capaz de volverte idiota y ciego.
En la hora de almuerzo, él se mantuvo en su oficina. Lo vi comiendo a través de la pequeña vitrina que hay al lado de su puerta, el condenado trajo su propia comida de casa y se veía tan solo. Tuve muchas ideas, pero que al final ninguna ejecuté porque el hambre que tenía era más fuerte que las ganas de hacerle la vida de cuadros a ese infeliz.
Estaba en la fila de un restaurante de comida rápida, cercano a la empresa, cuando recibí una llamada de un número desconocido. Cuando respondí, reconocí la voz de Tom, es como si lo hubiera traído con la mente.
—¿Dónde está? ¿En qué momento le di permiso para abandonar su área de trabajo?
—¿Perdón?
—Le he hecho una pregunta.
Quería decirle hasta del mal que se iba a morir, pero me tragué el insulto, a pesar de que bajó bastante lento, provocándome la sensación de diminutos alfileres descendiendo por mi garganta.
—Es mi hora de almuerzo, señor.
—Usted debe pedir permiso antes de ponchar. Soy yo quien decide cuándo saldrá a almorzar y cuando no. En lo que a mí respecta, abandonó su puesto sin notificarme y sin recibir mi permiso. Además, ha estado holgazaneando toda la mañana — escuché los pequeños golpes que le estaba dando al escritorio con lo que parecía ser un bolígrafo; ese ruido lo conozco a la perfección—. ¿Así es como desea impresionarme?
¿Holgazaneando? He estado respondiendo llamada tras llamada, yendo a su oficina cada vez que me lo pide, leyendo toda la papelería que me dejó Steven para instruirme sobre de qué va mi puesto y cuáles son mis responsabilidades, y este maldito mal nacido acaba de insinuar que, prácticamente me he estado echando aire en las pelotas.
¡Válgame Dios, dame paciencia, que este pedazo de caca me la está colmando, y juro por mi madre, que le haré una traqueostomía con el mismo bolígrafo que trae a la mano!
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Si No Puedo Tocarte [✓]
Любовные романыDesde la repentina renuncia de su empleado de confianza; el vicepresidente ha estado en busca de alguien competente que pueda llevar el liderazgo y cumplir las tareas de manera eficaz, del mismo modo que su exempleado logró ejecutar sin problema alg...