¿Qué nos separaba? VII: Nuestro destino

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— ¿Por qué no puedo, mamá? —preguntó Elizabeth, alzando un poco la voz, molesta y confundida.
— ¿Qué?, ¿no ves? Mira lo que quieres hacer, niña —dijo Marta, rehusándose totalmente a cambiar de opinión.
— ¿Qué hago? No hay nada de malo en salir con mis amigos en el día de Halloween —entonces su rostro se tornó circunspecto, ahí estaba el enfado, siendo devorado por una bestia enorme que algunos preferirían llamar “desesperación”.
—Tus amigos —expuso haciendo las típicas muecas burlonas en que la voz se elige chillona, simulando la de un niño muy pequeño que lloriquease por nada—, tus amigos…, tú y tus amigos —su voz regresó a la normalidad—. Desde que te juntas con esos mocosos he tenido que regañarte constantemente. Ya no respetas a tu madre y eso va a cambiar. Tienes prohibido volver a hablar con esos chiquillos.
—No quiero alejarme de ellos, son mis amigos, pero no lo quieres entender… no quieres, mamá, no te interesa.  —balbuceó a regañadientes, posando su vista sobre sus bajitas sandalias.
—Cuida esa lengua, Elizabeth. Eso del Halloween, los disfraces, los fantasmas, todo es lo mismo, invenciones del mismísimo Satán para corromper a las niñas tontas como tú, que solo hacen lo que se les venga en gana sin medir las consecuencias de sus actos —en ese momento se colocó un rostro decepcionado y cansado, harto de ver como su hija se desvía del camino, poco a poco, frente a sus ojos.       
—Diablo esto, Satán aquello; no hagas esto, no es propio de gente de “el señor”… siempre dices lo mismo, pero ¡ya ni siquiera creo que Dios sea real!, ningún dios pondría triste a ningún niño —sobresale desde Eli un aura obstinada, sus palabras lo proyectan más que bien. Solo es una niña, pero esto ya había superado su tranquilidad— Hiciste llorar a Lucas, yo estaba ahí; si no voy, los demás se pondrán tristes, y yo también, mamá; ¡pero nada de eso te importa, ni un poquito!
— ¡Quién te has creído que eres para hablarme así, Elizabeth! ¡Malagradecida! Dame eso ahora mismo —estiró la mano, agarró el vestido de bruja que llevaba Eli debajo de la axila y salió disparada hacia la cocina.
— ¡Mami, lo siento! —Reaccionó rápidamente— sé que me pasé, por favor, lo siento, discúlpame.
—Con esto aprenderás a respetar a tu madre, malcriada —agarró un mechero que había justo al lado del fogón eléctrico y lo colocó debajo del disfraz.
— ¡Detente! ¡Para! —Gritaba a llantos— Carol se pasó mucho tiempo haciendo nuestros trajes… ¡mamá!
— ¡Cállate ya! —Dijo mientras salía al patio— Y estás castigada de por vida, para que lo sepas —soltó el vestido color cielo medianoche sobre el césped verde, un poco puntiagudo y levemente humedecido con el rocío nocturno. Elizabeth lo miraba mientras era devorado por las llamas— Tienes diez minutos para estar durmiendo —dijo al final, echando la puerta trasera hacia delante.
Elizabeth se quedó hasta que el hermoso vestido se redujo a un pequeño pedazo de harapo chamuscado que sostendría, minutos después, en el portal de la casa, concretamente en el segundo peldaño de la escalera frente a la puerta delantera.
Esa tarde el bus se encontraba más callado de lo normal. El chofer siempre había hecho berrinches por la algazara que eran capaces de montarse los muchachos tan temprano en la mañana; pero ese día no hubo por qué quejarse, aquel ambiente lo ponía bastante incómodo, incluso a él, un hombre ya mayor a quien probablemente no deban afectarle este tipo de cosas. Ashley estaba concentrada en su celular. Jess dormía apoyada en el hombro izquierdo de Ray, que devolvía el gesto abrazando con su cuello y mejilla la cabeza de ella. Lucas miraba a Eli de reojo, tal como hizo en un comienzo. Rememoró por un instante todos esos momentos que habían vivido juntos y sonrío fugazmente, pues, al tiempo, recordó todo lo que estaba pasando y su rostro volvió a ser ese melancólico que contemplaba un poco disimuladamente como Elizabeth miraba, con el mentón metido en su palma derecha, a través de la ventanilla. Ella veía como las cosas de afuera se iban con el viento y sentía como si nada importase, sentía que, si seguía observando, lo demás también se lo llevaría el viento consigo, al igual que hacía con los edificios, viejos o nuevos; con los árboles, pequeños o grandes; y con las personas, buenas o malas. Después suspiró profundamente. 
—Luquita…
— ¿Qué pasa? —respondió a media voz, en un tono muy bajo, muy suave.
— ¿Hay algo que quieras decir? —Preguntó, sin apartar la vista de la ventana.
—Pensó unos segundos— No, nada.
—Mmm, vale, es solo que hoy podría ser nuestro último día juntos —recostó la cabeza a su antebrazo y miró a Lucas—, no me gustaría que fuera tan feo, lo sabes, ¿verdad?
—Tu mamá te va a llevar, lo sabemos, eso nos pone triste a todos —se acomoda hasta quedar erguido en el asiento— solo míranos.
—Sí, no quiero que se sientan así por culpa mía —la cara de Eli agitó con todas sus fuerzas las entrañas de Lucas— tampoco que nuestro tiempo juntos acabe siendo un recuerdo tan desagradable.
—Al final todo fue culpa nuestra, no debimos…
— ¿Culpa suya? No —niega abruptamente con la cabeza y las manos—, está claro que la única culpable aquí es mi mamá. Deja de hacerte ideas tontas en la cabeza, ¿quieres?
—Sí, tienes razón…, por lo menos hicimos el intento, ¿verdad? —Sus ojos se humedecieron de repente— Hicimos todo lo que se nos ocurrió, estoy seguro. Pero no sirvió de nada, al final nos vas a dejar y… y nadie aquí quiere eso.
—Luquita, ven aquí —ella abrió sus brazos y lo envolvió en ellos; un sentimiento poderoso los conecta a ambos en ese cálido abrazo—. Tú eres el niño más maravilloso que he conocido, siempre te daré las gracias por todo lo que hiciste, por todo lo que hicieron ustedes cuando intentaron rescatarme, no lo olvides.
—Sí, no lo haré…, jamás lo haré —susurró al final.
En realidad el resto estaba escuchando cada cosa que decían, pero, todo lo contrario a su normal actuar, se rehusaron a decir alguna palabra. Todos estuvieron de acuerdo en que ese debía ser un momento único que habían de vivir a solas “los futuros esposos”. Así que prefirieron guardar silencio y seguir recostados o trasteando el celular mientras, en el fondo, sus grandes amigos se despedían con un fuerte estrujón en los asientos centrales del autobús donde se miraron a los ojos por primera vez y una sola mirada terminó por convertirse en una gran amistad.
— ¿Sí? ¿Quién habla? —pregunta Lucas, sosteniendo el celular entre el hombro y la oreja, llamaban justo cuando disfrutaba de una gran partida en línea.
— ¿Lucas? Soy Elizabeth —el tono de la chica aumenta, se emociona.
— ¿Eli? No puede ser cierto, eres tú… yo…
—Ja, ja, por fin puedo hablar contigo, no tienes ni idea de cuánto me alegra escucharte otra vez —no pudo evitar pegar unos saltitos de alegría al otro lado del teléfono.
—Pensé que no volvería a saber de ti —pestañeó rápidamente y sonrió al celular— ¿Cómo has estado? ¿Dónde estás ahora? ¿Te habías olvidado de nosotros? ¿Cómo conseguiste mi número? …
—Para, para —dijo Eli—, ja, ja, ja, despacio. Mi madre nos obligó a mí y a papá a mudarnos a Winnipeg.
—Eso está bastante lejos —comentó sorprendido—, ¿por qué Winnipeg?
—Allí nací, nos mudamos a Quebec hace algunos años —hizo una pequeña pausa, quizá recordando con exactitud todos los hechos que una vez escuchó atravesar los labios de sus familiares— Mi mamá tenía en aquel entonces esas ansias de independencia, o eso dijo papá. Siempre hemos hecho las cosas a su manera, yo creo que eso nos ha hecho más mal que bien.
—Entonces eres winipeguesa, ya veo. Nunca me hablaste sobre eso, qué curioso.
—Sí, y que lo digas —tomó un pequeño momento para suspirar a gusto—. Me fijé en tu voz, suena mucho más masculina, ¿no te parece?
—Claro —exclamó orgullosamente—, ¿qué esperabas? El tiempo no pasa porque sí.
—Sí, el mes que viene cumples catorce —aprovecha Elizabeth, intentando demostrar a Lucas que no se ha olvidado ni del más nimio detalle—, increíble.
— ¡Te acuerdas! Ni yo me acordaba de eso —dice el muchacho en un tono avergonzado.
—No te escribí ni te llamé antes porque mi madre me lo tenía prohibido —había una duda más, pendiente hasta ese momento en que Eli decidió contarle qué estaba sucediendo—, ya sabes, lo de los celulares, las redes y todo eso. Pero mi padre no es así. Ellos ya no están juntos. Mi papá y ella se divorciaron. Ahora vivo con él; un poco sola, pero alegre igualmente.
—Eso es muy repentino —su voz se entrecortó un par de veces—. Recuerdo como es tu mamá, así que no sabría decir si esa separación es algo triste, perdóname.
—Oh, lo es —afirma sin la menor duda—. Pero es cierto lo que dices, con ella todo era demasiado complicado. No he podido ser yo en trece años que tengo ya. Así que, en cierta manera, siento alivio —hace una pausa, traga saliva y continua—. La quiero muchísimo. En mi opinión, no se puede dejar de querer a una madre, sin embargo… solo mírame, estoy usando el celular, ¿verdad? —terminó sonriente.
—Entiendo cómo te sientes, Eli. ¿Sabes? Te extrañamos un montón —dice Lucas de la nada—, todos nosotros. Todo este tiempo que no te hemos visto ha sido un poco raro —medita brevemente, buscando qué decir a continuación—, aunque todo el mundo se acostumbra a todo lo que pasa, lo bueno y lo malo, seguro que eso es un problema.
—Bueno —piensa un momento ella—, todo depende de cómo lo mires. Yo creía que hacer las cosas a la manera de alguien más era normal, hasta que los conocí a ustedes, a tus padres y a los de las chicas, porque a los de Ray nunca los conocí, me marché antes de eso —puso una cara un poco decepcionada, aunque probablemente ni siquiera ella se daría cuenta, estaba totalmente metida en el celular—. Lo que quiero decir es que gracias a ustedes me conocí a mí misma y, por así decirlo, supe cuáles eran mis prioridades, no las de mamá… las mías. 
—Aún puedes conocer a los padres de Ray, queda mucho tiempo —dice esperanzado, con un brillo bastante familiar en sus ojos—.Te veremos de nuevo otra vez, ¿no? —pregunta enseguida.
—No lo sé — echó su espalda en la cama—, quizá algún día. Nada es seguro, pero créeme que ganas no me faltan.
—Esperaré con ansias ese momento, todos lo haremos, estoy seguro.
—Yo lo esperaré también —repite—, hablemos luego, ¿okey?
—Por supuesto, te llamaré de nuevo.
—Bien, adiós, Luquita.
—Adiós, Eli, cuídate mucho.
Hace años se enfrentaron a una despedida amargamente obligatoria, por decisión de alguien más; poco importó que fuesen todos del mismo equipo ni cuántas cosas tenían aún por vivir allá en Quebec. Pero el destino es, cuanto menos, caprichoso; aquella no sería la última vez que se viesen. El futuro lo sellaron hace tiempo, en el autobús, cuando las risas se adueñaron de todo y los abrazos y los gritos. Hicieron una apuesta, una promesa. Ray, Jessie y Ashley, de muy mala gana, hicieron lo que Lucas ordenó por un mes completo; no mandó nada, no quiso hacerlo, pero así debió haber sido. Pero es posible que suceda como sus amigos predijeron una vez, Elizabeth puede perder la apuesta, como puede hacerlo él también.
…—Estoy seguro, hijo, pasará así, ya verás —dijo Robert, consolándolo, después de un buen rato de charla.
—Ella sufrió mucho, pero ahora es diferente, Luquita  —insistió Sofía, conmovida por las palabras de su hijo… por sus sentimientos.
—Lucas lloraba en brazos de sus padres— Es que, papá, mamá, yo sé bien que ahora hay cientos de kilómetros entre nosotros, es imposible y es inevitable. Pero antes, díganme, antes de que todo esto pasara, ¿qué se interponía entre nosotros? —Su voz se ahogó por un momento y preguntó luego—, ¿qué nos separaba?

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