Infinito

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Fue entonces cuando empezamos a matar a todos los zombies, no creí que tuviéramos tantas agallas como para haberlo hecho. Aunque teníamos presente en nuestras cabezas que si se nos llegaban a acabar las balas seria nuestro fin; de todas maneras ya habíamos comenzado, no habría marcha atrás.

Debo admitir que durante esa matanza me sentía poderoso, sonará patético pero se sentía bien dispararles a esas cosas uno a uno, en su cabezas y viendo como caían ante nuestros pies. A Roberto se le acabaron las balas de su escopeta y usó su munición de su pistola. Ese ya era un problema un tanto serio, el no era tan bueno con las pistolas; pero si algo yo debía admitir es que al menos hacia el intento de protegerse a sí mismo, por una vez desde que nos conocimos no me daba lástima.

Todo iba bien hasta que, cuando recargué mis silverballers me di cuenta que solo me quedaban dos cartuchos mas los que estaba recargando, me dió un escalofrío y por un momento pensé en lo que haría Wendy se me llegara a ver convertido en un zombie, o peor aún; si mi hija me viera de esa manera. Nunca lo soportaría.

Así que cuando a el también se le agotaba la munición fue cuando le dije a Roberto que ya era hora de ir empezando a correr, cada vez que le disparábamos a uno parecía que llegaban dos más eran infinitos.
Empezamos a correr, algo que ya me empezaba a fastidiar (nunca me gustó la idea de salir huyendo de las cosas, o del peligro), ya después de dar la máxima velocidad corriendo y lo máximo que duramos corriendo; a lo lejos vimos el milagro mas hermoso que pudo haberle tocado a un mortal, nuestro campamento.

Cuando lo vimos nos abalanzamos lo más rápido que tu mente pueda imaginar, Ale estaba cerca de la puerta, así que le empezamos a gritar y ella volteó y dió una sonrisa; después de 5 segundos de que nos estuviera viendo, con sus binoculares nos hechó un vistazo y vió la horda tremenda tras nosotros. Fue corriendo a la puerta y abrió, nosotros estábamos agotados, parece que jugamos dos partidos del Superbowl seguidos.

Le debo la vida a aquella bella señorita, aunque lo único que le pude decir después de que cerrara la puerta fué un : "Gracias".

Infección al corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora