La luna comenzaba a asomarse en el cielo, atrapada solamente por una nube un poco entrometida. La arboleda se engalana con un variado reparto de árboles que contrasta de manera fenomenal con el casi mágico sitio: inconfundibles ceibas espinadas; enormes y olorosos cedros que probablemente estarían mejor ubicados en medio de un parque; guayacanes, soles del bosque, preciosos como el otoño, pero en primavera, y alguna que otra guayaba o mamey, ya para rematar. Allí la catarata, epicentro de todo, con anterioridad descrita, mas hermosa como estuvo siempre. Lenay tomaba un baño, parecía que ella frecuentaba mucho ese sitio particular, era su favorito entre todos. Cantaba a nadie. Paraba. Se zambullía hasta que la presión del agua hacía doler levemente sus oídos. Volvía a la superficie. Seguía cantando. ¿Será sirena o adorno precioso del que se cree dueño el bosque? (tonto, pues no existe alma más libre que esa mujer). Aunque le duela al incrédulo, sabe bien que ella no le pertenece.
Me tomé el atrevimiento de ser yo quien saltase esa vez, desde lo alto, a modo de sorpresa, aunque quizá ella me mate, nada se dice con suficiente seguridad. Yo sé bien que da igual que hayamos pasado tantas horas en compañía del otro. Pero no me interesó en realidad, fui a bañarme y eso iba a hacer. Me lancé. Chapoteé, formando grandes y fugaces paredes de agua, luego trastocadas en una lluvia en miniatura que se elevó sobre su rostro y la hizo muequear violentamente. Creo que, de entre todas las posibilidades a ver que puede regalar mi cuerpo normalucho, ella se centró específicamente en mis genitales. Qué vergüenza, aunque no es nada que ella no hubiese visto con anterioridad (dijo que me cambió la ropa cuando tuve el accidente con el árbol). Antes de chorrear mi rostro empapado, mi mente recordó aquella vez cuando me hizo escapar encuerado a través del bosque, llevaba la camisa y los pantalones en una mano y el diario en la otra. ¡Qué nefasto recuerdo! Pero no necesito olvidarlo, no, de eso nada.
- ¿¡Y esto!? -Exclama casi gritando Lenay.
- ¿Qué? Vine a tomar un baño -dije rápidamente, pretendiéndome inocente. En realidad, había algunas ganas urgentes de saltar antes de que saliera la pelirroja del agua, me convenía, se sentía... encantador.
- ¿Quién dijo que puedes venir a mi sitio cuando te dé la gana? -pregunta, probando mi respuesta, imaginando lo que podría responderle antes de decirlo, estoy seguro.
- ¿¡Tu sitio!? A ver, vamos, muéstrame el cartel -exigí simplemente.
- ¿Qué cartel? -ahora habla confundida, ¿un cartel?
-Sí, el cartel, el que pone bien claro: ¡Atención! El lago es propiedad absoluta de Lenay Camado Cobre, no pasar -gesticulé, como pintando en el aire por mí mismo el anuncio, obviamente burlándome, ¿propiedad? Estamos en medio del bosque, ¡qué propiedad ni que ocho cuartos!
-Ella no aguantó la risa, ¿la broma fue buena o tenía ganas de reírse? Espero que fuese lo primero- No me digas, creí haberte dicho que no quería verte por aquí cerca aquella vez.
-Yo no escuché nada de eso -hice una breve pausa, escuché el viento casi rugir, el agua agitarse levemente, pero con cierto espesor amargo, el día comenzaba a tornarse de otro color-, pero siempre puedes compartir un poco, ¿verdad?
-Sí, supongo que podría, si tienes suerte, pervertido espía mujeres..., desde el principio han sido tu objetivo, no lo niegues -aseguraba, pero con ese tono raro que ella tiene. ¿Por qué le gusta tanto poner a prueba mis respuestas? Lo veo en sus ojos, su fuego, su picardía. Estoy perdiendo la cabeza, ay.
-Lenay tiritó repentinamente- Qué frío, ¿eh? -me dijo luego.
-Sí, parece que va a llover, hay que irse -le sugerí.
-En marcha, resbalarse andando por el bosque no es nada agradable, menos cuando está lloviendo, te lo digo por experiencia -comentó alejándose hacia la orilla, partiendo en dos las aguas de la laguna-. Gírate, no mires.
Yo hice caso, ambos nos vestimos a espaldas del otro, casi mirando involuntariamente por el rabillo del ojo. Partimos hacia la comunidad, respirando ese peculiar aroma que deja atrás el viento una vez acaricia las cortezas viejas de los robles y cedros negros. Relampagueaba de vez en cuando, en el horizonte, difícilmente visible entre la enramada del boscaje. Se habían convertido en costumbre los follajes tupidos y senderos camuflados entre la maleza. Avanzábamos en silencio, ella por delante, yo justo detrás. La miraba, pensaba decirle algo, pero se veía tan hermosa envuelta en sus silencios, sumida en sus pensamientos, mirando cada pedazo de monte a su alrededor... fui incapaz; en su lugar callé, pero solo por esta vez.
Para cuando llegamos estábamos empapados. El suelo resbalaba por sí solo. La gente corría y se estremecía deseando que no se les vinieran abajo sus cuatro tapias improvisadas. Donde antes estuvo la fogata solo quedó un enorme charco que todos evitábamos. Lenay corrió a ayudar a Julia, era difícil salvaguardar a su bebé y lidiar con la tormenta al mismo tiempo. Vi que Luis tenía problemas y creí advertir el rostro preocupado de Lucy entre luces fugaces que desprendían algunos relámpagos sobre nuestro cielo nocturno sin estrellas.
Tomé a su hijo, Rubén, en brazos; tiene apenas cuatro años. Intenté cubrirlo con mi camisa a cuadros rojos, lo envolví bien, asegurándome de que se mantuviese todo el tiempo seco (niños tan pequeños suelen contraer enfermedades con muchísima facilidad, no sería nada bueno que algo le sucediese). La pequeña Kara se resbaló y se raspó la rodilla, su llanto se escuchaba sobre los truenos y los griteríos. La madre de Alfredo; "La abuela Babi", por su nombre, Bárbara; tuvo un ataque de pánico, tiene mucho miedo a los rayos y la maraña de personas la vuelve como locuela. Calmarla fue todo un desafío. Al final la dejé debajo de un árbol que se veía muy fuerte, no era lo más seguro, pero ¿qué más iba a hacer?
La noche fue demasiado agitada, sin duda, hubo mucho que hacer. Algunos lugares fueron inevitablemente derrumbados por el viento. Hicimos lo mejor que pudimos, así que no hay espacio para arrepentimientos. Mejor deberíamos ponernos a reconstruir. Entonces llegó la madrugada, quise regresar a "Steel" (El que aguanta tempestades). No obstante, el mismo árbol de mango que se supone lo sujetaría firmemente al suelo, que lucía unas muy buenas condiciones, se había volcado sobre él. Al parecer no estaba tan sano el árbol como creí en un principio. El suelo mojado, las raíces podridas, y los animales traga maderas, o aquellos que suelen vivir en sitios como ese, hicieron de él un tronco prácticamente hueco. No me extraña que se precipitara de tal forma, en absoluto.
-Mmm, qué problema, estás jodido, ¿eh?, -se sonrió viendo el desastre que era mi casa- ven conmigo, es demasiado tarde para reconstruirlo -dijo ella, haciendo gala de su más simpática expresión que hacía rebotar un centelleo enamoradizo en mis ojos. Se giró y echó a andar. Va ella delante, como típicamente, así es nuestra sublime pelirroja loca, y no hay nada que hacer.
-Estoy empapado -yo miraba mi atuendo, alzaba los brazos y esperaba que existiese alguna forma de secarme sin moverme.
-Ten -me lanzó unos calzones negros un poco holgados-, son de mi abuelo. Quítate la ropa mojada antes de entrar al cuarto y déjala en ese rincón que ves a tu derecha, al lado de la palangana azul.
-Me quité la camisa y comencé a desenredar mis cordones- ¿Alipio está durmiendo? -tuve que preguntarlo, llevaba rato dándome vueltas en la cabeza.
-Sí, se acostó hace unos veinte minutos, el pobre debe estar muy cansado, como todos. Qué noche hemos tenido -comentó colocando una mano en la cama, tanteando el terreno antes de echarse.
-Y que lo digas, no doy más de mí -dije asintiendo, caminando hacia la cama un poco dura en la que había descansado alguna vez.
-Te ves raro, me gusta -balbuceó sencillamente.
- ¿Raro? -casi levanté una ceja, aún estaba de pie junto a la cama.
-Sí, distinto. Como si fueras una persona más... no sé, no tengo idea -terminaba de acomodarse, ocupando solamente un costado del colchón levemente húmedo, se habían colado algunas pequeñas gotas por el techo.
-No, de eso nada -negué repetidas veces con la cabeza- soy Tomás, ¿te acuerdas? -Sonreí vergonzosamente e indiqué- el de los clubes sicalípticos.
-Sin duda, sigues siendo ese -guardó un pequeño silencio, despegó el torso de las sábanas verdeazuladas y dio unas palmaditas a la cama, haciendo rechinar un poco los muelles viejos bajo la colchoneta-. Ven, es hora de acostarse.
-Hágame espacio, pues -medio que ordené, pero suavemente, un simple falso reclamo.
Quedé recostado, justo frente a ella. Clavó sus pupilas ámbares en las mías negras. Ninguno pronunció palabra, no queríamos, no podíamos. Mi cabeza quedó sobre mi bíceps derecho, había doblado el resto del brazo, así funcionaba mejor como almohada. Una sensación extraña invadió mi cuerpo. Yo la veía atentamente, ella también me miraba fijamente, hasta el último defecto; o eso imaginé yo, no estaba seguro, no le pregunté. Chirreaban las cigarras, demasiado fuerte. Era tan molesto que intenté romper el silencio que se antojaba idéntico a la más inamovible montaña, que había separado nuestros instantes y los había hecho volar sin destino, para comentar cómo sangraban mis oídos.
-Entreabrí la boca- ¿no te mo...
-Shshsh, no hables, ¿no ves? -Movió los ojos hacia arriba, como quien se irrita de repente o comienza a perder la paciencia, aunque el gesto se describiría un poco más delicado- No sé qué haces -dijo finalmente.
Acercó su rostro al mío, clavó de nuevo y por última vez sus fanales hermosos en mis pupilas ebrias. Luego cerró sus ojos, pero no se detuvo, seguía abalanzándose lentamente sobre mí. La besé, me besó... nos besamos. Entonces la cigarra hizo silencio, o yo dejé de escucharla abrumados mis sentidos por nuestra propia algarabía. Hoy no estoy totalmente seguro. Se acabaron los clubes, se acabaron las soledades; lo prometo, todo esto ya significa demasiado y no vale la pena mancharlo trayendo de vuelta aquellas viejas rutinas, ahora partes de un pasado que solo recordará este intento de diario porque un día decidí dejarlo bien plasmado sobre sus amarillentas páginas descuidadas.
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Astronautas
RandomHemos cometido errores; algunos leves; algunos graves... gravísimos. Seguramente continuaremos cometiéndolos, es normal, porque somos humanos. El mundo no siempre es como desearíamos. No siempre tiene la fortaleza para sostener la sonrisa de todos h...