Como antes I: Hola, soy Tomás

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Me llamo Tomás Palacio Gados, soy escritor, creo que este diario, si se le puede llamar así, es cuanto tengo para sobrellevar lo que sucede. En los tiempos que corren conviene encontrar un pretexto para no abandonar la "comodidad del hogar", aunque para mí siempre hubo algo de ese tipo. Uno suele olvidarse de algunas definiciones y ya pocas cosas son realmente cómodas. Necesito un compañero. Mataré entonces mis penas, expondré sin tapujos mis vergüenzas, recordaré quien soy y escribiré pensamientos que, día tras día, atravesarán mi revuelta sesera.
Hace tiempo, cuándo todo era "normal", escribía mis novelas, relatos y multitud de otras historias. Mi vida como escritor se había consumado, las cosas avanzaban bastante bien. Siempre adolecí contrariedades hablando sobre relaciones interpersonales y cosas del estilo. Tampoco fui capaz de encontrar una esposa a lo largo de treinta y un años de vida. Toda mi trayectoria con personas del sexo opuesto o prácticamente toda mi travesía en el ámbito sexual, se basa solamente en las frecuentes visitas a esos clubes sicalípticos que tanto dinero han obtenido de mí. Había aprendido a vivir con ello, me parecía más sencillo plasmar mis sentimientos sobre páginas en blanco que expresarlos a alguien más. Después de todo, para eso se inventaron, ¿no?
(Cielos, casi parece esto mi diario del bochorno). Nunca fui extremadamente guapo o considerablemente fuerte. Solo era una persona, como cualquier otra, ganándose la vida; haciendo lo que ama y le apasiona, incluso en momentos como este. Perdí a mi madre, Ángela, hace bastante. Una enfermedad me la arrebató cuando tenía apenas cincuenta y siete años. Tanto tiempo ha pasado que ya comienzo a olvidar su voz, sus pretéritas palabras, sus regaños, todo eso se ha ido disipando poco a poco. Ciertamente es desconcertante e ignoro totalmente adónde fueron a parar. No tengo claro si se las llevó el fuerte viento o están perdidas en las profundidades del lago que solíamos visitar a menudo, al final de la callejuela que daba al bosque, cuando las horas cargaban aburrimiento y nuestros cuerpos desbordaban cansancio; o en el famoso pozo del abandono. ¿Por qué no puede uno olvidarse de todo aquello que hiere y recuerda vívidamente esos momentos que, sin hacer un mínimo esfuerzo, dibujarían, cual los mejores artistas, sonrisas en los rostros de la gente?
…Algunas semanas atrás, como por arte de magia o más bien brujería, ellos comenzaron a surgir de entre el caserío. Abandonaron los oscuros callejones y emergieron de la tierra. Entes indescriptibles, demonios, fantasmas o tal vez... ya no sé ni qué pensar. Todo ocurrió como se esperaría, personas asustadas y alaridos por dondequiera. Muchos morían a sus manos, cientos, miles. Su aspecto peculiar que parecía sacado de la más terrorífica cinta hacía enloquecer a las personas. Es cuanto menos burlesco, ni siquiera somos capaces de mirar el rostro de aquello a lo que decimos temer.
Lo peor vino cuando descubrieron su inmunidad a las metrallas, explosivos y tajaduras. El ejército se retiró impotente ante la invulnerabilidad de esos monstruos, todo fue un caos. Ningún gobierno pudo explicarlo, tampoco la ciencia ni la religión. La respuesta no aparecía en ninguna galletita de la fortuna. Así que solo corrimos despavoridos, huimos y huimos durante días, todos: niños, niñas, adultos y ancianos. Avanzamos sin mirar nunca atrás.
Aquí estamos hoy, en una isla que apenas tiene espacio para todos nosotros. Fui un afortunado, apenas logramos alcanzar ese último barco. No recuerdo bien el nombre de la isla, tampoco es que importe mientras podamos estar a salvo de esos "lo que sea". Sé que está en el Caribe, en la entrada del Golfo de México. Hay muchísimo calor. Aunque no es que me sobre el tiempo para pensar en su nombre, su belleza o su temperatura. Tan pronto mis pies contactaron con la costa, de arena fina y cocoteros que pobremente tuve tiempo de estimar por todas partes, dirigí mi rumbo al centro de la isla, dónde creí que estaría más seguro, y lo sigo pensando.
Aún me queda suficiente manduca en la mochila para un par de semanas. Hace poco finalicé un pequeño resguardo, ahora es como mi casa. No soy experto, ni por asomo, pero había leído antes algo sobre el tema. Estoy justo debajo de un gran árbol de mango. Tiene una rama enorme que sobresale a su derecha y me sirvió como centro de apoyo para construir mi choza. Las hojas del árbol me ayudarán a mantener la estructura del refugio ante fuertes vientos y lluvias de esas que dan miedo.
La "mesa" sobre la que escribo, no es más que un montón de ramitas unidas con cinta adhesiva. Sí, para su información, lo pensé yo solito. Mi silla está conformada por dos simples rocas grandes, tampoco hay para lujos. Cuando me puse manos a la obra tenía la intención de dormir en el suelo, ahora veo que los bichos no tienen pensado ponérmelo fácil. Así que, probablemente, esta noche ate un par de cuerdas y rellene el agujero con algunas prendas para usarlas de hamaca, allá, en lo alto del árbol.
¡Increíble! Aquí arriba se está muy fresco, el soplo de la noche es relajante, recostado a este difícil tronco, mientras garabateo esta libreta. Casi se siente como estar en casa, de permanecer así por mucho tiempo, terminaré olvidando qué hago aquí. El viento se inventa sonidos raros que me ponen los pelos de punta. Me gustaría ver las estrellas, pero las hojas me estorban. Al menos puedo distraerme viendo gente desde la altura. Los noto conversar, reír junto a la hoguera y contar sus estrafalarias historias, parece divertido, pero nunca he sido de esos sitios. Estoy más a gusto aquí echado, con la noche oscura y tupida que a menudo esboza paisajes lúgubres cada que contemplo los árboles en la distancia. Junto al viento, sus sonidos y las aves nocturnas, hallo consuelo en su canturreo grave. Y me siento menos perdido acompañado por esta enorme luna brillante.

AstronautasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora