18. Calor

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La noche fue extremadamente larga y pesada. No pude conciliar el sueño luego de lo sucedido anoche. Mi cabeza estaba saturada con tanto, pero no iba a permitir que el cansancio me arruinara el día. 

Después de mi rutina diaria, llegué a la oficina con planes de crear una capa protectora alrededor de mí. No pensé que sería tan incómodo encontrarme con él luego de lo que hice anoche. Él no parecía afectado en lo absoluto, de hecho, lucía tranquilo. ¿Acaso lo olvidó? Tal vez prefiere olvidarlo o quizá le da igual… 

Él se fue a su respectivo lugar después de saludarme, es la misma rutina que hacemos la gran parte de los días, no sé por qué hoy estaba fijándome en cada mínimo detalle. Lo observé por la vitrina, sentado en aquel escritorio redondo, concentrado en el computador, mientras succionaba el sorbete de un vaso verde, cuyo contenido desconocía. 

Tomé el teléfono en las manos y le hice una consulta a Alexa:

—Alexa, ¿es normal que un hombre cierre los ojos cuando absorbe una bebida por un sorbete? 

—Lo siento, no lo sé… 

—¡Tú nunca sabes nada, Alexa! 

¡Maldita sea, debo formular mejor la pregunta!

—Alexa, ¿por qué un hombre…? ¿Sabes qué? Olvídalo. 

Cuando caí en cuenta, ya estaba detenido frente a su escritorio. Es la primera vez que trae un vaso a su área de trabajo, pero me inquieta esa manera de usar ese sorbete. 

Tan pronto me vio, casi se cae de la silla y tragó de golpe el sorbo que ya le había dado. 

—Está prohibido consumir bebidas en tu área de trabajo. Por esa misma razón, porque puedes derramarlo. 

—Lo siento. Me cogió un poco tarde y no pude tomarme el café en la casa. 

—¿Eso es café? 

—Sí. 

—¿Quién toma café con un sorbete?

—Todo el mundo… 

—Pues… no te quiero haciendo eso en mi empresa, distraes a la gente.

—De acuerdo. No lo volveré a hacer. Lo llevaré a la zona de descanso y me lo tomaré luego. 

Se dio la espalda, caminando de una manera un tanto distinta. 

—Te había dicho algo respecto a ese traje. Con el sueldo que te pago, es para que hubieras conseguido uno de tu talla. 

Se detuvo en medio del pasillo, volteándose y curvando la comisura de sus labios. 

—Lo que digas, jefecito — siguió caminando como si nada.

¿“Jefecito”? ¿Acaba de llamarme “jefecito”?

Acerqué el teléfono a mi boca, con una nueva pregunta más para Alexa:

—Alexa, ¿por qué razón se acelera el pulso cuando estás hablando con otro hombre? 

—Perdona, no tengo la respuesta… 

—Tú nunca tienes nada, Alexa. 

Debería estar concentrado en todo el trabajo que tengo pendiente, pero ahí estaba yo, observando a través de la vitrina quién se acercaba a su escritorio y cada vez que se levantaba. 

Le llamé por el Intercomunicador para que viniera a mi oficina. 

—Hazme llegar el portafolio naranja que estabas trabajando. 

—Aún no he terminado de revisarlo. 

—No importa. Dámelo. 

Se volteó nuevamente, caminando de esa manera extraña, con esos movimientos que le enmarcan lo ajustado del área delantera y trasera.   

—Alexa—acerqué el teléfono a mi boca, bajándole el volumen—. ¿Es normal que mi temperatura corporal se eleve por otro hombre?

—Preferiría no responder eso… 

—¡Eres una porquería!

—Aquí tienes el portafolio que me encargaste. 

—Déjalo ahí en el borde y vete. 

—¿A ti qué te sucede? Has estado actuando demasiado extraño. ¿Esta es la forma de vengarte de mí, haciéndome la vida de cuadritos? 

—No me pasa nada— desajusté la corbata, pues sentía que me asfixiaba, aparte del calor—. Llama al técnico para que revise el aire acondicionado. Creo que está fallando. Ahora déjame solo, quiero cambiarme. Estoy incómodo. 

—Ya he descubierto cuál es tu problema. 

Me detuve cuando oí lo que dijo.

—¿De qué problema hablas?

—¿Crees que no me he dado cuenta de la manera en que me has estado observando desde que llegaste? Otra vez te he sorprendido viendo mi trasero y está de más que quieras ocultarlo. Si querías verlo mejor, solo basta que lo digas, no hay que hacer tanto melodrama. 

—Yo no te estaba viendo absolutamente nada. 

—Tras de amargado, también eres mentirosito— mordió su labio inferior, dejando escapar por último una risita quisquillosa—. Anoche me tomaste desprevenido. Fuiste a mi apartamento, me tocaste y luego saliste huyendo. Quisiera que lo vuelvas a hacer ahora que estoy preparado, pero esta vez te dejaré escoger a ti lo que más te tiente agarrar. 

Si No Puedo Tocarte [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora