Adicción

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REVISADO

¿Qué era lo que estaba mal con ella?, ¿Por qué simplemente no podía controlar sus pensamientos hacia él?, ¿Se dejaría llevar por sus impulsos si el volvía a intentar algo?

Camila siguió dándole vueltas al asunto. Ya era viernes, Aizawa estuvo yendo toda la semana a su casa para ayudarle con las clases que estuvo perdiendo, aunque tenía la sospecha de que en realidad era un pretexto del pelinegro para verla.

Él no perdía oportunidad de poner nerviosa a la chica y ella a su vez esperaba que él diera algún avance, pero al final ambos se negaban a ceder. Tal vez el aislamiento estaba causando estragos en ella, por eso sentía la necesidad de abalanzarse sobre Shota cada vez que estaba cerca de ella. Podría ser, pero no.

Odiaba admitir que estaba obsesionada de alguna manera con él, con su voz, con su presencia, con ese delicioso aroma a café que desprendía siempre. Que se moría por que la sujetara con fuerza y la besara apenas cruzara la puerta, a pesar de que ella le había dicho que no tendría oportunidad con ella otra vez. Era todo muy confuso, aunque al mismo tiempo estaba claro lo que quería.

Estuvo esperando ansiosamente durante toda la mañana, incluso subió a su habitación a buscar algo que pudiera llamar la atención de Shota. Eligió la falda que usaba cuando lo conoció, tal vez esperando a que él la recordara, junto con una blusa rosa. Se perfumó y maquilló ligeramente para después bajar a la sala a continuar con la espera.

El timbre sonó. Los latidos de su corazón aumentaron el ritmo y las manos comenzaron a sudarle. Respiró profundo y se dirigió para abrir la puerta.

—Buenas noches.— saludó el pelinegro. La chica de inmediato se hizo a un lado para que pudiera pasar. —¿Cómo sientes tu pie?— preguntó él atravesando el marco de la entrada.

—Mejor.— respondió ella bastante animada. —Creo que estoy lista para volver a la escuela el lunes.—

—Eso veo. Supongo que hoy se terminan las clases privadas.— comentó el mayor mientras iba a dejar a la cocina la respectiva comida de esa tarde, mientras Camila le seguía. Todos esos días le había estado llevando comida y al parecer ésta sería la última. Se le había hecho costumbre el cuidado que le daba. En un par de ocasiones le ayudó a cambiar los vendajes en el tobillo, así como estar al pendiente de llevar alimentos y alguna que otra golosina que creía que le pudiese gustar.

—Puede ser, aunque... No sé si logre entender todos los temas. Tal vez necesite más clases.— comentó de forma coqueta mientras se recargaba en la mesa de la cocina.

Shota sonrió. Su alumna lo estaba volviendo loco con cada movimiento que hacía, con cada palabra que salía de su boca y con ese perfume que lo hipnotizaba.

—No lo sé.— dijo serio. —Probablemente es que eres realmente mala alumna y no pones atención.— giró lentamente a la chica y la acorraló contra la mesa, poniendo un brazo a cada lado de su cuerpo.

La respiración de Camila comenzó a agitarse, pero trataba de mantener el control.

—Tal vez el profesor no es tan bueno enseñando.— respondió con una sonrisa traviesa. Lo estaba provocando y él estaba cayendo. ¿O era al revés?

Ambos sabían lo que querían. Ahora era cuestión de ver quién cedería primero.

Shota sonrió siguiéndole el juego. —Tal vez la alumna necesita que se le discipline para aprender mejor.—

—¿Quién va a disciplinarla? ¿El profesor?— dijo ella acercando su rostro al de el pelinegro.

Shota cerró los brazos para acercarse más a ella, pero sin llegar a tocarla. —El profesor tiene prohibido disciplinar a los alumnos.— dijo con una sonrisa triunfal, retiró los brazos de la mesa y caminó hacia la sala.

La enorme tensión que se había formado en esa cocina desapareció.

Camila finalmente lo aceptó, estaba bastante excitada por él.

Shota estaba esperando a su alumna en el sofá café en el que estudiaban cada tarde. Ella se acercó rápidamente para comenzar con la clase.

Para ambos fueron dos horas de pura tortura. Parecían un par de adictos en rehabilitación, esperando la más mínima oportunidad para recaer en esa adicción que tenían el uno por el otro, una adicción creada a base de sólo un par de encuentros, y que, como toda adicción, mientras más se prueba, más difícil es dejarla.

Camila cruzaba las piernas de forma provocativa, mientras Shota le respondía mirándola a los ojos, haciéndole invitación a sentarse sobre sus piernas, pero no pasaba nada.

Terminaron la clase y el pelinegro se levantó para ir por la comida a la cocina. La chica aprovechó para subir su falda, de tal forma que apenas y cubriese su ropa interior. Shota volvió de la cocina y dejó los platos en la mesita de centro. Al voltear a ver a su alumna, notó el cambio  en la prenda y desvió de inmediato la mirada.

—Su falda está muy arriba, señorita Kaido.— dijo y se aclaró la garganta.

Ella sonrió y recostó su cabeza sobre el hombro de el mayor. —Lo siento mucho, profesor. ¿Podría ayudarme a bajarla?— dijo con un tierno tono de voz.

Aizawa no pudo evitar sonreír al escucharla. Estaba jugando sucio, pero el también podría hacerlo.

—Claro que sí.— afirmó y se volteó hacia ella, la lanzó para que cayera sobre el sofá, colocó sus manos sobre la cintura de la chica y comenzó a deslizarlas, sujetando con fuerza, hasta llegar a la parte inferior de la falda, que bajó mientras apretaba sus piernas.

Se acercó al oído de Camila para susurrar —Listo.— se alejó para mirarla directamente a los ojos y fue ahí dónde todo terminó.

Pactaron un beso desenfrenado, lleno de pasión y ganas por devorarse el uno al otro. Ninguna de las manos estaban quietas, las de Camila se aferraban con fuerza a la espalda del pelinegro, mientras que las de él las usó para separar las piernas de la chica y acomodarse entre ellas para después sujetarla firmemente de los muslos.

Era inútil seguirlo negando, mientras más trataran de alejarse, más deseos sentirían por el otro, importando poco la diferencia de edad, o si era inmoral, o ilegal incluso, todo eso pasaba a un segundo plano mientras pudieran tenerse para satisfacer sus deseos. Después del maratón de besos y caricias, el calor que sentían esos dos hizo que pronto les estorbara la ropa, sacándola con rapidez para poder continuar con su desesperado acto.

Desde ese día no hubo vuelta atrás. Cayeron en la  adicción hacia el cuerpo del otro y, como con cualquier otra adicción, si no se limitaban a tiempo, podrían terminar destruídos.

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La escritora se disculpa por no subir capitulo ayer.

Vive en barrio pobre y no hubo electricidad en todo el día, pero ya estoy de vuelta.

Los quiero <3

FugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora