Capítulo 22. Los jinetes del Apocalipsis

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[...] Cuando abrió el primer sello, oí al primer ser viviente, que decía: "Ven". Miré y vi un caballo blanco, y el que montaba sobre él tenía un arco, y le fue dada una corona, y salió vencedor, y para vencer. [...] Ap. 6.2.

Mortal y certero, Ragnar recorría el campo de batalla arriba de su motocicleta disparando con su arco. Las flechas parecían no agotarse a medida continuaba aniquilando demonios y evitando colisionar con ellos. Sobre su moto y peleando, Ragnar se trasladaba de una batalla a otra en un abrir y cerrar de ojos. Londres, Buenos Aires, México, Rio de Janeiro. Todas las ciudades del mundo estaban siendo atacadas por todos los flancos. Demonios intentaban corromper a las personas que no alcanzaban a refugiarse del peligro, mientras que el cielo estaba oscurecido por la lluvia y el granizo que caía letalmente, el fuego de las estructuras destruidas iluminaban crípticamente, mientras que la sangre teñía el suelo y cuerpo de los sobrevivientes.

— ¿Alguien sabe cómo se detiene un apocalipsis? —inquirió él en tono juguetón, como si acaso estuviese junto a los demás. Se reía oscuramente, sintiendo la plenitud luchar.

— Si encuentras la respuesta, hazla saber —respondió Leonardo; su voz salió del comunicador que poseía en su oído y al que aún no acostumbraba a tener. La batalla entre la tecnología y él nunca sabría cómo ganarla, pero la que estaba presenciando sí.

Silbó con efusividad y el grupo de demonios amorfos se detuvieron para observarlo con frenesí. La locura y el caos se vislumbró en sus ojos a medida que corrían con desenfrenó hacia él. Ragnar sonrió y giró su motocicleta para alejarse lo más que pudiera de la zona donde se encontraban los humanos. Anduvo unos metros hasta que reconoció una estación de servicios, y se encargó de dirigir al conjunto de demonios hacia allí. Y una vez estuvieron en el lugar exacto en donde los quería, se alejó tan rápido como pudo, disparando con precisión milimétrica su arco. La flecha sumida en fuego salió disparada hacia los tanques de combustible y la gran explosión iluminó el cielo, y su mirada se llenó de victoria.

Ragnar aceleró y se transportó hasta Aage, donde recorrió las solitarias calles. La oscuridad volvía espeluznante a una ciudad sumida en el desastre. Las personas habían huido y se encontraban refugiadas, a salvo de la guerra que acontecía en el mundo entero. Avanzó hasta las afueras de la ciudad donde otra batalla estaba aconteciendo. Con la adrenalina recorriéndolo como un elixir de vida, Ragnar gritó eufórico, volviendo a sostener su arco para deshacerse de la mayor cantidad de enemigos posibles.

Pasó junto a Therón, Dominic, Giles y Marissa que luchaban como una férrea unidad. El primero cuidaba las espaldas de sus amigos y Giles comandaba, mientras Dom y Marissa atacaban con ferocidad y sin miedo.

— ¿Cómo van, niños? —preguntó Ragnar, echándoles una mirada sobre sus hombros.

— ¡No somos niños! —se quejó Marissa. Él sonrió ante el tono de reproche, y es que para los cientos de años que poseía, ellos no eran más que niños. Con aquella actitud rebelde y arrogante, Marissa disparaba hacia todas direcciones sin permitir que los enemigos se acercaran a ellos.

— Creo que tenemos todo controlado por aquí, nos deshacemos de ellos y vamos hacia el siguiente punto de encuentro —le dijo Giles. Ragnar asintió y continuó peleando en soledad.

— Jinete, ¿puedes sacar de aquí a Phoebe? —inquirió Hamish con su tono sarcástico mientras luchaba contra un licántropo; cerca de él se encontraba Demyan peleando con su espada. Phoebe miró ofendida a Hamish, y Ragnar no alcanzó a responder que la levantó de su cintura para subirla delante de él en la moto. Ella gritó sorprendida y miró a su alrededor desorientada.

— Damisela en apuros, ¿me recuerdas por qué estás en medio de una guerra en vez de correr a refugiarte? —inquirió Ragnar en voz suave en su oído. Phoebe saltó viéndose a la defensiva, y le dedicó una mirada venenosa.

Legado III: La Emperatriz de los Bastardos [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora