Recién abre los ojos y lo primero que vio fue a Lucas, con unos quinqués rutilantes que parecían perlas o una joya de las caras carísimas, apuntándole directamente a los ojos. La mirada del muchacho era tan cautivadora y atrayente que más bien se le antojaba un fuerte abrazo. Aquella niña fue incapaz de apartar la vista. El tiempo se detuvo. Durante un breve instante sus infinitos se mezclaron y sus mundos quedaron soldados, mirándose fijamente el uno a la otra.
Lucas se dio cuenta, estaba tan cerca que podía escuchar su respiración, oler su perfume e incluso sentir sus latidos. No demoró más, se colocó una cara de espanto y echó para atrás a tanta prisa que olvidó su cordón desanudado. Todos sintieron el estruendo, el niño nuevo del autobús estaba sentado en el suelo y ahora vestía una sonrisa avergonzada.
Sus compañeros le ayudaron a levantarse; aunque él insistía: "no ha pasado nada, solo ha sido un tropezón tonto". Agarró rápidamente su mochila y se adelantó a paso raudo, atendiendo a las agujetas desasidas que nunca ató; sin dirigir palabra alguna a esa chica que hace unos instantes observaba embobecido.
El resto del día transcurrió con normalidad, aunque los eventos de la mañana no dejaron un ápice de tranquilidad en su cabeza. ¿Cómo podría olvidarlos? No se disculpó por mirarla fijamente ni por estar tan cerca. Encima se desplomó en frente de todos, la cara que puso fue de niño cobarde y asustado, salió corriendo de allí sin decir nada y para colmo nunca preguntó su nombre. ¿Cómo podría concentrarse habiendo todo aquello en su morral de preocupaciones? Luego el cielo se tornó rojizo. Los estudiantes corrían locuelos por los pasillos, más contentos que a su llegada, eso seguro; si no, no montarían algazara como aquella. Lucas no era la excepción, competía con todos para ver quién lograba llegar el primero al aparcamiento.
Lamentablemente, a alguna piedra caprichosa en el sendero no le convenía el Lucas victorioso; por tanto, decidió cruzarse en mitad del camino, provocando que, una vez más, tomara tierra en medio del patio escolar. Se lastimó la rodilla. La magulladura dolía, ardía e incomodaba. Decidió descansar en un columpio que se tendía justo al lado, a unos pocos metros, cerca de los arbustos. Necesitaba un lugar para quejarse y muequear en silencio o en voz alta o ambos.
Nuestra misteriosa jovencita lo había visto todo. Se acercó caminando por la espalda, sigilosa, imperceptible. Quizá por las noches es aprendiz de ninja.
— ¿Quién eres, el emperador de los aterrizajes? —preguntó sonriendo.
— ¿Qué? No, nada de eso —responde Lucas en un grito asustado.
—Bueno, entonces lo pareces —agarró su barbilla con los dedos pulgar e índice, torció un poco la boca y miró levemente arriba—, esta mañana también diste buen sentón.
—Eeeh —él no sabía qué responder, pero si fuese un avestruz, probablemente enterraría la cabeza en el hoyo más cercano—, sí, oye, yo quería pre...
—Veo que te hiciste daño —señaló—. ¿Te duele?
—Un poco, arde.
—Mmm, déjame ver —hacía ese gesto de "entrégueme" con la mano.
— ¡Auch!
— ¡Ey! No seas tan escandaloso —dijo colocando su dedo índice en los labios de Lucas—van a pensar que te estoy matando.
—Perdona...
—...
—También —se puso terriblemente colorado— quería disculparme por lo de esta mañana. No quería irme sin decir nada, es que...
—Se acabó, listo para la acción —la herida terminó limpia, desinfectada y cubierta con una tirita.
—Muchas gracias —rascaba su dorso y sonreía estúpidamente.
—Descuida, no fue nada —dijo serena, amable, hermosa.
— Sí me escuchaste, ¿verdad?
— ¿Sobre las disculpas? No te preocupes, de seguro Dios te perdonará si hiciste algo incorrecto. Por mi parte, no creo que hayas hecho nada malo —expresó con las manitas cruzadas.
Lucas no comprendía por qué mencionaba a ese tal "Dios", pero al menos tenía claro que no hubo problema alguno.
—Espero que nos llevemos bien a partir de ahora.
—Lo mismo pienso, soy Lucas, por cierto—dijo satisfecho, con la mano tendida.
—Yo soy Elizabeth, puedes decirme Eli, qué bueno conocerte, Lucas—correspondió contenta el saludo.
Las personas que ese día tomaban el aire, estiraban las piernas o simplemente se solazaban por los alrededores; en la acera, en los bancos, a partir de los pasillos de la escuela o desde el propio parque de juegos, verían lo mismo. El día quedándose dormido; el viento paseando las hojas de acá para allá y de allá para acá, formando algunos montones y desajustando otros tantos; un atardecer calmado y ordinario, acompañado por el cantar hermoso de algunas aves; y en medio del jardín, una niña y un niño tomados de la mano, riendo fuertemente, encantados por el embrujo que a todos nos hechiza alguna vez. A casi nada de ser matraqueados por aquellos compañeros que aguardan impacientes su llegada al autobús.
El transporte se detuvo ferozmente. Lucas se echó su mochila al hombro, salió disparado hacia la salida, colocó sus manos en amplísima posición, una en cada extremo de la puerta, y giró su cabeza. A su espalda no había más que un montón de ventanas enormes, al fondo estaba la más amplia, atravesada por un rayo de sol. Siempre le pareció mágica esa danza que lleva a cabo el polvo a interiores de los familiares renglones refulgentes. Tampoco vio nada diferente a simples asientos totalmente vacíos. Pero en su cabeza era un poco distinto. Allí pintaba a cada uno de sus compañeros desternillándose y jugueteando a bordo de la guagua. Además, por supuesto, a Eli, de quién cree hubiese preferido nunca haberse despedido el día de hoy
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Astronautas
AlteleHemos cometido errores; algunos leves; algunos graves... gravísimos. Seguramente continuaremos cometiéndolos, es normal, porque somos humanos. El mundo no siempre es como desearíamos. No siempre tiene la fortaleza para sostener la sonrisa de todos h...