Capítulo 11. La Tempestad

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Berlín, Año 1551.

— ¡Estás loca si crees que saldré de esta habitación para ir a esa cena! —le gritó a su madre a través de la puerta de su recamara. Se encontraba allí, recluida sin permitir que nadie entrase y gritando a todo aquel que quiera convencerla de lo contrario.

— ¡Runa! No lo repito más, sal de ahí inmediatamente —volvió a exclamar su madre.

— ¡No! —gritó nuevamente, aferrándose al cuchillo que poseía. Ella era buena luchando para defenderse y no cedería fácilmente.

Con su oído aferrado a la puerta, identificaba cuales quejas provenían de Zelinda y cuáles de Aubrey. Ambas conversaban, ideando estrategias para sacarla de allí junto a las empleadas, hasta que de repente, se creó el silencio y Runa dudó.

Lo próximo que escuchó fue el sonido de la puerta resonar, y Runa se separó de ella con advertencia.

—Dije que no saldría.

— Déjame pasar, por favor —la voz de Johann la sorprendió, y no supo qué hacer. Se debatía internamente entre dejarlo pasar y correr el peligro de que lograran capturarla, o negarle el paso y vivir con su molestia.

— Solo tú, y ante el mínimo movimiento de los demás o tuyo uso mi cuchillo —amenazó a todos sonando despiadada. Escuchó la voz de todos aceptar su propuesta.

Desbordada de desconfianza abrió la puerta con suavidad, encontrándose con los ojos celestes de Johann. Él le sonrió con tranquilidad, y Runa no pudo resistirse a dejarlo pasar.

— ¿Qué es lo que sucede? —le preguntó, ingresando a la remara y observando con curiosidad el alrededor. Runa cerró la puerta y le dedicó una amarga mirada.

— Creo que lo sabes bien, la bruja de mi madre está arreglando un matrimonio para mí y quiere que esta noche conozca a mi futuro prometido, el cual debe ser un rarito lunático —explicó con enfado.

Los ojos de Johann se oscurecieron y sus rasgos se volvieron sombríos.

— ¿Es por eso que has estado tan extraña estos días? —preguntó con evidente sorpresa. Al parecer, él no lo sabía.

— Claro —asintió Runa caminando inquietamente por la habitación—. ¿Qué excusa te dieron para que me sacaras de aquí? —preguntó mirándolo con firmeza. Johann desvió su mirada hacia la ventana.

— Qué te rebelabas a participar de una cena familiar —respondió, sintiéndose burlado y confundido. Runa se cruzó de brazos desafiante, y él peinó su castaño pelo a un lado, respirando hondo— ¿Y qué vas a hacer? —Preguntó Johann.

— No lo sé —respondió ella, sentándose en el suelo y jugando con el cuchillo—. No quiero casarme pero supongo que algún día deberé hacerlo, pero quiero que sea con alguien que yo elija. ¿Y mi vida de cazadora? ¿Acaso, nunca la voy a poder tener? —su voz se quebró y cerró los ojos para contener el dolor que de saberse una esclava de la sociedad.

Johann fue hacia ella y presionó con su mano el hombro de Runa, intentando darle un poco de fuerza. Pero lo que ella necesitaba no era fuerza, era libertad.

El silencio afloró entre ellos, pensativos y atormentados, intentando poder llegar a alguna clase de solución.

— Y si... —comenzó a decir Johann. Había erguido su cuerpo, y parecía dispuesto a enfrentar un gran reto, pero Runa negó con la cabeza y poniéndose de pie, lo miró de frente.

— Tarde o temprano voy a tener que enfrentar esta situación —susurró. Su mirada era liquida y Johann la estaba viendo por primera vez con la guardia baja. Y así, solo se veía como una niña desesperada.

Legado III: La Emperatriz de los Bastardos [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora