Capítulo 28. Legado

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Llevaba tanto tiempo ordenando y limpiando que sentía que había pasado una eternidad. Desde el momento en que se levantó, Lena los había obligado trabajar y nadie podía quedarse con los brazos cruzados. Valquiria dudó si podía haber muerto de nuevo, pero no. Oía la voz desafinada de Leonardo, cantando desde el vestíbulo con la música a todo volumen. Y deseaba que si acaso el día de su muerte llegara, no estuviese Leo arruinando la música de David Bowie.

Caminando por el pasillo, Newén pasó delante de la puerta de la biblioteca y le dedicó una expresión de terror. Él compartía el mismo pensamiento que ella. David no había pasado tanto tiempo creando arte con su música para que Leonardo lo derribara en pocas estrofas. ¿Pero qué podían hacer con él cuando ya habían tratado de domesticarlo? La risa de Lena les indicaba que ella estaba disfrutándolo, y probablemente estuviesen ambos bailando ridículamente mientras limpiaban.

Podía apostar cualquier cosa...

Valquiria sonrió para sí misma y continuó ordenando los libros de su biblioteca hasta que un repentino cosquilleo la recorrió transformándose en un mal presentimiento que la estremeció. Miró a su alrededor con precaución en busca de algún enemigo, pero allí no había nadie más. «¿Qué demonios sucede?» se preguntó, sintiéndose inestable frente a ese extraño sentimiento. Sin previo aviso, Valquiria se vio trasportada hacia otro sitio. Muy lejos de su hogar.

— Buenos Aires, Argentina —le dijeron antes de que tuviese oportunidad para formular la pregunta en su mente. La tranquilidad llegó al oír a su ángel, y se volteó hacia él con suspicacia. Eterno y hermoso, Caleb le sonrió; vestía un jean, remera lisa y la chaqueta de cuero que le otorgaban un aspecto de rebeldía—. Aquí es donde vive tu protegida, Nina Mendizábal —le explicó.

— Y ella está en peligro —afirmó ella con certeza, evaluando lo que la rodeaba.

— Nina no es un simple humano, sino un Aretai aunque no uno cualquiera. No tiene idea de su naturaleza, solo piensa que es un bicho raro —le dijo mientras Valquiria posaba sus ojos en la vasta flora de aquel parque—. Ya lograrás conocerla, pero tiende a ser un tanto inestable —le advirtió, y tras la expresión sombría de Valquiria, él le sonrió—. Nadie dijo que sería sencillo cuidarla.

— Sí, tendría que habérmelo imaginado —comentó con sagacidad, volviendo sus ojos hacia el parque.

En un solitario rincón, vislumbró la figura menuda de lo que parecía una niña. Aunque tras observarla, se dio cuenta que tendría la edad de Lena o quizás más, pero no lo aparentaba. Su cabello castaño brillaba con tintes rojos cobrizos, y sus grandes ojos castaños no se alejaban de sus manos. A pesar de que en un primer momento, creyó que leía, identificó pequeñas chispas de fuego recorriendo sus manos. Sin dañarla ni asustarla.

— Ella debería tener más cuidado sobre los lugares en donde juega con fuego —se quejó Valquiria, volteándose hacia Caleb pero él ya no estaba a su lado. Suspiró con resignación, ocultándose entre los inmensos árboles para analizar a la persona que debería cuidar por el resto de su existencia.

Nina se veía como una persona solitaria, y extraña en su propio cuerpo. La curiosidad resaltaba en sus ojos turbios, y un extraño sonido la sacó de la hipnosis de sus manos. Valquiria permaneció atenta a ella, invisible al ojo humano, hasta que vio algo que antes no. El castaño de sus ojos se habían esfumado y el color rojo como el fuego brillaban en sus irises inhumanamente.

Parpadeando, no pudo evitar comparar sus ojos con los de Merari. Pero aquel ángel era siniestro y su mirada era una promesa de sangre. En cambio, los ojos de aquella chica eran gentiles a pesar de la desconfianza, y la vida del fuego brillaba en ellos. Nina ocultó su rostro en una capucha y se levantó apresuradamente para alejarse de allí.

Legado III: La Emperatriz de los Bastardos [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora