7. Lágrimas

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—Me ganaré el título de “empleado estrella”, el que será capaz de patearle el trasero a su jefe si no lo libera de ese mendigo contrato. 

—¿Por qué no le pides ayuda a quien te envió? Si me dices quién lo hizo, puede ser que tome en consideración tu pedido. 

—¿Por qué tengo la leve sospecha de que estás descargando todas tus frustraciones en mí? Sé que es difícil dejar ir a tu amante, pero debes aprender a dejar ir a quien no quiere permanecer a tu lado. 

Enarcó una ceja, ladeando la cabeza, como si fuera un perro. Haré que se le caiga esa careta falsa. 

—¿Amante? 

—Sí. Ni creas que vas a engañarme con esa cara de que no rompes ni un plato, cuando rompes la vajilla completa. He visto sus interacciones, la mirada que le echas, la manera en que lo tratas; es muy distinta al resto. Cualquiera es capaz de notarlo. 

—Sé más específico, porque no entiendo nada. 

—Oh, ahora que lo pienso, tal vez esto se trata de un amor prohibido, que se vio afectado por la llegada de una mujer— dije, refiriéndome a mi amiga. 

Tal vez, la atracción era de parte y parte, pero Steven no pudo aceptar que él se casara con mi amiga y decidió marcharse por el bien de los dos. Creo que debo dejar de ver tantos doramas. Tanto drama me está afectando el cerebro. 

—¿Amor prohibido? ¿De qué demonios estás hablando? 

—Quizás él está celoso de que te casaras y por eso renunció. 

Sus ojos se abrieron de la sorpresa. 

—¿Steven celoso? ¿Por qué estaría celoso de mí? Él también se casó con esa mujercita.

—¿Así va la cosa? Entonces, se trata de celos y orgullo de parte y parte. Esto se puso interesante. ¿Alguna vez le confesaste lo que sientes?

—¿Lo que siento? — se mantuvo pensativo por unos segundos—. Solamente le dije la verdad, que esa mujer no le convenía, pero no me hizo caso. Lo ves ahí, todo serio y recto, pero es terco como una mula— frunció el ceño—. Esa mujer llegó a su vida para apartarlo de mí y de sus obligaciones. 

¡Lo admitió! Mi amiga no está del todo equivocada. Él está locamente enamorado de Steven. Ahora entiendo el motivo por el que no toca a mi amiga y usa el pretexto de esa “enfermedad”. 

—Claro, es un amor imposible. Bueno, no hay nada imposible en la vida. Has reprimido ese amor, esa atracción y deseo que sientes hacia él. Sientes que tú podrías darle más que ella. Bueno, si lo pienso detenidamente, sí tienes más que ofrecerle— reí insidioso. 

—No me gusta esa expresión y sonrisa tan horrorosa que estás haciendo. Me pone nervioso. ¿De qué amor, atracción y deseo estás hablando? Me temo que tienes varias tuercas sueltas, aquí hay algo fuera de lugar. 

—No tienes que fingir conmigo. No temas. No pienso juzgarte. Yo te puedo ayudar a que regrese a tu lado. ¿Quién podría conocer mejor a un hombre, que otro hombre? En mi otra vida parece ser que fui cupido. Tengo el don de unir parejas… hasta que me toca a mí. Mis relaciones amorosas son un chiste. Dura más un filme que mis relaciones. Es como si tuviera una maldición sobre mí, pero supongo que no puedo ser enteramente perfecto. 

—Me temo que aquí hay un grave malentendido. ¿Cómo te atreves a siquiera insinuar que me gusta otro hombre? 

—No lo estoy insinuando, lo estoy afirmando. ¿A poco no te habías dado cuenta de tus preferencias? No te culpo, Steven tiene sus buenos atributos en su sitio.  

Se levantó abruptamente de la silla, sin apartar la mirada de mí. 

—¡Lárgate en este instante de mi oficina!

—Uy, he herido una fibra sensible— me bufé—. Dilo de nuevo, pero la frase completa. Di que ya no me quieres aquí, por lo tanto, vas a prescindir de mis servicios — sonreí, en espera de que lo dijera y así quedar libre por fin de este tormento. 

—¡A la pared! — ordenó.

—¿A la pared? — pregunté confundido. 

Sacó de debajo de su escritorio una especie de bastón de madera, el cual creí hasta el último momento que lo usaría para golpearme con el, pero no, lo que hizo fue empujarme por el hombro para que le diera la espalda.

—Te quiero observando la pared por una hora y agradece que no te dejaré por lo que resta de tarde. 

—¿Te crees mi papá o qué? Bueno, la pinta de viejo ya la tienes. Ahora bien, ¿te crees que estás lidiando con un niño que necesita ser reprendido por decir la verdad?

—Lo eres. ¿No te han enseñado a pensar antes de hablar?

—No pienso mirar la pared. Prefiero verte la cara de idiota a ti. Al menos así me entretengo. 

—De acuerdo. Siempre hay una segunda opción; si no aceptas ese merecido castigo, te tocará pagarme la cantidad de lo que vale la joya que robaste de mi escritorio. 

—Te has metido mucho en el papel. Yo no he robado nada, por lo que no te debo nada.

—Es tu palabra contra la mía, y con esa evidencia de por medio, veamos a quién le creerán.  

—Escúchame bien, cara de pene. Yo no soy un empleado de esos que permiten este tipo de mal trato. Se nota que estás acostumbrado a lidiar con empleados que no se defienden, te aprovechas de sus necesidades para tenerlos de esclavos y que hagan lo que tú digas, pues yo no soy así. No vine aquí a aguantarle pendejadas a un viejo prepotente y que se desquita con los demás porque le duele aceptar la realidad; tu realidad.

—Cuidado con lo que dices.

—Si eres tan macho, así como buscas aparentarlo con ese bastón, entonces admítelo; te gustaba tu viejo asistente, pero como te dejó, por insoportable, ahora te desquitas conmigo.

—Yo no tengo que admitir nada.

—Fuiste tan poco hombre y tan desgraciado que quisiste ocultar tus preferencias casándote con Mariana. No te importó hacerle un desplante, humillarla frente a muchas personas el día de su boda y luego dejarla vestida y alborotada en su luna de miel.

—Ya veo, fue ella quien te mandó. Pues te lo digo, mis asuntos personales no tengo que compartirlos o debatirlos contigo.

—Viejo miserable. Lleva ese vídeo a dónde te dé la gana, no pienso dejarme manipular por ti. No quiero estar un segundo más al lado de alguien tan despreciable como tú. ¡Yo renuncio! — le arrebaté el bastón de las manos y lo arrojé hacia el escritorio.

Él retrocedió, siendo incapaz de responderme de vuelta. Tensó la mandíbula, pero no de molestia, al menos su rostro no denotaba enojo, más bien era una expresión indescifrable.

—No me esperes mañana, porque no pienso regresar a este miserable lugar. 

Salí de su oficina, dirigiéndome a mi escritorio para recoger mis cosas. Mi teléfono no aparecía por ninguna parte. ¡Maldita sea! Salí como un demente de allí y parece ser que dejé mi celular. No puedo irme sin el.

Iba a tocarle la puerta antes de entrar, pero como hace unos minutos estuve ahí con él, luego de esa acalorada discusión, no quisiera verme en la obligación de gastar más saliva en ese miserable.

Sin pensarlo dos veces, abrí la puerta de su oficina, quedándome impactado al haberlo hecho. Aunque estaba con sus manos temblorosas regando del pulverizador ese por los alrededores de su escritorio, su rostro estaba húmedo debido a las lágrimas que brotaban de sus ojos sin cesar.  Se veía bien devastado, deprimido, agobiado.

¿Por qué llora? ¿Será que fui muy lejos en todo lo que dije? Aunque no sé si fui yo el causante de sus lágrimas, por unos segundos me sentí mal de haberle dicho todo eso.

Si No Puedo Tocarte [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora