XIX-Gwacheon-si

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PINGÜINOS EN GWACHEON-SI*

                                    

                                          

Lana tuvo mucho más cuidado con su nuevo descubrimiento sobre mí de lo que yo me habría imaginado. No dijo absolutamente nada o, al menos, no percibí ningún cambio en la actitud de las recepcionistas o en sus acostumbradas miradas. Lo único que cambió fue la sonrisa de Sana al entregarme el desayuno y el café de la mañana. A la pobre tuve que darle una especie de educado rechazo y dejar de mostrarme tan abierto y relajado para que no se lo tomara de la forma equivocada. No era la primera vez que alguien interpretaba mi actitud sonriente y abierta de la forma errónea. Me solía pasar a menudo cuando trabaja en el pub; aunque, para ser sinceros, allí me hacía un poco el tonto para recibir más propinas y que me pidieran a mí las copas.

                          

De todas formas, aquella terminó siendo una semana rara por varios motivos. No solo porque estuviéramos viviendo en el Glad y durmiendo en la The Royal Suite, sino por el nuevo añadido de Lana a nuestras comidas y la actitud frustrada que eso producía en el señor Park. Seguía jugando su papel del Soltero de Oro, siendo el novio atento y sonriente que todos creían que era, hasta que la joven se iba por la puerta y volvía a ser el Jimin molesto por no tener lo que quería cuando lo quería. Siempre que llegábamos al hotel tras un largo día de trabajo, me llevaba directo a la habitación y me follaba antes incluso de la cena, pagando su frustración un poco conmigo. 

                          

—Jimin, ten cuidado, por favor —le pedí a mitad de semana, acompañándole a la ducha y sintiendo una punzada de dolor en el trasero a cada paso—. Últimamente estás haciéndolo muy rápido y muy duro. 

                          

—Estoy usando bastante aceite —respondió de camino al retrete.

                          

—El aceite no es un remedio mágico —le dije mientras abría el agua caliente de la ducha, un espacio amplio al final del baño separado por una mampara de cristal granulado—. Necesito tiempo para dilatar. 

                          

Jimin empezó a mear y giró el rostro hacia mí.

                          

—¿Quieres Popper? —me preguntó—. Hay en casa. Podemos meternos un poco antes de follar.

                          

Le dediqué una mirada seria de párpados caídos. 

                          

—No quiero drogarme, quiero que tengas más cuidado —le aclaré.

                          

El señor Park terminó de mear, se sacudió un poco y caminó hacia mí. Me rodeó con los brazos y me dio un beso suave en los labios. 

                          

—Trataré de tener más cuidado —me prometió. 

                          

Asentí, aunque no era la primera vez que me decía aquello, y le rodeé el cuello antes de devolverle el pequeño beso. 

El Asistente (Jikook)(En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora