Capítulo 20

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Aria

Ese día desperté en la habitación de huéspedes de la casa de James con un dolor de cabeza, una sed y un agotamiento absoluto a causa de la horrible resaca que tenía, claro.

Liam no estaba a mi lado. Todavía tenía su camiseta puesta, así que supuse que se encontraba abajo, preparando café.
Busqué mi móvil para ver la hora. Eran las nueve de la mañana.

Bajé hasta la cocina, pero no había nadie. Volví a subir para cambiarme y lo llamé para saber adónde se había metido, tenía que devolverle la ropa e ir a casa.

Atendió al instante.

—Pero si es la bella durmiente —su voz grave se oyó del otro lado y creo que babeé un poco.

Me erizaba la piel. Qué bien hecho estaba ese chico, madre mía.

—Hola... —susurré—. Eh...

—No pude avisarle que llegué a casa. Lo siento, pero me tiene bloqueado, jefa.

—¿Qué? ¿Te fuiste?

—Mhm... Estoy, en este momento, desayunando con la princesa Diana. Un honor, ¿huh?

Sonreí con ternura.

—Pero... tengo tu camiseta.

—Lo sé. ¿Tienes idea de lo poco abrigada que es mi chaqueta cuando no tengo nada debajo? Joder, hace frío por la mañana —emitió un sonido de dolor, divertido—. De acuerdo, de acuerdo, lo siento. Se me escapó.

Escondí los labios, aguantando la risa.
Diana detestaba que insultara. Lo golpeaba cuando lo hacía... Y, por supuesto, era algo constante, porque ese chico lanzaba tres insultos por oración... O más.

—Eso fue tu culpa —murmuró.

—Sabes que no —aseguré—. Liam, me hubieses despertado...

—Eres menos mala cuando duermes... Un jod... Un angelito. ¡No dije nada, no dije nada! —rio a carcajadas.

Me tumbé en la cama, sonriendo.

En ese momento sentí que el tiempo no había pasado. Sentí que volvía unos años atrás, que estábamos tonteando como siempre.
Mi perfecto cliché y yo. Liam y Millie.

—Haz lo que quieras con ella —continuó y noté que estaba caminando, supongo que alejándose de su abuela asesina—. Aunque... siempre te quedaron más lindas que a mí, y eso es decir mucho. Así que, si fuese tú, lo pensaría.

—La dejaré aquí —esquivé sus intentos de seducirme, otra vez.

—Dile a alguno de los chicos que te lleve a casa.

—¿Es esa una orden?

—Joder, olvidaste varias cosas, ¿huh? Sí, es una orden.

Carraspeé y, por el bien de mi salud mental, decidí no responder. Sabía perfectamente adónde iba a llevarnos esa conversación.
Dios, podía imaginarlo pasándoselo en grande en ese momento, siendo consciente de la razón por la cual no le había contestado.

—Que tenga un lindo día, señorita Miller —continuó, efectivamente, divertidísimo.

—Tú también —murmuré.

Nos quedamos en silencio por un instante. No sé por qué siempre nos había costado colgar el teléfono luego de despedirnos.

—Siempre fue difícil irme, ¿sabes? Pero hoy... Joder. Estabas demasiado pegadita a mí como para que quisiera soltarte —habló en voz baja. Una puerta cerrándose se oyó de fondo.

Y Todo Por Ese Error #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora