34. Curiosidad

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—Tom— pasé saliva—. ¿Por qué haces esas expresiones? ¿Tienes una idea de la poca fuerza de voluntad que tengo y más cuando se trata de ti? 

Tomó la iniciativa y me besó tan intensamente que mandé a la mierda todo. Es imposible contenerse con él. Es demasiado erótico verlo tan sensible, sobre todo, la manera tan apasionada en que me besa.

Sus manos se han soltado lo suficiente como para adentrarse a mi pantalón y apretar mi trasero atrayéndome a su cuerpo. Pude sentir que estaba ya como antena satelital, por eso froté mi parte baja intencionalmente en esa área, causándole espasmos. 

—Quiero estar dentro de ti— murmuró con esa voz tan gruesa como el paquete que carga entre las piernas. 

Sus palabras me dejaron sorprendido, me cogieron fuera de base. 

—Ten — me puse de espaldas a él, inclinándome sobre la encimera, separando las piernas y bajando el pantalón —. Aquí tienes lo que tanto te gusta y quieres— le despejé el camino con las manos. 

—¿Estás seguro?

—Estas cosas primero se toman y luego se pregunta. 

Por ser tan lengüilargo es que me pasan las cosas. Ese hombre desenfundó su espada secreta, bueno, no tan secreta y me embistió de una forma que casi me atraviesa. Tuve que mirarme por delante, a ver si realmente no había traspasado. 

Emily Rose se queda corta al lado mío. Lo miré por arriba del hombro, la forma en que empujaba con fuerza y jadeaba. Mi quijada casi se cae al suelo de sorpresa, debía estar visco en este momento, pero es que ni eso me importaba. Este hombre me lleva al cielo y al infierno al mismo tiempo. Le ha tomado el gusto a esto, sobre todo, el ritmo y la rapidez. 

—¿No sería mejor así? — levantó mi pierna, poniéndola sobre la encimera y clavándose mucho más en mí. 

—Sí, más rápido — dije casi inaudible. 

Mordí mi labio mientras instintivamente me movía a la par suyo. Quería que habitara para siempre dentro de mí, que no me soltara, que continuara haciéndome sentir mejor por más tiempo. Amo estos momentos con él. 

El fin de semana fue el mejor que haya tenido en mucho tiempo. Me siento tan feliz, dichoso, ya no tengo que envidiar a los demás, pues por fin puedo tenerlo para mí, tocarlo todo lo que quiera, hacérselo, saborearlo y comérmelo. 

Quiso que vinieramos juntos al trabajo. No puse peros, porque realmente estaba emocionado al respecto. Nuestra mañana comenzó de la mejor manera. Desperté entre esos brazotes tan fuertes y nos dimos cariño mañanero. 

Cuando entramos a la empresa, sentí su mano sujetar firmemente la mía y abrí los ojos como un múcaro. 

—¿Qué haces? Este es el peor momento de hacerlo, Tom.

Las miradas desconcertadas, curiosas y juzgadoras no faltaron. 

—Eres mi novio, ¿por qué no podría presumirte a todos? Quizá de esa manera dejan de acercarse tanto a ti y dejas de sonreírle de esa manera tan constante… 

—¿Estás celoso? ¿Así que eso es lo que te ha estado mortificando? Pues te diré algo, Tommy…  

—No me llames así, no aquí. 

Entramos al ascensor y como estábamos solos, aproveché la oportunidad para abrazarlo. 

—Tommy, Tommy, Tommy— le sonreí, rozando mis labios en los suyos—. ¿No te gusta ese nombre? Anoche cada vez que te lo decía, te volvías un animal. ¿De verdad te excita tanto oírme diciéndote así?  

—Tienes una voz muy sensual, eso es todo. 

—¿Eso es lo único sensual que tengo? 

—No. Todo de ti es sensual. 

Salimos del ascensor, aún tomados de la mano y me incliné un poco para verle esas pompis levantadas. 

—Al parecer se te fue el dolor. Ya estás caminando mejor. 

Nos topamos frente a frente y en pleno pasillo a su padre y casi me hago el muerto como una Zarigüeya. ¿Me habrá escuchado? Quería abrir un agujero en la tierra y sembrar mi cabeza, no, enterrar mi cuerpo entero dentro. 

Tom y yo nos quedamos petrificados. Su padre se nos quedó viendo las manos entrelazadas con asombro y curiosidad. Nunca lo había topado antes, pero nuestra suerte es tanta que tuvo que aparecer precisamente hoy. 

—¿Y esto? 

Pensé que nos haría pasar una vergüenza y nos juzgaría por lo que estábamos haciendo que, aunque no es malo, hay personas que tienen la mente muy cerrada. No sabía qué esperar. 

—¿Son pareja? 

Tom y yo nos miramos con desasosiego.

—Papá, te presento a Ossian, mi pareja. 

Él se detuvo recto, con una expresión que no pude interpretar. Esperaba un puñetazo que me hundiera la cara, una advertencia, una amenaza, no sé, cualquier cosa, excepto que me extendiera su mano. 

—¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo estás sosteniendo la mano de mi hijo? 

¿Eso era lo más que le sorprendía? Suspiré aliviado, sintiendo que un enorme peso se cayó de mis hombros. 

Si No Puedo Tocarte [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora