Capítulo 12

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Aria

Buenos días, buenas tardes, buenas noches, buenas madrugadas.

Se encontraron con uno de los tantos saltos en el tiempo que tendremos en esta historia porque, les recuerdo, todavía tienen que unirse a mí en la actualidad.

Vamos a obviar la parte en la que lloré como loca pensando que nunca volvería a verlo, que me había usado, engañado, y todas esas cosas... Cuando ustedes y yo sabemos que no fue así.

Recuerden que esta es sólo la introducción a mi pesadilla, así que, bienvenidos y bienvenidas a la segunda etapa de esta historia que titularemos: "El ojo del huracán".

Cada vez están más cerca de encontrarse conmigo y mi vida dada vuelta en todos los aspectos posibles.

Cínicos y cínicas, sin más que decir, los dejo continuar.

Con amor,

Aria del presente.

***

El tiempo pasó. No tan rápido como hubiese querido, no tan rápido como cuando estaba él... Pero pasó.

Atravesé muchas etapas: Ira, tristeza, negación, de nuevo tristeza, aceptación, otra vez la ira.

Comprendí que la razón es una cosa, el cuerpo otra y el alma... Dios, el alma es lo peor.

La razón me daba una bofetada cada vez que quería llamarlo, cada vez que lloraba, cada vez que miraba sus fotos o leía nuestras conversaciones pasadas.

Mi cuerpo gritaba con todas sus fuerzas por él. Lo reclamaba, creyendo que tenía el maldito derecho a sentirlo. No tenía en cuenta que nos había dejado solos, que nos había traicionado. Lo creía una necesidad, como un adicto a una droga.
Nos acostumbramos fácilmente a las cosas que no son sanas, pero, luego de una desintoxicación, se puede seguir adelante. Duele, pero se sigue en pie.

Pero el alma... Ella no comprendía. Es pura, ingenua, tonta, caprichosa.
Mi alma lo amaba con una fuerza sobrenatural. Lo extrañaba, exigía que perdiera toda dignidad y lo llamara. Me suplicaba que le preguntara si podía besarme una última vez.

Lo que más me angustiaba era que, antes de que todo sucediera, siendo consciente de que iba a irse, había intentado que mi memoria táctil lo recordara... Pero ésta no lograba hacerlo.

Era como si jamás hubiese existido, como si nunca lo hubiese tocado.
No podía recordar la sensación de seguridad y tranquilidad que me generaban sus abrazos, no podía sentir sus besos, caricias, el calor que transmitía su cuerpo pegado al mío por las noches, su perfume... Nada.

Se había ido. Realmente se había ido.

Me preguntaba si él pensaba en mí, si tenía la capacidad de recordar mis dedos recorriendo su piel, mis labios besando los suyos.
Pero estaba segura de que no se molestaba en hacerlo.

No intentó contactarse conmigo ni una sola vez. Incluso sabiendo que me había arrancado el corazón y lo había pisoteado... Ni siquiera así podía tener cinco minutos de compasión por mí.

Detestaba querer que tuviese un momentito de piedad y me llamara para saber cómo estaba, para saber si en ese momento estaba llorando o riendo.
Ni siquiera lo hacía por ego, para saber si pensaba en él, si lo extrañaba...

Las primeras semanas fueron las más difíciles. Pensaba constantemente en contactarlo. Quería saber por qué, obtener respuestas... Pero ya las tenía a todas, con fotito en bóxer y toda la cosa.

Maldita Emma.

Hubiese hecho cualquier cosa que me pidiera con tal de escucharlo decirme que me amaba. Cualquier cosa. Incluso si, muy en el fondo, iba a ser consciente de que me estaba mintiendo.

Y Todo Por Ese Error #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora