Cuando la reunión concluyó, todos se dirigieron hacia la residencia Belisario; lejos de la academia. Ubicado en una zona residencial de Barcelona, el chalet de piedra se veía sublime con las luces de la noche; poseía amplias ventanas y una robusta puerta de madera con un sobresaliente escudo con un zorro, una morera y un ojo. Bajo el escudo estaba inscripto en latín los valores familiares: disciplina, reserva, templanza y sabiduría.
Los nervios de volver a estar en su casa molestaron a Newén durante la mayor parte del camino, pero todo se deshizo en el momento en que cruzó el umbral de su casa y se vio nuevamente dentro de su antigua vida. El tiempo parecía detenido allí; permanecía la misma decoración armoniosa y cálida impuesta por su madre, con aires silvestres para que siempre tuviese con ella una parte de su cultura mapuche.
Sintiendo las miradas de los demás con preocupación sobre él, Newén recorrió la sala de la que siempre sería su casa y detuvo su mirada en el cuadro que ocupaba una de las blancas paredes. Allí estaba él en su adolescencia, felizmente sonriente junto a sus padres y sus hermanos, y en el centro estaba la luz de todos. Lihuén era quien más se parecía a su padre; poseía los mismos ojos pardos y el oscuro cabello lacio, solo diferenciándose en el tono de su piel.
Respiró hondo, luchando con la tristeza que lo embargaba y agarró con fuerza el colgante que llevaba. Pese a que vivía en una sociedad acostumbrada a morir, le costaba lidiar con la ausencia de ella, y todavía no lograba comprender que una parte de Lihuén siempre estaría junto a él.
— ¡Newén! —un grito lo sacó de su nube de pensamientos y se sorprendió con un avasallante abrazo— Mi pequeño hermano, ¿cómo has estado? —le preguntó Aliwé, su hermana mayor.
Él apenas podía responder, pero se las ingenió para ser entendido.
En la lejanía, Viridis, Lena y Leonardo contemplaban a un Newén desorientado, y se divertían con eso. Para Lena era extraño verlo rodeado de su familia, y sobre todo frente a una hermana que parecía sobreprotegerlo. Aliwé era alto y esbelta, muy similar a él con el pelo negro ondulado, que llevaba corto hasta los hombros, la piel morena y los ojos oscuros. Ella se veía hermosa y radiante.
— ¿Por qué te has tardado tanto en volver? —lo reprendió, y él hizo una mueca de dolor para evitar responder. Ella puso los ojos en blanco, y ladeó su cabeza para ver a los demás— La edad les ha sentado bien —canturreó con un guiñó de ojo. Newén miró al techo para evitar revolear los ojos.
— A ver, déjamelo un poco a mí —Aukan apareció entre los dos para separarlos, y le tiró un golpe con su puño cerrado, al que Newén evadió. Volvió a intentar con su otra mano pero al ser bloqueado no le quedó otra alternativa que golpearlo con su pierna para tirarlo al suelo.
Newén cayó pesadamente, y Aukan se le subió encima como si fuese liviano, y comenzó a darle suaves palmadas en la mejilla. Él era tan molesto e hiperactivo que Newén ni siquiera sabía cómo podía llegar a extrañarlo.
— Todos te extrañaban aquí: ¿Cuándo va a venir? ¿Y mi niño? ¿Mi caballero donde estará? Ay, él es tan tímido y respetuoso —se burlaba entre risas.
— ¡Aukan! —gritó Aliwé pero no le hacía caso, y que Viridis junto a Leonardo se descostillaban de la risa no ayudaba en nada.
— ¡Eres un salvaje, sal de encima mío! —exclamó Newén y la risa de Aukan vibró por toda la habitación.
Nuevamente de pie, Aukan ayudó a su hermano mientras le dedicó una mirada galante a Lena, quien sonrió sonrojada y tuvo que soportar un breve momento de la expresión prejuicio que Leonardo le envió. Aukan volvió a concentrarse en su hermano, al mismo tiempo que Aliwe incitaba al resto a dirigirse hacia afuera, donde se encontraba el resto.
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Legado III: La Emperatriz de los Bastardos [Finalizada]
FantasiaSinopsis. Seis meses han transcurrido desde los sucesos de Legado 2. Valquiria ha desaparecido, y Lena se encuentra sufriendo las consecuencias de todo. Los cazadores están en vilo a la espera de lo que está por venir, sabiendo que las demás...