Como antes III: A través del celular

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Pasé toda la mañana intentando encontrar mi diario, estaba seguro de qué lo había dejado encima de la mochila antes de ir al arbusto. Busqué dentro de Steel; pregunté a don Alipio; revisé el huerto destrozado y los alrededores, pero nada. Entonces, en una de las tantas vueltas que realicé por el mismo lugar, algo golpeó mi cabeza — ¿un mango?— dije extrañado.
Una voz chillona y familiar llegó hasta mis oídos, llamándome "rarito". Era ella, la loca de cabello carmesí que conocí hace unos días en el río, estaba sentada cómodamente en mi hamaca de camisas y en su mano izquierda tenía mi diario, agarrándolo de forma un poco descuidada.
—Vamos, ven aquí —me dijo mientras pegaba algunas palmaditas a la rama del árbol en  que estaba reposada.
—Ya voy, ya voy..., ¿qué querrá? ¿Qué hace con mi diario?
—Primero que todo, quiero disculparme contigo —clavó su vista en la libreta, no la despegaría jamás, pareció. 
— ¿Disculparte? —yo aún no me enteraba de lo que estaba sucediendo— ¿Por qué?
—En un principio vine aquí con la intención de ahogarte mientras dormías. Pero llegué un poco tarde —me asombró la forma avergonzada, casi inocente, con que pronunciaba esas macabras palabras. 
— ¿Eh? ¿Pensabas asesinarme? —y me agarré inconscientemente a una rama que había justo a nuestra izquierda.
—Bueno, me viste desnuda, ya no me podré casar. Profanaste la belleza virgen de mi cuerpo blanco y blando como el de un bebé —explicó en tono burlón y exagerado.
— ¡Da igual cómo te haya visto!, fue un accidente, no tenías que asfixiarme mientras dormía, no era necesario —le dije consternado.
—Bien, bien —lanzó un suspiro breve acompañado por una ola de calma en las modulaciones de su voz— ya me disculpé. De todas formas, encontré tu diario y me entretuve leyéndolo.
— ¿Y por qué te tomas la libertad de mancillar mi intimidad, señorita? —pregunté harto de su actitud, pero simplemente sonrió e ignoró totalmente mi pregunta.
—Vi que ayudaste al abuelo con el huerto, aunque no saliera del todo bien.
— ¿Abuelo? ¿Don Alipio es tu abuelo? —Imposible, no se parecen en nada.
—Sí, además, es alguien realmente especial. Me cuidó cuando mis padres se marcharon a otro lugar en busca de un futuro mejor y más próspero, cosa que es… bueno, era habitual por estos lares. Estuvo conmigo en todos los momentos, buenos o malos, dio igual, nunca le importó. Él simplemente es así —podía notar perfectamente en sus ojos algo de ingenuidad y admiración, como si ella fuese una niña pequeña que hablase sobre un héroe.
—Te entiendo —yo siento algo parecido, creo que ese abuelo en realidad merece que las personas le profesen esta clase de sentimientos— es alguien fácil de considerar, sí que lo es.
—En cuanto al resto —y comenzó a reír, incluso tuvo que agarrarse el estómago con ambas manos— ¡Me parto! —Dice— Parece que leo un capítulo de comedia. Así que... clubes si-ca-líp-ti-cos... no es necesario saberse la palabra, se entiende por el contexto— señala entre risotadas.
— ¡Basta! Deja de burlarte de mí— intenté ordenarle muy irritado, lo recuerdo bien.
— ¿Qué harás si no?
—...—guardé silencio, lo que incitó aún más a su risa.
—Tranquilo, tranquilo, machote, será nuestro pequeño secreto. ¿Está bien?
— ¡Suelta de una vez! —y le arrebaté mi diario de entre las manos. La mueca de enfado que hice me avergüenza ahora, si soy sincero.
— ¿Sabes?, eres… agradable, no como creía. Me alegro un poco de no haberte asesinado —me mostró su lengua y guiñó un ojo mientras descendía por las ramas del árbol.
—Ya, a mí me sigues pareciendo una demente —dije para mis adentros.
Cuando me disponía a escribir en el diario todo lo ocurrido durante el día, noté que una de las páginas tenía escrito un nombre: "Lenay". ¿Se llamará así la loca de cabello carmesí? Me pregunto.
¿Alguna vez mencioné a mi padre? No lo recuerdo. Ahora mismo, me gustaría haber hecho las cosas de distinto modo.
Jorge, papá, era un emprendedor de marketing. Vivimos muchos momentos alegres como padre e hijo, como familia: jugamos béisbol; hicimos los deberes y algunos proyectos de ciencia; y las barbacoas de los domingos…, disfrutaba un montón. Un día, sin decir nada, se fue; me dejó a mí y también a mamá. Su ausencia significó, sin duda alguna, un duro golpe para la familia. Mamá se ponía deprimida y furiosa todas las noches. Yo iba, la abrazaba y entonces nos consolábamos mutuamente cada vez que sucedía.
Fue algo duro avanzar sin padre. Ángela hizo un gran esfuerzo para sacarnos adelante a ambos, por ello le estoy eternamente agradecido; por haber sido una mujer tan maravillosa y esforzada. No obstante, de todo podemos obtener algo bueno. Mi primera historia, "De vuelta a casa", trató sobre un chico que fue abandonado por su padre a temprana edad. Conté allí todo aquello con lo que tuvo que lidiar el muchacho hasta convertirse en un adulto hecho y derecho. Se podría decir que incluso me desahogué. Fue una historia bastante personal. La escribí con ahínco y dedicación, noche tras noche. Supongo que al menos una parte de todo eso se reflejó en la obra. Tuvo una recepción bastante buena. Ese fue mi debut. ¿Quién diría que mi padre, luego de abandonarme, haría algo bueno por mí? Aunque me dolió admitirlo, en parte es gracias a él que me convertí en escritor.
Al morir mamá, tuve, por fin, una visita de ese hombre cuyo rostro había olvidado ya hace mucho. Hubo mucha tensión entre nosotros en el funeral. Me sentía terriblemente culpable, yo estaba a cargo de mamá y permití que ella falleciera de ese modo. Esa idea se aferró a mi alma durante algún tiempo y dolía como si me enterrasen un hierro al rojo vivo en la sien, día tras día. Una semana después del funeral recibí una sorpresiva llamada de Jorge. Me preguntó cómo estaba; en qué obras trabajaba actualmente; qué pensaba hacer de ahora en adelante... no di respuesta a ninguna de sus dudas. Me limité a preguntar algo, solo una cosa:
— ¿¡Dónde estabas metido, por qué nos abandonaste sin más!? ¡Si hubieses estado aquí, ella seguiría viva!
—Nada es cómo crees, Tomasito.
—Solo respóndeme, ¿quieres?
—Te diré algo: verás, no me fui porque deseara irme o porque no los quisiera a tu madre y a ti. Estaba obligado a marcharme.
— ¿Quién te puso la pistola en la frente?, ¿quién vaciló una vez con el cuchillo en tu garganta? ¡Dime, Jorge!
—Suspiró— Lo hicieron muchas veces, Tomás.
—Aarrg— pronuncié enfadado y desentendido— ¿De qué hablas?
—Me endeudé con las personas equivocadas. Día tras día era atormentado y perseguido por todos ellos. Temía por vuestra seguridad, ¿entiendes? Temía que mis equivocaciones se llevasen consigo a mi familia. Pero fue lo mejor, siempre supe que Ángela era una mujer decidida que te amaba con todas sus fuerzas. Le encargué todo a ella, y ya no está.
—Igual, yo... no puedo...— ¿Cómo se suponía que me sintiese? ¿Qué debí haber hecho, perdonarlo?, como si pudiera perdonarle diecinueve años de abandono. Pero al mismo tiempo...
—Alejarme fue, y sigue siendo, lo más duro que hice en mi vida. No ha habido una sola noche en que no los haya extrañado, hijo. Me tragué mi amor, me aguanté las lágrimas y entonces me marché—su voz se notaba demasiado afligida, ese dolor se contagiaba a través del celular, lo podía notar— porque prefiero mil veces que me odien ambos a que algo terrible les suceda por mi culpa, por mis errores, por mis malditas irresponsabilidades. Todo el tiempo quise volver, pero mi apuro me llevo a cometer aún más errores. Intenté salir cuanto antes del bache. De verdad lo siento.
— Pero, a pesar de ello, sabes que no te puedo perdonar, ¿verdad?, sabes que es imposible.
—Me consta, aunque, Tomás, lo que yo necesito no es tu perdón. Lo que un padre necesita es saber que su hijo creció y que se convirtió en una persona grandiosa, como lo eres tú. Yo tuve esa dicha, así que ya valió la pena todo el tiempo que pasé añorándolos. Sé que Ángela falleció orgullosa de ver en quién te convertiste. Y espero que algún día perdones mi cobardía, es lo que necesita este padre estúpido. ¿No lo crees, Tomasito?
Sí, justo así pasó. Fue el fin de la llamada. No tuve suficiente valor para marcarle de vuelta, y me arrepiento enormemente de ello. Debí haber hecho más por él, haber sabido más. Me gustaría haberle dicho que, aunque él no lo crea, también admiro a un padre que es capaz de soportar el odio de sus seres queridos, hasta de quedarse solo, por el bienestar de su familia.

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