De viaje a un sueño III: El rarito de la costa

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Caminaba por la playa nocturna, sus pies sentían el tacto frío y agradable de la arenilla. A sus espaldas dejaba todo un recorrido (imposible distinguir su final, o su comienzo) de estrechas pisadas. La brisa del mar agitaba su melena rubia, más bien blanquecina, y las estrellas engalanaban con su brillo inigualable aquella azabache corte celestial. La acústica de las olas le inventaba navíos cargados con recuerdos, memorias que de él siempre obtenían, como mínimo, el suspiro. El momento se cayó a pedazos cuando apareció ante sus ojos, a unos metros, no muy lejos, ese chico.
Parecía tan perdido o más aún que él en el estrellado horizonte. Allí sentado, con las rodillas casi tocando su pecho y sus brazos que las abrazaban. De mirar confundido, de cabeza ida. Cuanto más se acercaba, mejor diferenciaba esa aura de inconformidad y abatimiento. Algo avivó sus ganas de curiosear, lentamente se arrimó al muchacho, tomó sitio a su lado, dejando un par de metros de por medio. Entonces no supo donde comenzar, solo calló, miró la orilla y jugueteó con unas pequeñas conchas y piedrecitas hasta por fin ocurrírsele algo.
-Oye, ¿no te parece un poco tarde para paseos nocturnos por la costa?
- ¿Y a ti, no te lo parece? -respondió todavía con la vista al frente.
-Bien dicho -regresó a entretenerse con las piedras.
-...
-Y, ¿qué haces aquí? -preguntó temeroso de haber hurgado en algo que no debía.
-Nada especial, solo estoy y ya. ¿Tú qué asuntos traes?
-Yo estoy huyendo -dijo con cierto aire de angustia.
- ¿Quién te persigue? -Volteó la cabeza en dirección al rubio.
-No exactamente, son... solo son ideas que me inquietan y la realidad que a veces me abruma, que me llena de... dudas, ya sabes -el chico parecía uno de estos mimados a los que le roban un dulce y comienzan a llorar.
-Pff -pronunció con indiferencia- mejor eso a que otros te obliguen a correr.
- ¿Estás huyendo tú también? -le había parecido curiosa la respuesta de Ricky a su comentario de antes y decidió preguntar.
-Ya no, ya me da un poco igual. Siento que toda la vida he estado huyendo de personas que me obligan a hacerlo, de ideas que se mezclan y rondan todo el tiempo mi cabeza y de realidades que me atormentan, como a ti -habla, siempre manteniendo su tono bajo y lloroso.
-Ya veo que nos parecemos, niño de la playa- dijo sonriente.
-Yo preferiría no hacerlo.
-Tienes razón, ojalá no.
Ambos quedaron en silencio, echaban una mirada angustiosa hacia las pequeñas marejadas que rompían la costa. Cada uno evocaba sus pesares, inconformidades e inseguridades para sí mismo. Aunque ninguno de ellos lo consideraba tan horrible como antes; antes cuando atravesaban solos por la playa o cuando estaban sentados en la arena, solitarios, recogidos, encerrados en sus inconfesables sentimientos. Ahora uno y otro compartían algo más que dos metros de costa. Sin percatarse se apoyaban mutuamente, compartiendo esas incertidumbres que iban y venían.
Unos minutos pasaron, aún sin decir nada. Se puso en pie. Sacudió la arena aglutinada en su atuendo y olfateó por última vez el ameno aroma del mar. Apenas comenzaba a andar cuando su "compañero costero" imperó:
- ¡Ey, espera! ¿Te vas sin decirme tu nombre? -preguntó un poco irritado.
-Oh, claro, Me llamo Rick.
-Yo soy Jonas, espero verte pronto, Rick.
-Claro, ya hablaremos -dijo sin saber ni hacia dónde mirar.
Ricky reanudó su camino, alejándose cada vez más de la playa, esa que solo albergaba esa noche dos almas. Jonas quedó mirándolo. Esperó hasta que la figura casi desvanecida de Ricky se esfumara finalmente entre el caserío. Entonces se volvió sobre sus pasos. Todo el extenso recorrido que antes había construido enterrando sus pies en la arena fina, ahora, tocaba atravesarlo de vuelta. Pareciera lo mismo, exactamente igual, sin embargo, algo había cambiado. Cuando antes se le venían recuerdos dolorosos a la cabeza, ahora retorna sobre sus pisadas y olvida cuanto desconsuela sin apego a remordimiento alguno. Hace diez minutos intentaba despejar la mortificación alojada en su psique enmarañada, pero ahora ríe y corre por todo el borde, sus pies pisan el agua para clavarse nuevamente en la arena. Una lástima, nada se ha solucionado, probablemente deba continuar huyendo de lo que sea que se esté evadiendo. Pero esa noche, al menos esa noche tranquila, fue feliz huyendo en dirección a lo que teme.
Ricky caminaba agitado - ¿qué es esto? - se preguntaba. Sentía como si el pecho no diera abasto. Pareciera tarea imposible contener en su interior tan acelerado aparato, tan palpitante corazón. Quizá signifique algo, algo diferente que nunca ha sentido y que tal vez está buscando en lo profundo de su desvaído anhelo.
-Ricky, ¿dónde habías estado? -investigó Marta, como de costumbre, con las manos en la cintura y una expresión poco agradable.
-Solo paseaba por la playa -habló con normalidad, no estaba haciendo nada malo- me relaja, creo.
- ¿Tan tarde?, pasear a esta hora es peligroso. ¡Lo sabes bien! -uy, ya estaba enojada.
-Por favor, mamá, ¿Qué podría suceder que no haya sucedido ya? -Esos tonos sarcásticos no le hacen ni pizca de gracia a su madre, y él lo sabe bien-.
- ¡No digas esas cosas! -colérica, levanta su dedo índice y lo agita como si de una vara mágica se tratase- ni en broma, ¿eh?... sabes que mamá se preocupa mucho por ti. Eres todo lo que tengo.
-Bien, entonces no hablaré. Me voy a mi cuarto.
- ¿No esperarás a comer algo? La cena está casi lista.
-No te preocupes, no tengo hambre, la comeré luego -se detuvo en medio del pasillo- Por cierto, ¿Dónde está papá? ¿Hace guardia hoy también?
-Así parece -se sentó en el sofá y prendió la tele que han tenido siempre, la viejita, la pequeña y tosca-, imagino que el hospital está algo escaso de personal.
-Debe ser, no lo veo hace algunos días. Bueno, estoy en mi cuarto si me necesitas, mamá.
-Está bien, te dejo la cena en el microondas por si tienes hambre luego.
Echado en la cama, con el antebrazo sobre su semblante y la otra mano que pellizcaba las sábanas a cuadros, pensaba en el "hace unos momentos". Mirar los ojos de Jonas fue como mirarse al espejo, se notó reflejado ahí, en su verde par de iris; tan disímiles como iguales a los suyos. No pudo evitar cautivarse por tales fanales. ¿Cómo podría impedírselo a sí mismo?
Se retuerce en la cama, acomoda su cuerpo cansado hasta que la posición empieza a incomodarle, y piensa y piensa, solo para luego darse cuenta de que, en realidad, nada caviló. Y solo añora profundamente volver a escuchar aquellas marejadas de hace un rato, siempre acompañadas por la voz aguda y amable de quien sería un posible amigo.

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