Capítulo 23

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Aria

Conduje hasta la empresa, preocupada. ¿Qué podía haber sucedido para que me apurase de esa manera? ¿Alguien habría muerto?

Ay, Dios, que nadie haya muerto.

Mi teléfono volvió a sonar. Atendí desde el coche con el manos libres. No vi quién había llamado.

—¿Frank?

—No.

—¿Quién habla?

—¿Ahora vas a hacer de cuenta que no reconoces mi voz?

Ugh. ¿Por qué tiene la voz tan grave? Por teléfono es aun peor.

—Becker.

—Seh.

—¿Por qué me llamas?

—¿Estás cerca de la empresa?

—A cinco minutos.

—Tienes que aparcar el coche a media cuadra de distancia, en callejón cercano a la puerta trasera, e ingresar por ahí.

—¿Por qué?

—Sólo hazlo. Y apaga el teléfono.

—¿Eh? ¿por qué? —insistí, extrañada.

—Porque lo digo yo. Apágalo ya.

—No estoy jugando. Dime —no respondió—. ¿Becker?

Había colgado.

¿Acaba de dejarme hablando sola? Ah, cuando llegue me va a escuchar.
¿Por qué tengo que entrar como si fuese una ladrona?
Además... ¿Quién se cree que es para dejarme hablándole al aire? ¡Ugh! Te detesto.

Apenas colgué, comenzó a bailar en mi pantalla un número desconocido. Apagué el teléfono automáticamente.
Aparqué el coche donde me indicó y caminé en dirección a la puerta trasera.

"Porque lo digo yo" ¡¿Y quién eres tú?! Eso tendría que haberle dicho.

¿Por qué siempre se me ocurren tarde las contestaciones perfectas?

Becker estaba parado afuera, mirando hacia ambos lados, como paranoico. Cuando me vio, me hizo señas para que me apurara... Y yo hice lo que pude. Los zapatos estaban matándome.

Cuando me acerqué lo suficiente, tomó mi mano y me arrastró hacia adentro.

—¡¿Qué haces?! ¿Estás loco? —gruñí y él cerró con rapidez.

—¿Cómo puede ser que camines tan lento? —suspiró, mientras prácticamente corría por el pasillo, llevándome con él con una facilidad impresionante.

—Si tuvieses que usar zapatos, me entenderías —solté mi mano de la suya, dando un tirón.

—Entonces usa zapatillas, Miller —replicó, sin detenerse.

Tomé aire para calmarme.

Paciencia, paciencia, paciencia...

—¿Qué sucede?

—Problemas.

—¿Con qué?

—Es mejor que hables con ellos.

Murió alguien, claro. O sea, no hay otra razón por la cual me diría algo así. ¿Quién?

De camino noté que no había un alma. Siempre había alguien haciendo horas extras o cosas así... Pero, esta vez, la empresa estaba desierta. Sólo había gente de seguridad rondando.

Y Todo Por Ese Error #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora